jueves, 23 de febrero de 2012

"El ocaso", de Osamu Dazai


Llegó la hora de saldar mis cuentas literarias con Osamu Dazai (1909-1948), figura emblemática como pocas de las letras japonesas de la primera mitad del pasado siglo. Y para empezar a rendir a Dazai el tributo lector que se me merece, El ocaso (Shayô, 斜陽) es una acertada elección, o al menos esa es la sensación que el texto me ha transmitido.

Impacta comprobar que Dazai, a un año de su suicidio, logra registrar de forma precisa y en unas pocas páginas todo el desencanto que le andaba rondando la cabeza por aquel entonces, como miembro que era de una sociedad (la japonesa de posguerra) que se veía ante la necesidad y el reto de afrontar cambios muy radicales en su identidad, cambios para los que buena parte de los nipones, anímicamente asfixiados en la derrota, no estaban lo suficientemente preparados ni motivados. Y quizás fue por eso que Dazai decidió quitarse de en medio con solo 39 años. Digo "quizás", porque los verdaderos motivos de aquello lógicamente solo los conoce el propio escritor y posiblemente Tomie, su amante, que decidió acompañarle en el acto suicida.

Lo cierto es que toda esa sensación de amarga decadencia y de incertidumbre, que envolvía a aquel Imperio del Sol Poniente que era aquel Japón inmediatamente posterior a 1945, queda magistralmente personificado en el trío protagonista de El ocaso, que son los tres supervivientes (una madre y sus dos hijos) de una rancia pero arruinada familia aristocrática que naufraga en medio una época en que es irrelevante poseer sangre azul.

De los tres personajes me quedo con Naoji, el hermano varón, que se muestra como un trasunto del propio Osamu Dazai: personaje nihilista y dostoievskiano, desencantado de la vida tras haber servido como soldado durante la guerra, encuentra sólo válvulas de escape en el consumo de drogas. Y al final, ni tan siquiera con eso. Su lógica argumental sobre el suicidio, vertida en un sobrecogedor testamento al final de la novela, acaba resultando incontestable, merced a un planteamiento tan rotundo como minimalista: "Si tenemos derecho a vivir, tenemos derecho a morir".

En cuanto a la madre y a Kazuko, la hija, son el contrapunto moderado a los excesos de Naoji, aunque representan igual que él (o puede que incluso con más fuerza) toda esa decadencia nobiliaria, todo ese férreo anclaje en el pasado. La madre, arruinada en la economía y en la salud; y la hija, que sueña con el amor que una vez tuvo (está divorciada) y anda detrás de un tal Uehara que no hace más que darle largas. Patético cuadro humano para una patética situación coyuntural que no es otra que la del Japón recién derrotado en la Segunda Guerra Mundial.

El libro está agotadísimo, como últimamente es norma cuando se trata de buena literatura. La edición en español más reciente es la de Txalaparta (2004), aunque yo he utilizado la de Luna Books, una editorial ubicada en Japón y que publica obras literarias clásicas de ese país traducidas al castellano, la mayoría por Montse Watkins, como en el caso que nos ocupa. Por si el agotamiento de las ediciones no fuera suficiente obstáculo para acercarse a esta novela, resulta que El ocaso tampoco es un libro disponible en formato digital, según parece, ni por vía legal, ni por vía pirática... En definitiva, que a quien desee leerlo no le queda otra que emprender una romería por todas las bibliotecas públicas de su ciudad, con el ánimo de que alguna de ellas albergue milagrosamente un ejemplar de la obra.