lunes, 19 de diciembre de 2011

"Adiós, Shanghai", de Angel Wagenstein


Es la última novela del escritor búlgaro Angel Wagenstein; la última de las tres que componen su trilogía dedicada al destino de los judíos de la Europa Central y Oriental a lo largo del siglo XX. Ya tuve ocasión de comentar la segunda de ellas aquí.

De muchos es sabido que la cosmopolita Shanghai fue, en tiempos de la dominación japonesa de la ciudad (1937-1945), es decir, durante la Segunda Guerra Mundial y en los años previos al conflicto, un lugar donde miles de europeos de toda condición encontraron refugio, huyendo de una muerte violenta que en la Europa de aquel entonces resultaba muy probable y que, en el caso de los judíos u otros colectivos que vivían bajo las garras de la Alemania Nazi, de probable pasaba a garantizada.

Como cabe suponer, los dominadores japoneses y sus colaboradores chinos, que eran aliados de los nazis, no acogían a estas masas de refugiados alentados por un espíritu solidario o humanitario. Muy al contrario, en ellos veían una abundante y sumisa mano de obra a la que se podía explotar y manipular sin apenas resistencia, por carecer de recursos económicos y tener que aceptar las condiciones de trabajo que fuesen pero, sobre todo, por vivir permanentemente bajo el miedo de ser expulsados de Shanghai y devueltos al yugo nazi. Pero por supuesto, no todos aquellos refugiados aceptaban de buen grado tan humillante y precaria situación y se esforzaban por seguir haciendo a su manera la guerra contra los regímenes totalitarios que pretendían regir el destino de todo el planeta.

Y en esa anómala situación que se debate en un mar de paradojas, entre lo tenso y lo relajado; lo decadente y lo avanzado; lo deprimente y lo esperanzador, Wagenstein hace coexistir a un rico repertorio de personajes que sin duda son un digno reflejo de lo que allí se vivió y se sufrió. Una buena trama, con una tensión y plasticidad visual que de nuevo nos hace recordar que este autor procede del mundo del guion cinematográfico. Cabe añadir que Wagenstein no estuvo en Shanghai en aquellos tiempos (y no sé si acaso ha estado después, aunque supongo que sí). Para escribir la novela se documentó acudiendo a los archivos, a las bibliotecas y, sobre todo, escuchando los testimonios orales de quienes vivieron aquello. No es por tanto una novela de corte autobiográfico, tan típica en los autores que fueron testigos directos de los acontecimientos, sino que entra más bien dentro del terreno de la novela histórica, lo cual para mí tiene doble mérito, porque Wagenstein podría haber tomado el camino fácil y habernos contado una "batallita" sobre cómo vivió él personalmente la Segunda Guerra Mundial desde Bulgaria. Ahí se ve el enorme interés que ha puesto este autor en conseguir en su trilogía una descripción objetiva y de interés general sobre lo vivido por un colectivo humano a lo largo de un siglo, más allá del presuntuoso "¡esto es así porque yo lo viví y punto!", actitud que a veces me pone de los nervios.

Muy entretenida y educativa; como regalo de Reyes Magos no quedaría nada mal.

Yo de mayor quiero ser como Wagenstein.

El libro lo publicó Libros del Asteroide y lo tradujo del búlgaro al español Venceslav Nikólov.

martes, 13 de diciembre de 2011

"After Dark", de Haruki Murakami


Aprovecho para hablar de esta novelilla, ahora que en estas Navidades que llegan se la voy a regalar a la callista de mis padres, murakamiana impenitente, y que siempre que pasan por su consulta les pregunta qué tal anda el zumbao de su hijo por Japón, lo cual es de agradecer, máxime si quien te pregunta qué tal andas es callista...

Recuerdo que After Dark fue el tercer texto que leí que Haruki Murakami, y el primero de ellos en una traducción en español (tanto Norvegian Wood como After The Quake los había leído en versión inglesa). El libro llegaba a las librerías españolas precedido de una cierta mala fama de ser probablemente el peor trabajo de ficción de Murakami.

A mí la verdad es que no me dejó mal sabor de boca; por eso mismo lo regalo ahora. Me encontré con una trama donde se reúnen elementos propios del surrealismo, pero también de novela social, negra e incluso de ciencia-ficción y terror. Luego la novela no resulta ser nada de eso y, sin embargo, lo es todo a la vez, vertebrada en una trama intensa que engancha, y que va creándole al lector unas expectativas de cara al desenlace que al final no se producen. Pues precisamente esa característica, que para muchos detractores de este novelista no se trata más que de una "tomadura de pelo", es sin embargo lo que me gusta de este libro en particular, y de la obra de Murakami en general. Parece que este escritor siempre nos brinda en las últimas páginas un guiño burlón, como si nos preguntara: "¿pero qué os creíais?"

Por otra parte, al margen del elemento fantástico o irreal que puebla el universo Murakami, y que por supuesto en esta obra también se convierte en un aspecto capital, After Dark ofrece, además, un buen repertorio de variopintos personajes (lo que es mérito añadido si se hace en las escasas páginas de una novela corta): la chica solitaria que pretende estarse toda la noche leyendo en una cafetería afterhours, el friki buenrollista a la par que algo colgao que va detrás de la chica, la prostituta china, el salaryman sádico que descarga sus iracundas frutraciones contra esas prostitutas, los mafiosillos que viven a costa de tales prostitutas, las encargadas de los love otels (lo pongo sin hache para que no se genere automáticamente un enlace publicitario a ofertas de oteles, otra vez sin hache por igual motivo), etc. Son los personajes que suelen poblar la noche tokiota, a través de los cuales se desvela una solapada denuncia hacia el mosaico de injusticias que componen el mundo del comercio sexual, con sus explícitos casos de explotación, violencia y otra serie de abusos. Pocas veces he visto a Murakami tan acertado en el terreno de la denuncia social como en After Dark. Quizás por eso no sea una obra tan prescindible como se suele decir.

La novela fue publicada en español por Tusquets.

martes, 29 de noviembre de 2011

"Azul casi transparente", de Ryu Murakami


Continúo dedicándole a Ryu Murakami toda la atención que se merece pero que sin embargo aún no había tenido en esta bitácora. Y es que no podía faltar en esta bibliotequilla asiática que poco a poco voy configurando la obra que lanzó a Ryu Murakami al estrellato literario tras su publicación en 1976.

Azul casi transparente, con la que Ryu Murakami llegó a obtener el Premio Akutagawa, uno de los más prestigiosos de la literatura en lengua japonesa, narra las experiencias de un grupo de jóvenes japoneses que viven a la sombra de una base militar estadounidense que les minimiza como personas, pero que paradójicamente constituye casi toda su razón de existir. Lidera el grupo Ryu, un joven bisexual y drogadicto que se relaciona con Jackson, un militar afroamericano de la base que es experto en organizar todo tipo de saraos con prostitutas/os, drogas de diseño o lo que se tercie.

La obra me pareció una ambiciosa y personalísima, a la par que amarga, vuelta de tuerca a En el camino, de Kerouac. Más drogas (de las duras), más sexo (durísimo) y más rock&roll (it's rock). Más mal rollo y más desolación, en una certera galería de personajes desencantados que navegan sin rumbo en un mundo hostil a quienes son diferentes y que por ello no parece tener reservada ninguna plaza para ellos. Es evidente que en esa especie de relación amor-odio que parece guardar con esos estadounidenses a quien él tan bien conoce, Murakami se propone hacerles frente con sus armas literarias, pero modelándolas (mejorándolas casi siempre) en beneficio de su universo literario y vital.

Como anécdota, cabe añadir que en 1979 el propio Murakami dirigió una versión cinematográfica de esta novela, pero mi consejo es que, salvo que estéis redactando una tesis doctoral sobre este autor o que seáis mitómanos impenitentes, no profundicéis demasiado en su más que prescindible faceta de cineasta y os quedéis con la literaria.

Azul casi transparente fue publicada en español por Anagrama.

lunes, 28 de noviembre de 2011

"Sopa de miso", de Ryu Murakami

Leí esta novela hace cosa de cuatro años, impulsado por la curiosidad de ver qué tal era Ryu Murakami, ese escritor que en algunos foros de internet llamaban "el Murakami malo" (¡ellos sí que son malos, jejeje...!).

La verdad es que a mí este Murakami, Ryu, me parece un autor tan imprescindible para entender lo que se cuece por Japón como el otro, el Haruki. Quizás no alcance lo sublime como el autor de Kafka en la orilla (quizás no pretenda alcanzarlo), pero la obra de Ryu Murakami siempre nos proporciona el encanto y el atractivo de aquellos textos que parecen haber sido escritos por alguien que tenía algo importante que contarnos y no se lo podía callar. Y un japonés que como él pasó su infancia y juventud a la sombra de una base militar estadounidense (la de Sasebo, prefectura de Nagasaki), obviamente tiene muchas realidades que revelarnos (y no siempre simpáticas) sobre la idiosincrasia yanqui, particularmente en su relación con Japón.

Esa forzada coexistencia es el caldo sobre el que se cuece esta Sopa de miso (1998), novela negra (o de terror, o thriller, o la etiqueta que se le quiera poner) ambientada en Kabukichô, el afamado barrio putero de Tokio. En ese escenario aparece un turista norteamericano que, como es de esperar, no llega a Japón para hacer meditación zen, y que contrata a un guía local para que le lleve a ver los sitios que no salen en la Lonely Planet... Todo bien hasta ahí; lo que sucede es que nuestro ferviente amante de lo oriental tiene otra pasión menos saludable (si es que la de irse de putas acaso lo es) y que no es otra que la de ir por ahí cargándose a la gente, y además de bastante mala manera... Y eso lógicamente provoca un giro en las relaciones entre el guía japonés y el cliente gaijin.

La novela va cobrando una gran tensión a medida que avanza la trama, pese a que desde el comienzo de la misma ya sabemos quién es el asesino. El final podía haber estado un poquito más currado, porque con una trama tan intensa uno esperaba algo más como desenlace. Desde luego, reconozco que esa metáfora final de la sopa de miso no me ha convencido demasiado; la veo muy forzada. Pero teniendo en cuenta que en su momento tampoco me pareció convincente la metáfora del guardián entre el centeno en la famosa novela de Sallinger (obra, por lo demás, fabulosa), pues tampoco significa demasiado: será que simplemente es mi problema al no dejarme convencer.

Sin embargo, me parecen geniales las reflexiones que hace Kenji, que así se llama el guía, sobre Japón, los japoneses y su relación (o falta de la misma) con el mundo "gaijin", crítico y sin pelos en la lengua.

Es una novela entretenida, emocionante, de esas que se leen en un día y que puede servirle al lector de descanso tras haber tratado de digerir lecturas más profundas. Pues eso, que no hay Murakami malo...

Solamente dedico un tirón de orejas a Seix Barral, la editorial que lo publicó en español, porque nos advierten al comienzo: "Traducción del inglés por Javier Martínez de Pisón". ¿Qué pasa, es que todo un pedazo de editorial como Seix Barral no ha podido encontrar un buen traductor que haga una traducción directa del japonés al castellano? Me molesta en grado sumo que las grandes editoriales españolas sigan empeñadas en ofrecernos a los lectores hispanohablantes la cultura de los pueblos y las naciones asiáticas pasando previamente por el tamiz de una traducción inglesa o francesa. Afortunadamente, este tipo de políticas editoriales son cada vez menos frecuentes.

jueves, 10 de noviembre de 2011

"Cantares de Ise (Ise Monogatari)"


Siempre resulta gratificante acercarse a los clásicos, sean del género que sean y pertenezcan a la cultura que pertenezcan. Muy curiosos me han resultado a mí estos Ise monogatari, una obra formada por textos en prosa y poesías, y cuya elaboración se ubica en el amanecer de la literatura en lengua japonesa, a mediados del siglo X, si bien los hechos y personajes citados pertenecen al siglo anterior.

Se trata de una obra de autoría anónima, circunstancia que uno va entendiendo a medida que navega por las páginas de estos cantares: importantes personajes de la época son citados, incluyendo a miembros de la familia imperial japonesa. Se desvelan toda suerte de amoríos hechos y deshechos, reales o ficticios (los especialistas en la obra no se ponen de acuerdo), pero que en todo caso a bien seguro que sacarían los colores a tan ilustres personajes, por lo que poner nombre y apellidos al texto podría resultar una temeridad, si no un motivo para perder el sueño...

Una obra de temática amorosa, como ya he dicho en el párrafo anterior, con un protagonista que, al contrario que su autor, sí posee una identidad: se trata de Ariwara no Narihira (825-880), conocido militar, poeta y, a lo que se ve, alguien incapaz de dejar indiferente a ninguna moza que se cruzara por su camino. De ser cierto lo que se nos narra en los Cantares de Ise, en asuntos de mujeres el tal Ariwara no Narihira era infinito: se las llevaba de calle, y pese a algún que otro comentario clasista registrado en el texto, a la hora de la verdad no parecía discriminar a las amantes en función de su cuna, de tal modo que él siempre se encontraba bien dispuesto tanto para emperatrices como para campesinas (ya digo que el anonimato del autor está más que justificado).

Resulta muy entretenida esta apuesta de amor cortés a la japonesa, a la que no voy a dedicar más espacio, puesto que los entresijos de la obra y el contexto histórico y literario de la misma queda muy bien explicado en la introducción crítica que Antonio Cabezas, su traductor al español, hace en la edición de Hiperión. Son de ese tipo de obras de las que lo mejor que se puede decir de ellas es que se lean.

martes, 8 de noviembre de 2011

"Hombres salmonela en el planeta Porno", de Yasutaka Tsutsui


Yasutaka Tsutsui (Osaka, 1934) es un hombre que está, sin exagerar, muchos pasos por delante del resto. Lo tiene que estar para idear unas historias tan fuera de lo común y tener el valor de escribirlas; pero lo tiene que estar para conseguir que una editorial se desmelene y le publique tales "idas de olla"; pero sobre todo, lo tiene que estar para captar la atención de miles de lectores y ser una de las figuras más relevantes del panorama literario japonés actual.

Será por eso que lo que más me ha gustado de esta colección de relatos es la entrevista a Tsutsui que se incluye al final del libro, realizada por Jesús Carlos Álvarez Crespo, traductor al español de estos textos, publicados por Atalanta. Y lo digo, por supuesto, sin restarle mérito a la calidad intrínseca de los cuentos, pues todos ellos constituyen un canto a la extravagancia y a la vasta imaginación, pero aderezada con una mordaz y sarcástica visión de la realidad social en que a Tsutsui le ha tocado vivir. Pero en esa entrevista están las claves para entenderlo todo; por qué escribe sobre lo que escribe y por qué lo hace como lo hace. Aunque la entrevista sirve de epílogo al volumen de relatos, no puedo dejar de recomendar que se lea en primer lugar, por lo que tiene de esclarecedora.

En esa entrevista descubrimos a un Yasutaka Tsutsui que se aficionó desde joven a la lectura de obras de ciencia-ficción, pero también al visionado de películas de los hermanos Marx, a la vez que de su padre recibió instrucciones de zoología y botánica. Asimismo, la obra de Freud y Jung no le es desconocida a Tsutsui: hagamos un refrito de todos esos ingredientes y no nos extrañará en absoluto que de ello surja una dinamita literaria del poderío de Hombres salmonela en el planeta Porno, el relato que da nombre a toda la colección. Curiosamente, de los seis que integran el volumen, es el que menos me ha convencido, lo que no significa que me haya dejado indiferente (no creo que a nadie le deje frío). Simplemente pasa que ha sido demasiado desvarío para mi gusto, demasiada planta y demasiado animalillo "salidorros", y demasiado expedicionario terrícola con ganas de marcha...

Para cuentos "de alta temperatura", me quedo con El bonsái Dabadaba, donde se narran las experiencias que un asalariado goza (y sufre) con un bonsái que proporciona sueños eróticos a quienes lo instalan en su dormitorio. El cuento me ha gustado porque viola (en el buen sentido de la palabra) descaradamente ese encorsetado principio de taller literario elemental según el cual un escritor se carga su historia si al final todo ha sido un sueño. Aquí se demuestra que los autores que están por encima del bien y del mal trascienden de todo tabú.

Me encantó también Rumores sobre mí, en el que otro asalariado no para de percibir por todas las fuentes de información que le rodean (prensa, tele, megafonía en las estaciones de tren, etc.) noticias sobre su vida personal. Me ha parecido una crítica feroz al poder de los medios de comunicación y cómo estos pueden "fabricar" una noticia o hacer que algo deje de serlo.

También tiene su miga El mundo se inclina, una historia de ciencia-ficción ambientada en una ciudad futurista construida sobre el agua con bolas de pachinko como material de cimentación... Un día descubren que la ciudad se está inclinando, aunque la alcaldesa se empeña en defender que no. Crítica mordaz a los fenómenos especuladores y a la manipulación política e indiferencia ante las catástrofes (sorprende el paralelismo subyacente en las actitudes reflejadas en el cuento y las que la clase política japonesa ha mostrado en la realidad tras el accidente nuclear de Fukushima). El cuento también mete el dedo en la llaga del feminismo radical... Como dice Ana María Matute, la buena literatura está reñida con lo políticamente correcto.

El último fumador, relato de elocuente título, narra la experiencia del último terrícola que, acorralado y al margen de lo legal, sigue encontrando placer en el hecho de meterse humo nicotinado en los pulmones. Podríamos clasificarlo como de ciencia-ficción, pero al ritmo con que van evolucionando las distintas políticas antitabaco del "mundo-mundial", el cuento, más que futurista, casi me parece una crónica periodística.

En definitiva, lo de Tsutsui es de otro planeta. Creo que, aun a riesgo de tener que pedir cita al psiquiatra después, merece la pena iniciarse en la aventura de leer a este autor.

viernes, 28 de octubre de 2011

"Renacimiento", de Kenzaburo Oé


Me dispuse a leer Renacimiento (2000) bastante más atraído y motivado por el personaje principal de la novela que por su autor, y eso que es nada menos que el Nobel japonés Kenzaburo Oé (Uchiko, prefectura de Ehime, 1935). Quería ver como Oé plantaba cara a la nada cómoda (y bastante arriesgada) labor de edificar el personaje de Goro, un director de cine ficticio que no es sino el trasunto del cineasta real Juzo Itami (1933-1997), cuñado del mismo Kenzaburo Oé. Como muchos de vosotros sabréis, Itami fue un director cuyas comedias retrataban los usos sociales del Japón de finales del siglo XX de una forma bastante sincera a la par que descarnada y, sobre todo, muy molesta para ciertos núcleos de poder, como las sectas religiosas, los yakuzas y hasta el mismísimo Gobierno nipón. Su película Minbo no onna (1992) le hizo sufrir una agresión por parte de unos yakuzas que no estaban satisfechos con la imagen ridícula y patética que del crimen organizado japonés se daba en el filme. Cinco años después, Itami se suicidaba tras haberse extendido unos rumores de que le era infiel a su mujer. Y caso cerrado, al menos por parte de la policía. Pero lo que mucha gente se preguntó entonces (y se lo siguen preguntando) es si Itami realmente se suicidó o si "le suicidaron"; de igual modo que les extraña que se quitara la vida por tan absurdo motivo (si todos los artistas se suicidaran por las habladurías, tengan o no fundamento, no quedaría ni uno vivo).

Y uno de los que aún contempla con escepticismo la versión oficial de aquellos hechos es Kenzaburo Oé, quien traslada este asunto a la ficción de la siguiente manera: el director de cine Goro se suicida, lo que lleva a su cuñado, el escritor Kogito, a sufrir una fuerte depresión que le lleva a viajar hasta Alemania para tratar de reponerse y a la vez para averiguar las causas que pudieron llevar a Goro a poner fin a su vida. Sin remilgos de ningún tipo, Oé va desvelando, en boca de Kogito, los sucios mecanismos empleados por la yakuza para forzar el silencio de los intelectuales japoneses que osan hacerles frente.

Una gran novela. Quizás uno espera una trama mucho más intensa y con un mayor suspense y acción, dado que la yakuza hace acto de presencia, y sin embargo nos encontramos con una narración suave, profunda e intimista, que nos adentra en lo que debió ser el universo creador y personal de Juzo Itami y su relación con Kenzaburo Oé, bajo la forma de dos personajes de ficción que, según se va leyendo, no parece que lo sean tanto. Una novela muy valiente, que a ratos incluso se muestra tan sincera como dura, ya no sólo por las sospechas sobre la falsedad del suicidio de Itami y por el retrato que hace de la yakuza, sino también por la severa descripción que se hace de otros personajes que pueden tener cierta correspondencia con la realidad, como se puede ver en este pasaje, digno de un Kenzaburo Oé totalmente desmelenado y sin pelos en la lengua:

Un director de cine procedente de la comedia, que fue premiado en un festival en Italia [¿Takeshi Kitano?], comentó en una visita a Estados Unidos, durante la promoción de una película:

-Mi pobre amigo Goro. Tal vez, mientras contemplaba el suelo desde la azotea del edificio, mi premio le diera un pequeño empujón.

En definitiva, una novela que los incondicionales de Kenzaburo Oé (y de Juzo Itami, faltaría más) deben leer.

La publicó Seix Barral, y me parece que ya hay edición de bolsillo.

miércoles, 26 de octubre de 2011

"De qué hablo cuando hablo de correr", de Haruki Murakami


Ahora que después de muchos años sin participar en ninguna carrera popular he vuelto, en buena medida por imperativo sanitario, a calzarme un par de zapatillas y salir a la calle a tirar millas a golpe de calcetín, tiendo a dirigir la mirada a aquella literatura de ficción o no que de manera directa o indirecta aborda el tema de las maratones y el atletismo de fondo en general.

No podía pasar por alto este trabajo autobiográfico de Haruki Murakami, donde, a modo de sui géneris salida de armario, el novelista nos revela los entresijos de una de sus facetas personales menos conocidas y quizás menos interesantes tanto para el público general como para sus fieles lectores: la del Murakami que hace footing. Y sin embargo, una vez más Haruki-san da muestras de ese peculiar talento que tiene para lograr que situaciones absurdas o cuestiones aparentemente baladíes se conviertan en objeto de interés, cuando no de declarado fetiche intelectual, para millones de lectores en todo el mundo. Como tantas y tantas personas en el planeta, Murakami hace algo tan simple como plantarse un pantalón corto y bajarse al parque más próximo a su casa para hacerse unos kilómetros al trote. La diferencia es que él nos cuenta en un libro por qué lo hace (y nos lo cuenta bien, aunque también es cierto que él nunca va a tener problemas para encontrar una editorial dispuesta a publicar lo que sea con tal de que lleve su firma); nosotros después lo leemos.

Lo que son las cosas: se trata probablemente de la más realista de todas las publicaciones de Murakami. Aquí no hay fantasía de ningún tipo ni licencias oníricas que valgan. Y sin embargo, me ha parecido la obra más "friki" de cuantas he leído de este autor. Y eso es quizás porque nos tiene tan acostumbrados a navegar por esos improbables universos paralelos que él sabe crear, que cuando se pone a hablar de algo que está sólidamente cimentado en la realidad, resulta extraño e inesperado. Aunque, al igual que sucede en la literatura de ficción de Murakami, en este ensayo abundan las frases y opiniones lapidarias, certeras, rotundas, de esas que son dignas de ser enmarcadas o nutrir las páginas de un libro de citas. Estos son solo tres ejemplos:

"Así es la escuela. Lo más importante que aprendemos en ella es que las cosas más importantes no se pueden aprender allí."

"No existe en ninguna parte del mundo real nada como tan bello como las fantasías que alberga quien ha perdido la cordura."

"En última instancia, tal vez solo pueda afirmarse una cosa: que quizá la vida sea así. Y que quizá no nos quede otra opción que aceptarla sin más, tal cual, sin buscar circunstancias ni motivos. Como los impuestos, las subidas o bajadas de las mareas, la muerte de John Lennon o los errores arbitrales en el Mundial de Fútbol."

Pero por encima de todo esto, la principal enseñanza que se obtiene de esta lectura es la de que Murakami es un personaje absolutamente modesto en su grandeza, humilde en su gran sabiduría; una persona totalmente "del montón", en el buen sentido de la palabra; un escritor de la gente y para la gente. Y esto que acabo de decir, que en principio debería de ser irrelevante, a mí me parece que es uno de los rasgos que convierten a la figura de Murakami en más atractiva si cabe. Acostumbrados como estamos los lectores (sobre todo los lectores españoles) a toparnos con autores engreídos, ensoberbecidos, aparentes candidatos a una oposición de la estupidez o a una competición deportiva en la que gana el mayor de los gilipollas, resulta de lo más grato comprobar que en tierras lejanas existen autores cuya salud mental fluye pareja a su salud física. Que le dure muchos años al bueno de Murakami.

Este título fue publicado en español por Tusquets y traducido del japonés por Francisco Barberán.

martes, 18 de octubre de 2011

"La caza del carnero salvaje", de Haruki Murakami


Escribo poco sobre Haruki Murakami, y no porque haya leído poco de él (al revés; acudo a sus textos con asiduidad) o porque no me guste lo que escribe (todo lo contrario). Simplemente se me antoja poco original y no demasiado motivador hablar de la obra de un hombre que es admirado y hasta tomado como "canon de lo contemporáneo" por media humanidad según parece. Vamos, que lo de Steve Jobs, que ahora resulta que era poco menos que el padre de todos nosotros, se va a quedar en nada el día en que la palme Haruki Murakami (día que espero tenga lugar dentro de muchísimo tiempo). Compréndase que yo, que siempre me he caracterizado por anotar concienzudamente todo aquello que se debe hacer o pensar según el dictado de los gurús de marras, para a continuación actuar de una forma radicalmente contraria a lo que proponen, poca motivación puedo encontrar en hablar de un personaje (por evitar llamarle "ídolo de masas") tan aclamado y reconocido por individuos y colectividades del más diverso pelaje.

Además, me da incluso miedo decir algo que guarde relación con un señor que muchos querrían ser, a juzgar por la cantidad de escritores y "escritoroides" que dicen "homenajear" a Murakami en sus textos; por no hablar de algún director (directora) de cine que también insinúa haberse inspirado en él. Una editorial española traduce y publica un título cualquiera de un autor japonés determinado, da igual si se trata de novela negra o de haikus, y en la campaña de promoción del libro no pueden evitar la comparación con Haruki Murakami, como si este buen hombre fuera el comodín que sirviese para referenciar todo el quehacer literario del Japón de hoy. Da la sensación de que si vas de rollo japonés y no se te ocurre decir que creas bajo la influencia del gran Haruki Murakami, estás haciendo el indio: vamos, que ya estás tardando en hacerte el seppuku (o en arrojarte a la vía del tren; método mucho más adecuado para los tiempos de Murakami: al César lo que es del César, y a Mishima lo que es de Mishima).

Y hoy, aprovechando que en Facebook se ha estado hablando de La caza del carnero salvaje (1982, publicada en español por Anagrama en 1992 con traducción de Fernando Rodríguez Izquierdo), me he decidido a lanzar esta reseña, con el inconveniente de que leí la novela hace un par de años y no conservo frescos en la memoria todos los pormenores, aunque mantengo los suficientes elementos como para seguir guardando un grato recuerdo de la lectura de una de las primeras novelas de Murakami, de las anteriores a Norvegian Wood (1987). Eran tiempos en los que este buen hombre no era conocido ni en su casa a la hora de la cena (será por eso que esta novela me conmueve más que muchas de las que Murakami ha escrito posteriormente, en plena embriaguez de éxito, cuando hasta las ventosidades emitidas por el genio son susceptibles de metabolizarse en miles de lectores... Y en millones de yenes...).

La caza del carnero salvaje es una obra fresca y de muy fácil lectura, que nos va enganchando a medida que vamos avanzando en sus páginas, con un fino sentido de la ironía y de lo absurdo (en el buen sentido del término). La aventura de su protagonista no tiene desperdicio: un joven tokiota que posee una agencia de publicidad junto a un amigo y se ve obligado a desplazarse a la isla de Hokkaido para buscar un carnero que aparece en una foto que emplearon en una de sus campañas. Al parecer, el jefe de una importante firma tiene ciertos vínculos con ese carnero y por eso es importante dar con el animalito. Más surrealista no puede ser el argumento. Para colmo, si el protagonista no da con el carnero, pasará a formar parte de todas las listas negras de Japón, es decir, que no podrá volver a trabajar en toda su puñetera vida (exagerado, pero no imposible: todo muy entroncado con la cruda realidad laboral nipona).

En definitiva, un delicioso paseo por el Japón norteño y aislado de la mano de Murakami, en una novela cargada de símbolos y magia.

viernes, 14 de octubre de 2011

"Estupor y temblores", de Amélie Nothomb


Hoy me permitiré la licencia de hacer una excepción y hablar de literatura no oriental, aunque se trata de una novela ambientada en Japón y por una autora que, aunque belga de nacionalidad y francófona de idioma, nació en Kobe (Japón), domina el japonés y se supone (aunque las páginas de este libro siembran la duda) que conoce en profundidad la sociedad del país del Sol Naciente.

Incluso he sentido la tentación de decir que voy a hacer dos excepciones si atendemos a lo manifestado en la segunda parte del subtítulo de esta bitácora (lo de "sin arrepentirme después"). Pero me paro a pensar y llego a la conclusión (y supongo que esto nos pasa a la gran mayoría) de que al final ninguna lectura es objeto de arrepentimiento, incluso si lo que se lee decepciona profundamente.

Pues sí, decepción es el regusto que me deja la lectura de "Estupor y temblores". Me temo que me ha pasado lo que a muchos de sus lectores, que nos habían hablado maravillas de esta novela (y de su autora, de quien hasta ahora solo he leído esto), y luego no hemos visto tales virtudes literarias. Lo que me he encontrado es con una novela muy sencilla (en el mal sentido de la palabra), una historia contada como la podría contar cualquiera, con la diferencia de que si la cuenta Nothomb se publica y recibe premios, pero si la cuenta otra persona no pasa ni del misericorde visto bueno en el más elemental de los talleres de escritura.

La acción sucede en el curso de un año, concretamente en 1990. Nos cuenta la historia de una chiquilla belga (la propia autora, pues se ha de creer que todo esto lo experimentó la Nothomb en sus carnes) que es contratada por una empresa japonesa por sus conocimientos de idiomas y experiencia, pero luego, una vez en Tokio, es relegada a las más sencillas tareas, a cada cual más ingrata y humillante. Desde luego, los jefes se lo ponen muy difícil a la joven empleada, pero no menos cierto es que ella da en ocasiones palpables muestras de ineficacia (ciertos problemas insalvables con el manejo de la contabilidad), cuando no de tendencia al cretinismo: da lástima por la propia Nothomb pensar que esta historia pueda tener algo de autobiográfico, por lo que prefiero suponer que tal insinuación no es más que un farol literario de la autora sin consonancia con la realidad.

Vivo y trabajo en Japón, y la descripción que hace del mundo laboral me ha parecido muy exagerada, tomando como referencia lo que percibo por acá en el día a día. Insisto en que la autora pretende vendernos la historia como autobiográfica, pero yo lamento tener que ponerlo en duda: que una persona con dominio del japonés y que llega a Japón esponsorizada por una empresa, sea relegada a la condición de limpiadora de váteres, no es realista (ni tampoco cautiva literariamente como recurso "hardcore" o de "surrealidad", al menos tal como lo cuenta) y no conozco a ningún "gaijin" (extranjero) que haya vivido esa experiencia. A lo mejor es que la situación laboral de los extranjeros (europeos y pijos como Nothomb, claro, que con los asiáticos es otro cantar) ha cambiado mucho en los últimos 20 años, pero sinceramente no creo que la coyuntura en 1990 fuera muy distinta a la de hoy. Muy extravagante (y de nuevo poco creíble) en sus arrebatos de locura y sus delirios de mujer-pájaro sobrevolando Tokio con la mente.

Y muy sosa la relación de amor-odio de corte lésbico-platónico que se trae con Fubuki, su superiora. Si esa situación hubiera caído en manos de otro autor menos ñoño y ajeno a las vocaciones minimalistas (aunque quizás eso sea lo mejor del libro: su levedad; la agonía no se prolonga en demasía), de ahí habría salido un sólido motivo para adorar esta novela.

Estupefacto y trémulo me he quedado... Lo siento, pero no.

martes, 4 de octubre de 2011

"Lejos de Toledo", de Angel Wagenstein


Durante el tiempo que pasé en Bulgaria, que fueron cinco años como el que no quiere la cosa, posiblemente una de las frases que más escuché en labios de mis interlocutores búlgaros al manifestar mi sorpresa ante algunas de sus costumbres o comportamientos (rara vez dejan indiferente al forastero), fue la siguiente: "Bulgaria es Oriente". Una afirmación que podría interpretarse como justificación o incluso como disculpa ante lo que a ojos de un europeo occidental que anda de paso por aquel país balcánico carece de una sencilla y aparente explicación. Y es que Bulgaria en ocasiones puede llegar a ser paradigma de lo irracional (y no se interprete esto como defecto, sino más bien como virtud).

El que caso es que, certera o no, apropiada o no, la frase de marras a mí me viene al pelo para poder hablar en esta bitácora de literatura oriental sobre una novela y un autor búlgaros de los que me apetecía hablar. Y si tenemos en cuenta que el autor, además de búlgaro, es judío, se incrementa más aún el aroma a "orientalidad" en todo este asunto.

Una gran sorpresa fue para mí descubrir hace pocos años a este Angel Wagenstein (Plovdiv, Bulgaria, 1922), un judío sefardí cuyos datos bibliográficos (los que figuran en la solapa de este libro y en la Wikipedia) son ya de por sí la jugosa base para una intensa novela de aventuras. De todos ellos, el que más me sorprendió con diferencia fue uno que le hace acreedor de frases hechas, refranes y topicazos tan recurrentes como "a la vejez, viruelas"; "más vale tarde que nunca" o (quizá el más adecuado) "nunca es tarde si la dicha es buena". Y es que resulta que, a sus 78 años, mientras muchos de sus coetáneos programaban un viaje a Benidorm con el IMSERSO, se echaban su partida diaria de dominó en el centro municipal de la tercera edad, o simplemente se narcotizaban con la programación televisiva de sobremesa, el bueno de Wagenstein decide iniciar una carrera literaria con su novela El Pentateuco de Isaac, que tendrá una buena acogida entre críticos y lectores, y será traducida a varios idiomas,entre ellos al español. En 2002, dos años después de El Pentateuco de Isaac, publica su segunda novela, que es esta a la que hoy dedicamos nuestra atención. Y todavía le han quedado ganas para publicar una tercera: Adiós, Shanghai (2004). Cierto es que Wagenstein había hecho sus pinitos como guionista cinematográfico en la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial, lo que quiere decir que la escritura ficcional no era para él un terreno inexplorado. Aun así, que alguien escriba las tres primeras novelas de su vida en el curso de cuatro años y siendo un octogenario, aparte de que debería ser "carne de telediario" (aunque por desgracia, noticias así no suelen salir en la tele), me parece un ejemplo a seguir (pero por desgracia, no lo suele ser).

De estas tres novelas de Wagenstein, que en su conjunto forman una trilogía dedicada al destino de los judíos de la Europa Central y del Este a lo largo de la última centuria, es Lejos de Toledo la que más nos toca desde el punto de vista temporal, ya que la acción transcurre en el tránsito del siglo XX al XXI, en una Bulgaria ya inmersa (salvajemente inmersa) en la sociedad de mercado y en constante transformación, para lo bueno y para lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad... Es una Bulgaria con muchas lagunas y agujeros negros en su frenético desarrollo, con un pie en la Unión Europea y otro fuera de ella. Una Bulgaria que avanza funámbula en la cuerda floja del desarrollo sin rumbo y ve como principal salvación el potencial turístico de sus escenarios naturales y urbanos, la especulación inmobiliaria y el empacho de ladrillo (algo que resulta peligrosamente familiar al otro lado del Viejo Continente, ¿verdad?).

Y a esa Bulgaria llega, procedente de Israel, Albert Cohen, judío de origen búlgaro que, tras muchos años viviendo en Oriente Medio, regresa a Plovdiv, su ciudad natal, con ocasión de la celebración de un congreso. Y allí revivirá algunos de los momentos más entrañables de su infancia, pero también se dará de bruces con algunos de los cambios que la república balcánica ha experimentado en las últimas décadas, como la presión a la que le someten ciertos individuos mafiosos que andan detrás de ciertas propiedades que la familia de Albert Cohen mantenía en Plovdiv.

En definitiva, es una novela que, como pocas, resume las virtudes y los vicios de la Bulgaria de nuestros días, pero hábilmente acompañada de contrapuntos de nostalgia, y todo ello con un talento narrativo y una plasticidad que dan fe del oficio que Wagenstein tiene como guionista cinematográfico. A ratos tierna, a ratos cínica, a ratos canalla, muy entretenida de principio a fin.

Está publicada por Libros del Asteroide y la traducción del búlgaro corrió a cargo de Venceslav Nikólov.


viernes, 30 de septiembre de 2011

"Out", de Natsuo Kirino


Continúo con mi labor de rescate de aquellas lecturas que hice tiempo atrás, en aquellos felices tiempos en que, al escuchar en labios ajenos la palabra blog, creía que se trataba de una burda onomatopeya de poco honorable significado.

Además, he observado que hasta ahora no había dedicado ninguna entrada en El levante de las páginas a la novela negra, ese género que va ganando adeptos a pasos agigantados, lo que no es de extrañar cuando al lector le toca ser testigo de una época tan borrascosa, tan oscura (ríete de la Edad Media), tan, en definitiva, negra...

Y en esas aguas temáticas de lo sombrío acostumbra a navegar la novelista japonesa Natsuo Kirino (Kanazawa, 1951). Con Kirino el lector se siente guiado al reverso de ese Japón que muchas veces en España vemos como paradigma de la pluscuamperfección. Con Kirino uno puede llegar a descubrir que no es novela negra nórdica todo lo que reluce... No es que me disgusten los Larsson, Mankell y demás (todo lo contrario), pero es que a veces me da la sensación de que no es posible escribir novela negra a día de hoy y triunfar si no llevas puesto el casco vikingo al sentarte frente al procesador de textos.

Pero lo cierto es que Japón como terreno para la novela negra ofrece tantos alicientes al lector como los países escandinavos. Al igual que sucede con éstos, la imagen de sociedad ahíta de bienestar, progreso, satisfacción y seguridad que Japón suele trasmitir al observador foráneo llega a contrastar rudamente con el escenario tan poco amable y apacible que se extiende sobre las páginas de estas novelas de lo sucio. Kirino nos demuestra en Out que Japón ofrece vías para la negrura literaria tan dignas y excitantes como las que proceden de la Europa helada.

Out (1997) narra la siniestra historia de cuatro amigas que trabajan en el turno de noche de una fábrica de obentos (la autora describe de tal manera la fabricación de estos platos precocinados que es muy probable no te queden ganas de catarlos en tu vida). Una de estas proletarias del obento es maltratada frecuentemente por su marido, quien para colmo se gasta todos los ahorros de la pareja jugando al bacará, así que un día la protagonista decide estrangularle, tras lo cual sus tres compañeras le ayudarán a deshacerse del cadáver. Y para conseguirlo, lo descuartizarán, ya que el peso del cuerpo inerte les impide moverlo de una pieza. Las investigaciones policiales llevarán a hacer creer inicialmente al inspector Imai que el asesino fue un tal Satake, un yakuza que dirige varios puticlubs y salas de juego, porque poco antes del asesinato propinó una paliza a la víctima del homicidio, que era cliente frecuente de uno de sus bares de alterne. Tras salir de la cárcel por falta de pruebas, Satake planea una venganza contra la verdadera autora del homicidio y sus cómplices. Y por si a estas chicas no les bastara con todas estas preocupaciones, un violador en serie opera de noche por las inmediaciones de la fábrica de obentos y tiene aterrorizado al personal femenino de la misma.

Lo que más me ha gustado de la novela es que se sale magistralmente de los convencionalismos de la novela negra. Como sucede en tantos ejemplos actuales de este género, va más allá y coquetea con otros campos temáticos. En el caso de Out, la incursión en el género del gore es obvia, y en ese sentido tiene la paradójica grandeza de agradar en la descripción de lo desagradable: Natsuo Kirino nos hace una certera y completa enumeración de los aspectos más feos del Japón de hoy, que van conectando en la trama de manera inteligente. El hilo argumental emociona y sorprende. El final es algo rarillo y forzado, o a mí me lo pareció, pero es perdonable teniendo en cuenta todo lo demás.

En su versión española la publicó Emecé.

martes, 20 de septiembre de 2011

"Silencio", de Shûsaku Endô


Otra novela a la que llegué tras el visionado de su versión cinematográfica, dirigida por Masahiro Shinoda en 1971.

Silencio (1966) es una grata rareza en todos los aspectos. Pocos son los ejemplos de novela histórica japonesa que hay traducidos al castellano. Sin embargo, tenemos la suerte de contar con versiones españolas de Silencio y El samurai, dos de los títulos fundamentales en la bibliografía de Shûsaku Endô (1923-1996).

Me gusta lo que he leído de Endô. Al principio, teniendo en cuenta los temas históricos que trata, uno piensa que va a leer la típica novela histórica de formato bestseller, abundante en erudición histórica y en descripción exhaustiva de corte decimonónico, trufada con elementos románticos a tutiplén. Pero no, en las novelas históricas de Endô el lector observa que este hombre se deja buena parte de su alma en la consecución de sus escritos, que el tema y la época tratadas le afectan y así lo deja reflejado en cada página. En la persona de Endô confluyen dos rasgos que le convierten en un ser singular para haber vivido en el siglo XX: era japonés y católico. No es de extrañar pues que las conexiones y los contactos entre su país y Occidente y la intervención en las mismas de agentes religiosos cristianos sean para él un tema primordial en algunas de sus novelas.

En la que nos ocupa, el protagonista es un jesuita portugués llamado Sebastião Rodrigues que llega a Japón en 1638 con el fin de contactar con Cristóvão Ferreira, otro misionero de su orden que había cometido apostasía y se había convertido al shintoísmo. Incluso hasta se había casado con una japonesa (en fin, que el tal Ferreira era todo un adelantado de su época). Sebastião Rodrigues quiere averiguar las razones que llevaron a Ferreira a abjurar de su fe original... ¡Y vaya que si lo averiguará! Allí descubrirá los expeditivos y "convincentes" métodos que el shogunato Tokugawa empleaba contra aquellos japoneses que se aventuraban a caminar por la senda de Cristo o contra todo aquel gaijin que se proponía acercarse a Japón a hacer proselitismo...

Como sucede en toda buena novela histórica, la trama argumental que gira en torno al padre Rodrigues no le impide a Endô generar una galería de personajes, hechos y ambientes que dibujen un retrato fidedigno de aquellos primeros años del periodo Edo y el fenómeno de las persecuciones a cristianos.

Pese a lo que se pueda creer, la obra no resulta radical en sus planteamientos ideológicos, ni tampoco es de esas que trate de convencernos de algo o de demostrarnos "una verdad", aunque insisto en que la novela se lee mejor si se tienen en cuenta las circunstancias sociales y humanas del autor. Al fin y al cabo, se lee para tratar de entender.

viernes, 16 de septiembre de 2011

"Las algas americanas", de Akiyuki Nosaka


Vamos con la prometida reseña de Las algas americanas, la novela corta de Akiyuki Nosaka que los de Acantilado publicaron en español junto a la aquí ya comentada La tumba de las luciérnagas, obra del mismo autor.

Desde la modesta perspectiva de un simple aficionado a la lectura, diré que una de las cualidades que más admiro de un escritor es su capacidad de abordar determinados temas o experiencias vitales (de nuevo hay que tener en cuenta lo mucho que de autobiográfico tienen los textos de Nosaka) desde múltiples perspectivas y tonos, muchas veces valiéndose de la creación de personajes de variopinta condición para lograrlo.

Recordemos que en La tumba de las luciérnagas Nosaka consigue dibujar, mediante el sombrío relato de la lucha por la supervivencia de dos hermanos de corta edad, un crudo panorama de muerte y desolación en un Japón que en 1945 agonizaba bajo el peso de las bombas estadounidenses. Las algas americanas, en cambio, queda ambientada en los años sesenta, en ese Japón que ha abandonado la posguerra y todo su universo de carestía material y hundimiento moral; un Japón que empezaba a solazarse en su recién conquistado bienestar, a la vez que se empecinaba en mirar con ojos de distanciamiento y espíritu de amnesia a aquellos años de sufrimiento y escasez que, después de todo, no quedaban tan lejos. Y de forma paralela a esas vertiginosas trasformaciones vividas por Japón en la segunda mitad del pasado siglo, evolucionaban las relaciones que este país asiático mantenía con Estados Unidos, que de enemigo a la fuerza pasaba a desempeñar un papel de amigo forzoso que llegaba a resultar bastante chocante y artificial a quienes de un modo u otro habían sido protagonistas de la contienda bélica que había enfrentado a ambas naciones veintitantos años atrás.

Y en esa dicotomía vive Toshio, propietario de una modesta agencia de publicidad cuya mujer, Kyôko, le anuncia un buen día que pronto van a recibir la visita de un matrimonio de jubilados estadounidenses que ella había conocido en un viaje a Hawai. En Toshio la visita despierta en él sentimientos encontrados y, en el riguroso celo que los japoneses muestran en el desempeño de su papel como anfitriones, interfieren inevitablemente los recuerdos que el protagonista guarda de los años de guerra y aquellos bombardeos "made in USA" que reventaron de manera inmisericorde su primera adolescencia, obligándole, como a todos los japoneses de su generación, a hacerse adulto antes de tiempo. Y luego el tiempo de la ocupación estadounidense tras la rendición japonesa, que Nosaka describe sin tapujos ni concesiones, como no podía ser de otro modo tratándose de él, aunque en esta ocasión la tragedia y la crudeza de La tumba de las luciérnagas queda sustituida por una descarnada sátira sobre el humillante proceso de "reeducación" a que se vio sometida la población japonesa en tiempos de paz. De la inagotable sucesión de desternillantes situaciones que describen de forma certera pero mordaz el proceso de asunción de la "pax americana", se lleva la palma la surrealista pedagogía empleada en las clases de inglés: si lo que Nosaka nos describe sobre esas metodologías es cierto (y aunque puede que el autor haya exagerado, algún fundamento de realidad sostendrá), uno puede hallar una explicación sostenible al pésimo nivel de inglés que posee una buena parte de la población japonesa.

En definitiva, una novela de Nosaka que consigue ser cachonda en lo trágico pero sin resultar chirriante: todo un logro.

domingo, 11 de septiembre de 2011

"La tumba de las luciérnagas", de Akiyuki Nosaka


Me acerqué a esta novela corta desde el cine, después de haber visto las tres versiones fílmicas que hay de esta obra literaria (las tres que yo conozco, claro, porque a lo mejor existen más). Me refiero al telefilme dirigido por Tôya Satô en 2005, al largometraje que Taro Hyugaji rodara tres años después y, sobre todo, el anime de 1988, obra de Isao Takahata. Son buenas las tres, sobre todo la película de animación, pero tras leer el texto original de Akiyuki Nosaka (Kamakura, 1930), uno tiene la sensación de que los guionistas de tales trabajos cinematográficos realizaron una leve pero palpable labor suavizante.

La cosa no es para menos, pues La tumba de las luciérnagas es uno de los relatos más crudos de cuantos se han contado sobre la vida en la retaguardia durante un conflicto bélico. Pero la verdad es que yo lo prefiero así: rotundo y sin concesiones.

La acción se sitúa en el verano de 1945, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. El escenario es la ciudad de Kôbe y sus suburbios, que en esas fechas son bombarbeados sin tregua por la fuerza aérea estadounidense. La novela tiene la solidez y la sinceridad argumentales con que suelen contar los textos literarios que algo de autobiográfico. Y tratándose de Nosaka, el asunto tiene mucho, muchísimo de autobiográfico, pues este autor pasó su infancia en Kôbe y sufrió en sus propias carnes esos bombardeos que el texto recoge. Además, quedó huérfano tras esos ataques y vivió como un vagabundo en los primeros años de posguerra. Y Nosaka vierte su propia experiencia vital en la figura de Seita, el niño protagonista de la novela, que ve cómo su madre muere calcinada en un bombardeo, mientras su padre perece en combate en una embarcación militar. A Seita solo le queda su hermana, la pequeña Setsuko, a quien él trata en todo momento de ocultar el horror de la realidad, en la que el hambre se presenta como la más cotidiana de las amenazas para la supervivencia de ambos hermanos.

Es una historia canalla y sórdida, sin tregua para el lector, que no hallará más que inquietud y desasosiego a medida que avance en la lectura. Sin embargo, la de La tumba de las luciérnagas no es una escritura exenta de belleza y poesía (característica que, lejos de dulcificar la historia, la hace más despiadada aún). Sencilla en su estructura, a veces resulta algo confusa esa mezcla en el mismo párrafo de narración, diálogo y reflexiones internas de los personajes; pero precisamente es esa íntima fusión o íntima proximidad de recursos narrativos lo que nos permite ver lo vecina que se halla esta ficción a la realidad vital de su autor.

En definitiva, una historia necesaria, intensa en lo mínimo de su contenido (la verdad es que no hacía falta cebarla con licencias ornamentales frívolas), de esas que demuestran que la mejor literatura a menudo nace del lado más displicente de nuestra condición y experiencia.

En España se ha publicado por Acantilado con traducción de Lourdes Porta y Junichi Matsuura, junto a otra novela corta del mismo autor titulada Las algas americanas, de la que hablaré en la próxima entrada, ya que aún me falta una docena de páginas para concluir su lectura.

martes, 6 de septiembre de 2011

"El elogio de la sombra", de Junichiro Tanizaki


Lo que me ha proporcionado este breve ensayo de Tanizaki, una de las obras fundamentales de este autor japonés del siglo pasado, ha sido un curioso ejercicio de lectura, agradable de leer y hasta gracioso y chocante, sobre todo por la manera que tiene de iniciarlo.

La tesis que sostiene Tanizaki en este trabajo es que la sombra ha sido el componente básico del sentido japonés de la estética y el elemento que más ha influido en el genio creador nipón.

Digo que resulta gracioso y chocante su empiece porque, suponiendo que se trata de un ensayo sobre arte y estética, al bueno de Tanizaki no se le ocurre otra cosa que dar comienzo a su discurso describiendo las letrinas japonesas y el beneficio que su condición de lugares sombríos aporta a sus usuarios, a diferencia de los aseos occidentales, cuya blancura y luminosidad hace que resulten más visibles los desechos que produce el cuerpo humano...

Son curiosas las constantes comparaciones que se hacen con respecto a Occidente, que él ve como una civilización que magnifica la luz, y que a veces nos pueden resultar algo desfasadas, pero no olvidemos que el libro se escribió hace tres cuartos de siglo. Luego tiene observaciones que me parecen muy certeras, como el perjudicial uso de las nuevas técnicas de iluminación en las representaciones teatrales japonesas, que requieren una luz más tenue, para acentuar la estética dramática en la sombra.

Y bueno, con lo que me deja Tanizaki verdaderamente alucinado es con una advertencia que nos hace al final de libro: comenta que desde que en Japón se usa energía eléctrica (él vivió el tránsito de la vela a la bombilla, como quien dice), los veranos son verdaderamente insufribles, porque la luz eléctrica genera un calor que los farolillos o los candiles no producían, aparte de que la menor intensidad lumínica no atraía a los mosquitos a los hogares. Vamos, todo un discurso de corte ecologista que, para estar escrito en 1933, bien podría decirse que ya nos anunciaba los ataques al medio ambiente que la humanidad iba a producir en años venideros con la emisión excesiva de calor; en fin, eso que ahora llamamos "cambio climático" y que a Tanizaki no le pasó desapercibido en su momento. Y hoy, en 2011, en un Japón que tras la catástrofe nuclear de Fukushima se ha planteado el ahorro de energía eléctrica como una cuestión prioritaria, casi de mera supervivencia, el mensaje y discurso que nos transmite este libro se ha visto fuertemente revalorizado. Si tras la Segunda Guerra Mundial Japón viró radicamente su sentido de la estética al abuso en el consumo lumínico (esos neones dominando en la noche tokiota que han sido el icono del Japón de la segunda mitad del siglo XX), tal vez ahora esta nación se encuentre ante una ocasión inigualable de recuperar su aprecio a las tinieblas como elemento generador de belleza.

En definitiva, se recomienda este interesante trabajo sobre la cultura japonesa, obra de uno de los autores más representativos de la misma.

martes, 30 de agosto de 2011

"Botchan", de Natsume Sôseki


Hay novelas capaces de ejercer un poderoso influjo sobre quienes emprenden la aventura de leerlas; son novelas que transforman, novelas que le hacen a uno ver la realidad de otro modo, o desde otra perspectiva; novelas con aroma a trascendencia, de esas que dan motivos para seguir leyendo libros hasta el infinito. En cambio, existen otro tipo de novelas, no menos necesarias ni menos adictivas, que lejos de modificar el esquema vital del lector, establecen una vigorosa complicidad entre éste y los protagonistas de la historia, que son las más de las veces trasunto del autor.

Entre ese segundo tipo de novelas, y por lo que a mi experiencia vital respecta, se encuentra Botchan, la descarnada novela satírica que Natsume Sôseki publicó en 1906. En ella se cuentan las experiencias de un joven profesor, el tal Botchan (diminutivo demasiado cariñoso para un profe, que preludia lo que vamos a leer), que abandona las comodidades de Tokio para establecerse en una modesta ciudad de la isla de Shikoku (probablemente Matsuyama, donde el propio Natsume Sôseki fue profesor). Botchan no es precisamente bien recibido en su nuevo destino, y no ya solo por sus cafres alumnos (que, rizando el rizo, resultan ser el menor de los problemas de Botchan), sino por la mayoría de sus compañeros de docencia y por el director de la escuela, que miran con mucho recelo a este recién llegado de la capital. Pero pronto Botchan sabrá establecer una exigua pero eficaz red de amistades y tratará de salir a flote de tan hostil medio, contra viento y marea y caiga quien caiga...

Por recientes experiencias profesionales que tuve en el sector de la enseñanza secundaria, insisto en que pocas veces me he sentido tan identificado con el protagonista de una novela como de hecho me sucedió con nuestro Botchan. Es un libro que debería ser de cabecera para todo profe de ESO y Bachillerato o, sobre todo, para quienes aspiren a serlo (digo "sobre todo" porque todavía están a tiempo de replantearse su futuro profesional). Y es que la novela resulta muy pedagógica en cuanto a que demuestra que problemas que creemos del mundo actual, tales como la falta de disciplina en las aulas, la corrupción en los puestos directivos, la escasa motivación del profesorado, eran lacras que estaban presentes en un marco espacio-temporal tan lejano al nuestro como el Japón de hace un siglo.

Y además de aleccionadora, resulta altamente divertida, en la línea de Yo, el gato, la anterior novela de Natsume Sôseki, que también comenté en este blog hace poco más de un año. Bueno, probablemente Botchan no esté técnicamente tan lograda como aquella, pero no le va a la zaga en cuanto a sentido del humor y sentido de la sátira social: la era Meiji, que en la historia oficial de Japón suele figurar como un respetable periodo de prosperidad y modernización, en Natsume Sôseki siempre figura como una época lamentable y patética, donde los japoneses se debatían entre el modelo de sociedad moderna occidental y el tradicional oriental, pero escogiendo en buena parte de las ocasiones lo peor de cada uno de ellos.

La figura de Botchan resulta un personaje entrañable pese a su cinismo y su carácter aparentemente nihilista (pero solo aparentemente), aunque el lector acaba solidarizándose con él, al ver que el medio corrompe y deforma a quien inicialmente no parece resultar tan canalla ni tan mordaz. Obligado te veas... Lo que sí que no me convence es la comparación que de Botchan se ha hecho con el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno, de Salinger. La comparación no está mal como estrategia comercial para vender muchos ejemplares de Botchan, pero habría que recordar que en todo caso sería Salinger quien habría copiado a Natsume Sôseki, ya que Botchan se publicó en 1906 y El guardián entre el centeno data de 1951... Aparte de eso, Caulfield sí que resulta un individuo nihilista, que navega sin rumbo, con cierta tendencia a la autodestrucción, pero no es el caso de Botchan, que a veces parece ser el único personaje de su entorno dotado de valores y de sentido del deber. Podríamos incluso decir que el Caulfield de Salinger se sitúa en las antípodas del Botchan de Natsume Sôseki.

Lo que sí está claro es que, seas o no seas profesor, Botchan es una excelente forma de pasar unas horas de diversión y disfrutar con el arte de la mejor pluma japonesa de comienzos del siglo XX. Para quienes no hayan leído aún nada de este autor, esta novela es una de las más adecuadas para iniciarse.

La publicó Impedimenta, con traducción de José Pazó Espinosa.

martes, 23 de agosto de 2011

"El rumor del oleaje", de Yukio Mishima


Me dirán que soy un pedante, o un exagerado, o que incurro en tópicos, o incluso que lo único que hago es parafrasear la reseña que figura en la contraportada del libro (lo que en este caso sería completamente cierto), pero no por ello pienso privarme de decirlo, puesto que así es como yo también lo percibo: El rumor del oleaje es una de las más bellas historias de amor jamás contadas. Y es que el gran Mishima sería un tipo duro y fanático al tratar temas de naturaleza política, pero cuando se ponía en plan tierno, nadie le aventajaba.

Pues sí, una linda historia de amor; ¿por qué no decirlo si es verdad? Podría también caer en otros tópicos de naturaleza más pedante como que en esta novela de Mishima queda muy bien ejemplificado el concepto japonés del giri (義理) u obligación social (o sea, para que nos entendamos, giri es saber quiénes son tus superiores y lo que les debes). Los "niponólogos-todo-a-cien" de marras no dudan en recoger tal apunte en sus blogs para demostrarnos lo puestos que están en sociología nipona ("sepa usted lo que es el giri y no necesitará saber nada más sobre Japón", parecen querer decir). Y no es que anden desacertados quienes así lo ven, pero lo que me gustaría preguntarles es lo siguiente: ¿Es algo tan extraño que esta obra refleje el concepto de giri? ¿Es que hay alguna novela japonesa donde no se refleje en mayor o menor medida? En una sociedad donde todo el mundo tiene bien clarito quién es quién y cuáles son sus obligaciones para con los que le rodean, es normal que el giri sea una realidad social omnipresente en la literatura y el cine. Y es más: se podría decir que Mishima en esta obra se opone decididamente a la observación del giri y apuesta más por la defensa del concepto de ninjô (人情), o sea, la vertiente emocional del ser humano. Así lo vemos en El rumor del oleaje, donde su protagonista, el joven Shinji, hijo de un pescador que murió en la Segunda Guerra Mundial, se enamora de una joven recolectora de perlas llamada Hatsue que vive en el mismo pueblito costero. Y el amor del mozo es correspondido por la chavalilla. Lo malo es que ella tiene muchos admiradores y pretendientes, algunos de ellos bien dotados de "pastizábal", lo que hace que Shinji lo tenga bien difícil para poder casarse con Hatsue (es lo que tiene el giri dichoso). Ahí surge un tal Yasuo, cual versión nipona de la figura del señorito español de posguerra, como principal candidato a quedarse con la moza. Pero Shinji y Yasuo serán sometidos a una prueba, sin que ellos sean conscientes de ello y que manda al giri a freír espárragos. Cuando la leáis, sabréis por qué.

Está publicada en español por Alianza Editorial.

sábado, 20 de agosto de 2011

"La bailarina", de Ôgai Mori


Aún no había leído nada de Ôgai Mori (1862-1922), el autor que, junto a Sôseki Natsume, impulsó la modernización (nada de occidentalización, como se lee por ahí) de la narrativa japonesa durante los últimos años del periodo Meiji (1868-1912).

Ha resultado muy grata la experiencia de leer La bailarina (1890), novela corta de poco más de 50 páginas que narra la experiencia de un estudiante japonés que se traslada a Alemania a trabajar para su empresa y también a estudiar en la universidad, algo que el propio Mori hizo, lo que confiere a este relato matices de autobiografía. A través del texto uno toma conciencia de las estrechas relaciones bilaterales que Japón había sabido forjar con algunas de las potencias europeas de la época, en este caso Alemania, al observar que en Berlín existía, según cuenta el narrador (el protagonista, que lo hace en primera persona) una colonia de estudiantes japoneses.

Sin embargo, la novela no navega tanto por los derroteros costumbristas y sociales, sino que, en consonancia con el carácter introvertido del joven estudiante nipón, se centra en el encuentro fortuito de este con una joven bailarina alemana de extracto social humilde, de quien poco a poco el chico va quedando prendado, con los problemas que eso le acarrea, dados los infinitos prejuicios que en la época existían hacia el mundo del "artisteo".

Novela que nos habla de amor, de relaciones sentimentales entre personas de distinta nacionalidad y del esfuerzo por superar las barreras culturales, que a veces resultan insalvables... ¡No me digáis que la novela no resulta moderna para haber sido escrita hace más de 120 años! A pesar de todo, el paso del tiempo se deja notar a medida que uno va leyendo y se dejan ver en el relato valores, razonamientos y pautas de conducta que pueden provocar en el lector del siglo XXI una sonrisilla, cuando no una sonora carcajada. Con todo y con eso, su lectura resulta fresca, muy ligera, sencilla, casi naif, yendo en todo el momento al grano pero sin sacrificar la lírica y recreación de un ambiente algo depresivo, trágico...

La publicó en castellano recientemente Impedimenta, con traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés.

"Mil grullas", de Yasunari Kawabata



Es lo que más me ha gustado de Kawabata de cuanto llevo leído (lo reconozco sin pudor de ningún tipo; el Nobel no es de los autores que más me convencen). Es la curiosísima historia de un hombre que amó a dos mujeres y al fallecer, su hijo Kikuji se relaciona con las dos, una de ellas (Chikako) como maestra de la ceremonia del té, y otra (la señora Ota) de la que llega a ser también amante. Chikako siente celos hacia Ota, porque fue abandonada por el padre de Kikuji en favor de la segunda, tal vez porque Chikako tiene una fea mancha entre los pechos. A la vez, Kikuji va a entablar una relación con la hija de la señora Ota, mientras Chikako pretende presentarle a otra joven con intenciones matrimoniales. Posteriormente, al no hacer Kikuji mucho caso de las propuestas de Chikako, el papel de la maestra del té será tremendamente destructivo, creando mentiras con las que tratará de perjudicar a Kikuji.Me ha llamado la atención en esta novela esos fuertes contrastes entre la delicadeza desplegada en la ceremonia del té, con esa especial sensibilidad que se muestra en la elección de los utensilios cerámicos, frente a lo poco cortés que se puede mostrar Chikako en sus actos y sus palabras.

En pocas páginas, Kawabata da muestra de su amplio conocimiento del ceremonial del té, con esas tazas de diferentes escuelas, colores y facturas que expresan distintos estados de ánimo y actitudes de los protagonistas, identificando casi a modo fetichista objetos y actos.

Se lee bien y engancha.

Está publicada por Emecé y traducida al español por María Martoccia.