jueves, 31 de mayo de 2012

"1Q84", de Haruki Murakami


Puede ser que emprendiera la lectura de esta novela con un cierto grado de ansiedad tras varios meses tratando de encontrar un hueco temporal para su lectura, o puede ser que de Haruki Murakami haya leído cosas mucho mejores; pero lo cierto es que, sea por lo que sea, 1Q84 es la fatídica fórmula que sintetiza una de las mayores decepciones literarias que me he llevado en los últimos tiempos.

Cierto es que he conseguido completar la lectura de los tres libros que componen esta obra sin aburrirme ni remolonear en demasía (aunque reconozco que para lograrlo ha sido necesario calzar en el proceso lector algunos relatos de Chéjov: hacía falta una bombona de oxígeno intelectual para alcanzar la meta). Y quizás eso le sirva a Murakami, a quien lo mejor le satisface saber que la gente es capaz de leer de principio a fin más de 1.500 páginas salidas de su pluma, porque a lo mejor supone que los lectores somos mayoritariamente vagos y solemos dejar nuestras lecturas inacabadas: si es eso lo que piensa (que espero que no), ¡qué poco nos conoce! Y que conste que tengo a Murakami por un buen lector, tan bueno o incluso mejor que escritor.

Pero es que me da la sensación de que en 1Q84 Murakami ha pretendido abarcar mucho para finalmente apretar muy poco. Ha querido aunar géneros como la novela romántica, la negra, la de ciencia-ficción, la fantástica, la histórica, para finalmente conseguir un producto que no es ninguna de ellas ni, lo que es mucho peor, una digna suma de todas ellas.

Está muy bien el realismo mágico, o al menos, si no es realismo mágico estrictamente hablando, la fusión en una sola obra de elementos reales y fantásticos. Pero siempre que un autor se adentra en ese campo, debe saber manejar adecuadamente los ingredientes de realidad e irrealidad, conjugarlos sabiamente para que salga algo coherente y creíble (sí, porque incluso los elementos increíbles deben ofrecer al lector cierto grado de posibilidad, para que hagan buen maridaje con los elementos realistas). Y en esta ocasión, me parece que a Murakami se le ha ido la mano… Parece que le apetecía escribirnos esta historia, a costa de lo que fuese, y lo hizo; al fin y al cabo él puede hacerlo.

Pero, qué queréis que os diga, me parece que la relación entre lo real y lo fantástico se ve excesivamente forzada en 1Q84, con situaciones que me han provocado el sonrojo y la hilaridad, a saber:

(SI AÚN NO HAS LEÍDO 1Q84 Y TODAVÍA TE QUEDAN GANAS DE HACERLO, ES MEJOR QUE NO LEAS LO QUE VIENE A CONTINUACIÓN)

Tengo la sensación de que Murakami ha abaratado mucho su estilo: lo lleva haciendo desde que se convirtió en un autor de masas, pero en 1Q84 ha alcanzado niveles de sencillez alarmantes: por momentos creí estar leyendo a Stieg Larsson, con esas frases sencillas, básicas, y la información sobre los personajes y sus actos que se repite una y otra vez a lo largo del texto, por si se nos olvidan, cosa que a lo mejor agradece la mayor parte de los lectores (espero que no), pero a mí me parece que con eso están ofendiendo la inteligencia y la memoria de los lectores, a quienes deben ver incapaces de cumplimentar sin dificultad la lectura de una novela de más de mil páginas. Ignoran Larsson (y ahora también Murakami) que eliminando todas esas repeticiones reducen considerablemente la extensión de su trabajo, de forma que las mil páginas podrían quedarse en ochocientas sin esas reiteraciones innecesarias. Aprecio a aquellos autores que nos permiten, mediante la sencillez de su estilo, disfrutar del placer de la lectura, pero una cosa muy diferente es dárnoslo todo mascado.

No me voy a meter a analizar a la pareja protagonista (Aomame y Tengo): lo dejo en manos de cada lector.  En cualquier caso, son dos personajes muy "murakamianos" y entran dentro de lo que es la línea habitual del autor. Pero el tercer personaje, que comparte protagonismo con Tengo y Aomame a partir del tercer libro, sí que merece un apunte crítico, y no precisamente con intenciones halagüeñas:

El personaje de Ushikawa entra tarde y mal en la novela. Acaba siendo muy previsible en todo lo que hace y en su actitud: el narrador nos predispone para odiarle; es feo por dentro y feo por fuera; es ridículo en todos los aspectos, pese a lo inteligente que es. Estaba anunciado que tenía que acabar mal y mal acaba, aunque su desafortunado encuentro con Tamaru (otro personaje poco trabajado, con su chulería y su frialdad que se queda a la mitad del camino) acaba asemejándose demasiado a un guion de Quentin Tarantino… Insisto en que Murakami se está abaratando mucho, demasiado…

Poca profundidad en líneas generales, lo que ya es triste en más de 1.500 páginas: mucha abundancia de nada… Siempre he admirado a Murakami por sus frases rotundas, por sus incontestables citas, por sus enriquecedoras enseñanzas; pero en esta ocasión no ha habido frase o párrafo que me haya obligado a interrumpir la lectura y tomar el lápiz para subrayar o anotar. 1Q84 sólo me ha servido para descubrir una impetuosa Sinfonietta de Janacek (no pude evitar descargármela), y me ha contagiado con las ganas de leer La isla de Sajalín de Anton Chéjov, aparte de recordarme que el inicio de Ana Karenina es uno de los más certeros de la historia de la literatura mundial en su inapelable contraste sobre la felicidad y el dolor (sí, me refiero al “tarantiniano” discurso de Tamaru ante Ushikawa.

Pero poco más…

miércoles, 9 de mayo de 2012

"La madre del capitán Shigemoto", de Junichirô Tanizaki


Da gusto ver cómo el arte de literario de Tanizaki se va complicando y va madurando en sus ingredientes, pero siempre manteniéndose fiel a la esencia inicial de los mismos, mejorando y perfeccionando, pero sin renunciar a nada; añadiendo si acaso, en vez de quitando.

En este caso, la genialidad de Tanizaki reside en retomar una leyenda tradicional que tiene lugar entre los siglos IX y X (periodo Heian) para convertirla en una historia sugerente, emotiva, plástica y muy "tanizakiana". Se trata de la historia del rapto de una mujer cuyo primer marido, un octogenario llamado Fujiwara Kunitsune, no puede controlar la situación, lo que lleva al ministro Shihei a aprovecharse de la misma y a llevarse a la esposa de este y casarse con ella (así funcionaban las cosas en el Japón de hace mil años). Y en medio de esa situación, un joven llamado Shigemoto, hijo del anciano y de esa mujer, sueña con ver a su madre mientras poco a poco va descubriendo que el abuelete quería a aquella mujer más que a cualquier otra cosa en este mundo.

Con esta novela he podido llegar a entender a quienes aseguran que la obra de Tanizaki es difícil. Y lo cierto es que La madre del capitán Shigemoto me ha parecido tan placentera en su lectura como cualquiera de las obras anteriores de Tanizaki. Sin embargo, la complejidad argumental de este trabajo, ejemplo del alto nivel de madurez literaria alcanzado por el autor, obliga al lector a esforzarse un poquito más en su tarea, pero sin que con ello deje de resultar una novela asequible. Es compleja también en lo relativo al estudio de la condición humana: al incrementarse el número de personajes (Tanizaki se manejaba con bastantes menos en sus anteriores novelas), aumenta también el repertorio de pasiones, virtudes y vicios a analizar y describir. Véase por ejemplo ese contraste casi maniqueísta entre Shihei, el "malo-malísimo" de la historia que abusando de su poder se lleva a la madre de Shigemoto; y Fujiwara Kunitsune, el "bueno-buenísimo" que permanece fiel al amor de su raptada esposa.

Como broche de oro a la historia, entran en escena elementos budistas místicos y ascéticos como el principio de la Contemplación de la Impureza, según el cual a través de lo impuro se puede alcanzar lo puro, o incluso, rizando el rizo, tomar conciencia de la inexistencia de lo puro. Y eso llega a servirle a Tanizaki para poner en marcha situaciones como la visita a cementerios para meditar mediante la contemplación de cadáveres, cuando no al robo de orinales para obtener las pruebas de que la mujer amada no es una diosa y posee imperfecciones humanas (y no cuento más sobre esta historia de corte escatológico, porque no quiero privar a los futuros lectores del placer de descubrirla por ellos mismos).

En definitiva, una historia profunda, bella, a ratos tierna, donde el amor y la eterna búsqueda del mismo por parte del hombre son los principales mecanismos que mueven a los actores.