martes, 26 de marzo de 2013

"Durante las lluvias", de Nagai Kafû



Durante las lluvias (Tsuyu no atosaki, 1931) es la primera de las dos novelas cortas del escritor japonés Nagai Kafû (1879-1959) que componen el volumen Una extraña historia al este del río, publicado en español por Satori (2012), con traducción de Rumi Sato. La segunda de las novelas, publicada en 1937, es la que da título al libro, y de ella me ocuparé en otra entrada de este blog dentro de unos días.

Accedí a la lectura de esta historia alentado por la introducción que Carlos Rubio hace a la citada edición, donde llega a afirmar que Nagai Kafû “se halla un peldaño más arriba de la categoría de maestro: la de genio (como Chikamatsu y Akutagawa)”. Leo con profundo respeto, cuando no con algo de veneración, los textos introductorios que Carlos Rubio redacta en las publicaciones de Satori u otras editoriales, porque con ellos es capaz de sumergir al lector en el contexto espacio-temporal de la obra y de aportarle datos biográficos de singular relevancia sobre el autor que permiten acercarnos al por qué de su estilo y sus inquietudes temáticas. Y por eso mismo, confié en que iba a leer una obra genial, es decir, la que es propia de un genio, y he de confesar que me llevé un chasco. Estoy de acuerdo en apreciar la maestría literaria de Nagai Kafû, pero no he sabido encontrarle la genialidad, al menos en Durante las lluvias, el primero que leo de este autor. No he logrado verle a la altura de otros japoneses de su tiempo como Tanizaki o (mucho menos aún) Akutagawa.

Es cierto que el profundo conocimiento de campo que Kafû tenía sobre los bajos fondos y el puterío tokiotas de su tiempo confiere una gran credibilidad y un incalculable valor documental a sus trabajos, ambientados en tan sórdidos pero atractivos lugares. Durante las lluvias tiene sin duda muchísimo de autobiográfico, con ese escritor protagonista que se enamora de la puta y con la que establece un sutil juego de atracción y rechazo. De acuerdo también en que la carga costumbrista y realista del texto le aporta un valor documental añadido. A través de sus páginas contemplo zonas de Tokio por las que transito en la actualidad, tales como Ichigaya, Kaguzaraka, Yotsuya… Y no hay quien las reconozca… Te enteras de que los sitios que hoy son el súmmum de la elegancia y del pijerío tokiotas, debieron ser antros puteros de agárrate hace poco menos de un siglo. Las vueltas que da la vida.

A pesar de todo, no sé si es porque me esperaba algo más de una literatura calificada de “libertina”, pero lo cierto es que el relato me ha resultado algo suave, naif, me atrevería a decir que incluso algo pueril. Que no era para tanto, vamos.

De todas maneras, leeré a continuación Una extraña historia al este del río, supuestamente mejor que Durante las lluvias, confiando en que solo se haya tratado de una mala primera impresión, aunque “mala” tampoco es el adjetivo que quiero utilizar para referirme a esta narración; eso tampoco haría justicia a la novela de Kafû.

domingo, 10 de marzo de 2013

"La mujer de la arena", de Kôbô Abe



Hace unos días alguien me puso un ejemplar de este libro sobre la mesa y me recomendó que lo leyera, porque “Este sí que es el Kafka japonés, y no el Haruki Murakami”. No podía argumentar en su contra, pues la historia del libro ya me era familiar gracias al impactante filme que Hiroshi Teshigahara había rodado basándose en esta novela. Y precisamente por eso hace años que ya lo habría leído, si no fuese porque en las librerías españolas figura eternamente como agotado y no parece que exista versión digital en Internet digna de ser descargada. Pero en cuanto un ejemplar cayó en mis manos, no hubo piedad con sus páginas y cayeron una tras otra.

La película de Teshigahara respondió a mis expectativas en su momento y el texto original de Kôbô Abe ahora me ha resultado igual de convincente, si no más. Engancha la historia del maestro de escuela aficionado a la entomología que se aventura durante sus vacaciones en una comarca de dunas para capturar escarabajos y al final acaba siendo él el capturado. Los lugareños le obligan a vivir junto a una enigmática mujer en una vivienda sumida en un hoyo, como tantas otras de la localidad, desde la cual debe colaborar en las labores de recogida de arena que permiten la subsistencia de sus gentes, pues de lo contrario las dunas habrían sepultado el pueblo tiempo atrás. Como es de suponer, el protagonista pretende librarse de su cautiverio, y para ello lleva a cabo una serie de planes y operaciones de fuga que siempre desembocan en el fracaso, y ahí está lo kafkiano del asunto: el personaje se ve implicado en un desafortunado asunto sin comerlo ni beberlo, ni haber hecho especiales méritos para ello, ni encontrar una explicación lógica a su negro destino. Paralelamente, el hombre establece una intensa y ambigua relación con su anfitriona que podríamos calificar de amor-odio, y que aporta intensidad argumental a la novela, a la vez que le asegura un final abierto, de esos que te dejan un regusto en el paladar literario.

No sé si solo me pasa a mí, pero en La mujer de la arena he creído ver, más allá de la fábula kafkiana, una soterrada y sutil crítica al Japón en que a Abe le tocó vivir, el Japón de hace cincuenta años que, en esencia, comparte bastantes rasgos esenciales con el Japón de 2013. O precisamente esa cimentación oculta en la realidad es lo que hace que esta novela sea más kafkiana si cabe, porque, ¿acaso Kafka no anunciaba premonitoriamente y de paso denunciaba en sus trabajos toda la demencia que pringaba a la Europa central de hace un siglo y que con el paso de los años devendría en demencias aún mayores?

Lo cierto es que a lo largo de las páginas de La mujer de arena, pero sobre todo a medida que me he ido acercando al final, he visto toda una sucesión de alegorías sobre los aspectos menos edificantes del estilo de vida de las grandes ciudades niponas, aunque la acción de la novela se desarrolle en un entorno desértico y desde luego nada urbano. Pero veo esos siniestros hoyos rodeados de arena en los que la gente se ve condenada a trabajar día tras día, sin apenas disfrutar de descansos y por supuesto sin vacaciones, sin tener la mínima opción de escapar, y con la retranca que tiene el dato, que Abe deja sutilmente caer, de que muchos de esos cautivos tienen a su disposición medios para escapar y sin embargo no lo hacen, quizás porque tienen miedo a lo que hay fuera, quizás porque consideran que esa es su obligación o ese es su lugar…

Y a veces Abe deja aparcadas las alegorías y otras licencias literarias y lanza ataques contra el sistema tan directos como inequívocos. Jamás había leído una descripción tan precisa y acertada como la que hace de los deprimentes y prosaicos domingos tokiotas (otra cosa que no ha cambiado mucho en 50 años, me temo).

Gran novela, sin duda, de las que son (o deberían ser) un hito en su época y en su cultura. No será lo último de Abe que lea.