jueves, 28 de junio de 2012

"Tristeza de hereje", de Junichirô Tanizaki


Esta novela corta, junto a Jotaro el masoquista, se publicó en un solo volumen por Bid & Co. Editor, con traducción de Ryukichi Terao en ambos relatos. Y como sucede con aquélla, ésta es una de esas obrillas que en su modestia literaria nos pueden ofrecer abundantes datos sobre el autor y su forma de ver y hacer las cosas, tanto o más que en algunas de las llamadas “obras maestras”. Escrita por Tanizaki en 1917, Tristeza de hereje nos sumerge en la existencia de Shozaburo, un joven tokiota de rollo nihilista y bastante egocéntrico, hasta el punto de que la muerte prematura de un amigo suyo llega a causarle cierta alegría por el mero hecho de que con ello se libra del pago de una pequeña deuda que había contraído con el difunto…

Una vez más se observa la historia de una degeneración a todos los niveles, con un Shozaburo que parece cada vez menos interesado por todos aquellos que le rodean (claro, que viendo el infame cuadro familiar que nos retrata Tanizaki, uno puede llegar a entender al protagonista). Y ello le lleva a encaminar sus pasos “al alcohol y la lujuria”, en palabras de Tanizaki, e incluso a la literatura, que Shozaburo elaboraba “con las fabulosas pesadillas que fermentaban en su mente”. En el texto se puede leer alguna que otra crítica, soterrada o no, hacia la novela naturalista, corriente literaria que Shozaburo odia tanto como el propio Tanizaki la odiaba en vida. ¿Texto autobiográfico? Seguro que sí; Tanizaki debía ser eso que comúnmente llamamos “un elemento de cuidado”. Y yo la verdad es que me alegro mucho por él de que así fuera, como me alegro egoístamente por el notorio efecto benefactor de ese rasgo de su personalidad sobre su quehacer literario.

lunes, 25 de junio de 2012

"Jotaro el masoquista", de Junichirô Tanizaki


Suele tener bastante de grato la tarea de leer esas obras literarias de menor envergadura que todo gran autor posee en su bibliografía y que muchas veces no dudamos en calificar de “obras menores”. Lo cierto es que muchas de ellas me han permitido apreciar las virtudes y defectos de mis escritores favoritos con mucho mayor detalle que las llamadas “obras maestras”, quizás porque buena parte de esos “trabajillos”, que normalmente son ignorados por la gran masa lectora y yacen ahítos de polvo en las estanterías de librerías y bibliotecas, nacen en la espontaneidad y la sinceridad creativas más absolutas. Son esas obras que muchas veces se regalan los autores a sí mismos. No las escriben a su pesar: las escriben le pese a quien le pese.

Y yo acabo de descubrir una de esas obras menores que poseen, me parece, todos los rasgos arriba descritos. Jotaro el masoquista (1914) es una novela corta que pasa desapercibida dentro de la extensa bibliografía de Junichirô Tanizaki: por no figurar, no aparece citada ni en la entrada que Wikipedia dedica a este autor (hablo de las versiones en inglés y español, porque en la versión japonesa sí figura, como era de esperar). Y la acabo de descubrir gracias a la magnífica biblioteca que la Japan Foundation tiene en Tokio: allí se conserva un ejemplar de la edición española que de esta novela y otra titulada Tristeza de hereje (1917) publicó Bid & Co. Editor en 2009, con traducción directa del japonés a cargo de Ryukichi Terao, revisada por Ednodio Quintero, quien además aporta una introducción biográfica de Tanizaki bastante curiosa.

De nuevo nos encontramos a un Tanizaki preocupado por retratar personajes con inclinaciones sexuales singulares, y los enormes problemas que ello les podía suponer en el Japón de hace un siglo, un país que se iba modernizando a pasos agigantados pero probablemente no lo suficiente. El protagonista de la historia, Jotaro, es un masoquista declarado que encuentra serias dificultades para dar con una pareja a la medida de sus necesidades. Parece ser que en Tokio de 1914 no era tarea sencilla dar con una mujer que aceptara “zumbar de lo lindo” a su pareja, ni siquiera recurriendo a la emergencia de la prostitución. Vamos, que ni pagando… Y eso le hace sufrir enormemente a Jotaro, que envidia a los masoquistas de ciudades europeas como Berlín, Viena o Londres, quienes al parecer en aquella época lo tenían mucho más sencillo que los masoquistas tokiotas. ¡Cómo ha cambiado todo en un siglo!

La búsqueda de una “sádica” que sepa ponerle “en órbita” lleva a Jotaro a experimentar toda suerte de sinsabores y de problemas y van conduciéndole a una degeneración personal en la que se mezclan tintes de comedia y de drama… Algo muy de Tanizaki. En ese sentido me ha recordado bastante a la novela Naomi que escribió años después, aunque insisto en que sólo se le parece en ese sentido, ya que lo que a uno más le llama la atención de Jotaro el masoquista es que esta novelita pertenece a una etapa de la vida de Tanizaki en la que, según parece, el escritor vivía enamorado de la cultura occidental, a la que veía claramente superior a la japonesa; o sea, nada que ver con el estado de animo en el que el autor emprendió la redacción de Naomi, obra donde se critica y se satiriza la excesiva occidentalización de los usos y costumbres del Japón urbano de los años 20. En Jotaro el masoquista, por el contrario, Tanizaki aprovecha para denostar al teatro clásico japonés, que en ese momento concebía como aburrido y falto de interés, muy al contrario de lo que opinaba del teatro europeo que empezaba a verse en los escenarios tokiotas.

Quizás esto sea una muestra más del carácter inconformista y tendente a lo alternativo de Tanizaki: cuando la cultura occidental todavía era una especie de rareza en Japón, él la adoraba; pero cuando se popularizó, Tanizaki empezó a sentirse disgustado por ella y volver a oriental la mirada hacia los valores estéticos tradicionales japoneses. En definitiva, una muestra más del genio de un personaje que podía ver bastante más lejos que la gran mayoría de sus contemporáneos.

lunes, 18 de junio de 2012

"Indigno de ser humano", de Osamu Dazai


Mañana es 19 de junio, aniversario del nacimiento del escritor Osamu Dazai (1909-1948), fecha que sus seguidores celebran cada año con visitas al templo de Zenrin-ji de la ciudad de Mitaka, donde se encuentra la tumba de este ilustre suicida (a ver si este año tengo tiempo y voy). Así que no podía haber mejor día para hablar de la última de las novelas de Dazai y probablemente la más significativa de cuantas componen la bibliografía de este autor.

Significativa a nivel literario, por el enorme poso “dostoyevskiano” que se percibe en sus páginas, y por lo que ha influido en la literatura japonesa posterior y en las generaciones de japoneses que vivieron en la segunda mitad del siglo pasado y hasta en lo que llevamos del presente, pues hoy son muchos quienes ven en Indigno de ser humano un texto digno de ser leído, lo que ya dice bastante de esta novela en un país como Japón donde, como otros muchos países, los jóvenes rara vez orientan masivamente su mirada hacia productos culturales que vieron la luz medio siglo antes que ellos.

Y significativa también a nivel biográfico, pues el camino de constante degeneración y pérdida de dignidad humana que sigue Yozo, el protagonista de la historia, no es otro que el que el propio Osamu Dazai debió tomar, al menos en el último tramo de su existencia, sin rumbo definido, sin ver ni la más mínima chispa de luz en su túnel de alcohol y morfina. La escena en la que Yozo convence a su novia para perpetrar un doble suicidio arrojándose a las aguas del Pacífico en una fría noche de otoño no parece sino un grotesco borrador literario del suicidio real que Dazai y su amante protagonizaron en el río Tama de Mitaka (ciudad del área metropolitana de Tokio) en ese mismo 1948 en que Indigno de ser humano fue publicada.

Un cuadro realmente triste, deprimente, con un Yozo que cae en un irreparable proceso de autodestrucción, pese a haberse criado en un entorno social de clase media-alta que en apariencia resulta más proclive a garantizar su éxito y su desarrollo personal que a privarle del mismo; pero la acción del individuo y su escala de valores (cuando no la ausencia de valor alguno) se muestra determinante. Quizás por eso mismo surja en él ese sentimiento de culpa, y en eso una vez más se percibe, rotunda, la huella de Dostoyevski, como se nota también en el estudio tan preciso que elabora de la decadencia del individuo y su alejamiento del resto de sus semejantes, un alejamiento que contiene ciertas dosis de misantropía y por tanto resulta deseado, pero en parte también desemboca en un arrepentimiento del protagonista que le lleva a sentirse carente de la dosis mínima de dignidad necesaria para considerarse un ser humano.

Novela repleta de valores y de humanística pero no por ello difícil de leer. Ni tampoco aburrida. Muy al contrario, entre esas páginas cargadas de crudeza e incontestable sinceridad, el lector halla frecuentes oasis de comedia que le permiten esbozar alguna que otra sonrisa.