martes, 22 de abril de 2014

"El Pentateuco de Isaac", de Angel Wagenstein


 
Seguramente no todo el mundo estará de acuerdo conmigo, pero el caso es que yo siempre he pensado que elaborar una obra de ficción que aborde alguna de las mayores tragedias de la Humanidad (o cualquiera de nuestras cotidianas tragedias personales) en tono de humor, incluso en tono de humor bufo, es un recomendable ejercicio de salud intelectual por parte de quien lo acomete: si hay calidad y sinceridad en el producto final, el contraste tragicómico no me chirría en absoluto.
 
Y estas reflexiones fueron las que me ocuparon tras la lectura de El Pentateuco de Isaac (1998), la primera de las novelas que constituyen la trilogía que el búlgaro Angel Wagenstein dedica al agitado y estremecedor devenir histórico de los judíos europeos a lo largo del pasado siglo. El Pentateuco de Isaac es la primera entrega de la saga (de la segunda y la tercera ya tuve ocasión de hablar en anteriores entradas de esta bitácora), aunque, original que es uno, ha sido la última que he leído. Y ahora, dándole vueltas a la circunstancia, estoy por pensar que ha sido todo un acierto, aunque este orden en la lectura no haya sido premeditado, sino puramente accidental. Pero, sin desmerecer a Lejos de Toledo (2002) y Adiós, Shanghai (2004), yo he podido apreciar una mayor calidad, una mayor perspectiva y una mayor ambición literaria, con un sólido trabajo previo de documentación histórica y un más amplio abanico de personajes, escenarios y épocas, así como una bien elaborada red de conexiones en la dimensión espacio-temporal (eso que llaman el “cronotopo”).
 
Ya el subtítulo que acompaña al título, al menos en la excelente traducción al español de Liliana Tabákova (publicada por Libros del Asteroide, como todo lo de Wagenstein en nuestra lengua), nos anuncia la naturaleza tragicómica de lo que se va a leer: Sobre la vida de Isaac Jacob Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias. En efecto, asistimos a la nada heroica ni envidiable odisea de quien ha de sufrir en sus carnes (las pocas de que dispondría, me temo) las más siniestras e ingratas consecuencias de los kafkianos avatares políticos de Europa Central durante el siglo XX. Y a pesar de todo, el tal Isaac logra mantenerse con vida y, lo que más me sorprende a la luz de lo narrado, con un convincente sentido del humor. Desde luego, más convincente me ha parecido que otra historia que leí recientemente; una obra presuntamente humorística y de la que se habla muy bien por Internet; una novela de “batallitas del abuelo a lo largo y ancho del mundo” y que se titula El abuelo que saltó por la ventana y se largó, escrita por un tal Jonas Jonasson. En fin, para gustos los colores, pero a mí el humor de Jonasson me resultó bastante bufo, demasiado desaborido, a veces incluso algo pueril, “milikista”. No sé, será porque es sueco y no entiendo su sentido del humor (qué voy a hacer si yo nací en el Mediterráneo); será porque hoy todo lo que se escribe en Suecia ya mola por el hecho de haber salido de allí, mientras que si el libro sale de Bulgaria tenemos que acudir a la Wikipedia a averiguar dónde está ese sitio, porque la LOGSE no contempla el aprendizaje de tal entidad geográfica. Bueno, pues El Pentateuco de Isaac tiene precisamente ese encanto pedagógico: el de ilustrarnos sobre las complejidades políticas y territoriales que se vivieron en una zona de Europa y que muchos ni hubieran podido imaginar. Y, esto ya se sabe sin tener que haber ido a la ESO, que para eso ya está Hollywood, que los judíos que habitaron tal zona sufrieron especialmente los males de aquellas terribles complejidades. El ficticio Isaac Jacob Blumenfield sería uno de esos millones de judíos y su doble perspectiva de actor y espectador en aquellos años tan canallas y contradictorios le hacen curtirse en ironía, mordacidad y picaresca a lo largo de su vida, quizás las armas más infalibles para combatir el infinito catálogo de sinsentidos que tuvo que verse obligado a torear. Y ahora El Pentateuco de Isaac nos sirve a nosotros para combatir dos de los mayores sinsentidos de nuestro tiempo: la ignorancia y el aburrimiento. Bienvenido sea.

 

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