miércoles, 30 de septiembre de 2015

"El Mahabharata"


Ya sé que, al leer este libro, no he leído el Mahabharata. Ya sé que el Mahabharata es uno de los poemas más extensos del mundo, y que sus más de 300.000 versos no cabrían en las poco menos de 400 páginas que integran esta versión en español publicada por Ediciones Sígueme, que para colmo no es una traducción directa del sánscrito, sino que es la traducción de un texto en francés escrito por Serge Demetrian, autor de esta versión del Mahabharata que elaboró a partir de testimonios orales que él mismo fue recogiendo en la India, según nos cuenta en el prólogo, como también nos advierte de que lo que vamos a leer no es sino una versión abreviada de la epopeya india en la que se limita a recoger las partes del poema que abordan los cruentos a la par que fantásticos y sobrehumanos combates que libraron los Kaurava y los Pandava, dos ramas de la misma familia, por tratar de ocupar el Trono de la Dinastía Lunar. En definitiva, una historia de hermanos que se “quieren” como hermanos a la hora de cobrar una herencia; nada que le pueda sorprender a una mujer u hombre del siglo XXI pese a que se lo cuente una leyenda cuyos orígenes estarían en un conflicto real acontecido en la India del siglo XIV a. de C. Y es que, a lo largo de tres milenios y medio, pocos cambios se perciben en la humanidad más allá de lo puramente tecnológico. La estupidez, en cambio, permanece ahí, supongo que debido a ese sorprendente apego que solemos tener a toda esa costra de sinsentidos que nos cubre y que reconocemos bajo el común denominador de “tradición”. Y la guerra, claro está, forma parte de esas inmarcesibles tradiciones, que además se nos antoja bonita, estética: ¡Hay que ver la cantidad ingente de buena literatura que ha generado un hecho tan primario y sencillo como es cargarse al vecino por el mero hecho de que ondeaba otra bandera, hablaba otro idioma o, lo que es mucho más frecuente tratándose de guerras, porque uno se quería apandar de lo que era del otro y viceversa!
 
Es evidente que el Mahabharata a día de hoy cobra una vigencia extra, una carga de actualidad añadida a la que ya de por sí ha tenido a lo largo de los tiempos. Sí, porque vivimos tiempos en que algunos políticos recurren a la literatura épica clásica, pero sobre todo a la fantástica contemporánea, para explicar situaciones de la política actual, para intentar resultar didácticos (aunque no lo suelen conseguir) a la hora de hablar sobre la naturaleza del poder y la lucha por el mismo. Y lo cierto es que, incluso fracasando en sus conatos de explicación, la suya me parece una pedagogía de lo más acertada, de verdad.
 
Me pregunto si en España existe algún político que haya hecho uso del Mahabharata para hacer didáctica del poder. Es más, me pregunto si algún político español ha leído siquiera el Mahabharata; y a veces esos políticos hasta hacen que me pregunte si muchos de ellos acaso alguna vez han leído algo, lo que sea, incluso cuando dicen que leen. Ellos se lo pierden si no lo leyeron, porque en el Mahabharata se dan cita todos los valores que uno necesita conocer para orientarse bien en el mundo de la política (quizás en el mundo, en general) y, a su vez, para que esos políticos no nos timen a nosotros: conocer textos como el Mahabharata es ir un paso (o más de uno) por delante de ellos. Por sus páginas van desfilando asuntos contrapuestos y omnipresentes a la vez, tales como la vida y la muerte, la virtud y el destino, la fuerza y el derecho (el dharma o justicia moral a la que constantemente apelan los personajes del libro, más o menos como cuando un político español de hoy apela “a la transparencia o a la constitucionalidad de las actuaciones…”).
 
Y al margen de ese aspecto pedagógico, contamos con la tensión que ofrece ese duelo bélico entre los Kaurava y los Pandava. Sin embargo, el lector pronto se da cuenta de que el autor o autores del poema cuentan con un bando favorito y además no se trata de un duelo de igual a igual como uno podría llegar a pensar antes de emprender la lectura. Los Pandava son el partido que goza del favor del bardo, pero también por las instancias supremas de la época y el lugar, ya que Krishna, nada más y nada menos, está de su parte. Hay favoritismos, pues. Hay maniqueísmo. Hay buenos muy buenos y malos muy malos. Nada que reprochar en ese sentido a los creadores anónimos del poema, pues la épica siempre ha tendido a ensalzar unos colores y demonizar otros. Incluso se podría decir que en ocasiones esa es su finalidad. Están, por tanto, dentro de lo que se consideraría normal. Además, si se para el lector a pensar, en esto también encontrará su buena dosis de pedagogía, ya que no hay discurso político actual que no incurra en esa infame división dual del mundo en buenos (nosotros) y malos (ellos). Y es que, incluso perteneciendo a la misma casta (palabra que en el lenguaje político actual ha encontrado su acomodo), como sucede con los Kaurava y los Pandava, que son miembros de la casta de los kshatriya (la casta de los reyes y guerreros), como no dispongas de los medios adecuados para la victoria (ya quisieran contar los ejércitos de hoy con el fabuloso e infalible armamento que se describe en algunas de las escaramuzas militares del Mahabharata), o no cuentes con el beneplácito de quien ha de ofrecerte el apoyo decisivo e insoslayable para alcanzar tu meta (y que cada uno imagine quién sería ese Krishna del siglo XXI confesor de impagables favores, gracias y virtudes), no hay nada que hacer. La conclusión sería que, incluso siendo todos de la misma casta, unos son más casta que otros. Pero no se lo reprochen a los autores del Mahabharata: es simplemente lo que hay. Gran lectura.

 

martes, 1 de septiembre de 2015

"Diario de un viejo loco", de Junichirô Tanizaki



Tanizaki en su más puro estado. Diario de un viejo loco es una de las últimas obras de este autor japonés, escrita a comienzos de los años sesenta, poco antes de su muerte, que tuvo lugar en 1965. La historia es contada a modo de diario, siendo el protagonista un jubilado de setenta y tantos años. Sabiendo esto, a un lector español le puede resultar inevitable recordar las novelas que Miguel Delibes escribía con protagonistas de similar edad, como La hoja roja y Diario de un jubilado, pero las semejanzas no van más allá de ese superficial parecido. El abuelo de Tanizaki poco tiene que ver con aquellos abuelos de provincias recatados y agónicamente preocupados con la inminencia de la muerte que nos retrataba Delibes. El abuelo de Tanizaki, que se llama Utsugi, es un personaje puramente tanizakiano, con las obsesiones tan características de los protagonistas varones de las novelas de este autor japonés. Utsugi no es un jubilado japonés al uso, de esos que se entretienen cuidando de su jardín o de su perro, o que de vez en cuando juegan al golf o limpian los parques de su barrio en calidad de voluntarios. Nada de eso. Nuestro jubilado vive obsesionado con su nuera, Satsuko, que se aprovecha de la situación y le saca al abuelete todo lo que puede y más. Y, cómo no, de esta manera Satsuko viene a engrosar la amplia legión de mujeres fatales y dispensadoras de los más refinados placeres fetichistas o de dominación que tan magistralmente supo retratar Tanizaki a lo largo de su obra literaria. Cabe añadir que Utsugi está muy malito de la salud, que tiene los días contados, y que además es plenamente consciente de ello. Sin embargo, o precisamente por ello, no parece darle muy poca importancia al asunto, como tampoco se la da a las consecuencias que su relación con Satsuko pueda tener en su entorno familiar, como de hecho las acaba teniendo.

El formato de diario, aunque es un formato que a mí nunca me ha convencido demasiado para una novela, por lo limitado y rígido que resulta como estrategia narrativa, Tanizaki lo maneja bien en esta obra y consigue crear tensión en el lector, como por ejemplo cuando la crónica de un día anuncia algo para los días siguientes y nos anima a seguir leyendo.

Dirán ustedes que últimamente me pongo muy pesado con la obra de Tanizaki, que parece que no hay otra en la literatura japonesa, pero es que cuando un autor consigue que la lectura de sus libros me envuelva hasta el punto de leerlos de un tirón y generalmente en el transcurso de un día, sin tener que recurrir a lecturas paralelas para oxigenar las partes dañadas del cerebro, merece todos mis respetos y cuantas entradas sean necesarias en este blog.