lunes, 7 de octubre de 2013

"La bailarina de Izu", de Yasunari Kawabata


Con el pretexto de la excursión que hice a la península de Izu hace un par de semanas, releí La bailarina de Izu, ópera prima de Yasunari Kawabata, un breve relato publicado en 1926 y que marca las pautas de lo que será el quehacer literario del Nobel japonés durante las siguientes cuatro décadas.

Hará unos 25 años que lo leí por vez primera, y me dejó en el paladar literario un regusto de melancolía (la que debió acompañar a Kawabata a lo largo de su vida), pero también la fascinación por el exotismo de una cultura como la japonesa que en aquella época me resultaba totalmente ajena, ignota, remota. Pero las escasas páginas de La bailarina de Izu sirven para convencer a cualquiera de que, ni La bailarina de Izu será la última obra de Kawabata que lea, ni Kawabata será el último autor japonés que le suscite interés.

Y es que a todo lector dotado de unos mínimos de sensibilidad le va a marcar esta bella historia de un joven estudiante tokiota que se va de veraneo a la península de Izu y allí se enamora de una bailarina natural de la vecina isla de Oshima y cuya compañía de baile andaba de gira estival por Izu, de pueblo en pueblo y de onsen en onsen. Y a ese lector le va a marcar esta historia por la sencilla razón de que el primero que se vio marcado por ella fue sin duda el propio Kawabata: lo que se cuenta en La bailarina de Izu tiene muchísimo de autobiográfico, y somos muchos los que nos dejamos fácilmente atrapar por una historia en cuanto esta desprende aromas a confesión y revelación: la sinceridad normalmente llega al lector.

En definitiva, La bailarina de Izu es la historia de una vivencia efímera pero intensa; de deleite, seducción y sensualidad, pero también de frustración, dolor y fracaso. No es fácil dar tanto y con tanta dignidad literaria en tan pocas páginas y bajo el peso de la inexperiencia que se le supone al autor debutante. A Kawabata al menos no pareció influirle demasiado ese factor.