lunes, 28 de enero de 2013

"Arrancad las semillas, fusilad a los niños", de Kenzaburo Oé



Hoy vengo a reconciliarme con los que se enfadan (cariñosamente) conmigo porque en alguna ocasión he dicho que Kenzaburo Oé, aunque me encanta (al menos lo que llevo leído de él), resulta en ocasiones un autor algo difícil de leer. Y no digo esto como defecto del escritor ni como advertencia disuasoria a sus posibles lectores: todo lo contrario, me parece que eso convierte a Oé en un autor más interesante y sugerente si cabe.

Aunque es posible que esa dificultad en realidad sea más propia del Oé más reciente en el tiempo que de sus primeras obras. En su momento no me resultó difícil la lectura de La presa, como ahora también me ha parecido sencilla y placentera la de Arrancad las semillas, fusilad a los niños. Placentera en lo literario, que quede claro, pero sobrecogedora en lo temático: unos chicos de reformatorio, unos delincuentillos juveniles de poca monta, vagan por el Japón rural en plena Segunda Guerra Mundial, huyendo de sus propios compatriotas, que les tratan del modo más cruel (alguien incluso sugiere su exterminio). En uno de esos pueblos los acogen para trabajar en régimen de esclavitud, hasta que se desata una epidemia y todo el mundo huye, dejando a estos niños abandonados y encerrados, pero los chicos logran salir y organizarse una mini-sociedad que les permita sobrevivir a esa sinrazón, a esa especie de guerra civil con forma de guerra mundial en la que el japonés es lobo para el japonés y en la que el mayor peligro no cae del cielo bajo la forma de un bombardeo yanqui, sino que está a pie de tierra y blandiendo un arma blanca o simplemente golpeando con sus puños…

Una fábula sobre los niños que han de madurar prematuramente, a hostia limpia y por imperativo legal, porque lo exige una guerra que establecen los llamados adultos. Tales niños ingresan en ese mundo a tientas, por el método de ensayo-error, estableciendo pautas, liderazgos, simbologías, mitos… En ese sentido, uno no puede dejar de recordar las vivencias de los niños de El señor de lasmoscas (William Golding, 1954) en su isla desierta.

Y sí, he de decirlo: muy fácil de leer.

La tenéis en Anagrama, con traducción de Miguel Wandenbergh.


jueves, 24 de enero de 2013

"R.P.G. Juego de rol", de Miyuki Miyabe



Pongo de nuevo en marcha este blog (por cierto, ¡feliz año nuevo!). Confieso que han sido pocas lecturas asiáticas las que he realizado a lo largo de este último otoño, más interesado por el ahora tan aclamado género de la novela negra, particularmente aclamado si tales novelas negras proceden de Suecia o países vecinos; sí, esos países que las mentes normales tienen por ejemplos a seguir a todos los niveles, pero que en las mentes de sus novelistas figuran como siniestros feudos de violadores, pederastas, ultraderechistas y otras joyas humanas que hacen la vida imposible al resto de sus pacíficos compatriotas, si estos no mueren antes de una sobredosis de tabaco, alcohol barato o comida basura (porque en estas novelas negras los hábitos alimenticios de los vikingos quedan peor parados que su marcada tendencia a la criminalidad sexual). Lo cierto es que sigo sin ver lo que de maravilloso tiene la novela negra de aquellas geografías nórdicas: por más que leo y leo, en general (y sálvese quien pueda) me parecen un desolador ejemplo de sobrevaloración, escritas en un tono de candidez y maniqueísmo que a veces resulta insufrible, y ejecutadas en unos mimbres literarios que muchas veces no darían para el más misericorde de los beneplácitos en el más permisivo de los talleres literarios. En cualquier caso, lo que es evidente es que a la gente le da a veces por tal o cual producto literario y, si tú no lo lees, da la sensación de que procedes de una extraña galaxia o que ni padres ni escuela hicieron un buen trabajo contigo.

Y alicaído ante lo poco que me estaban aportando todos aquellos crímenes que vinieron del frío (con mis mayores respetos y mi cariño hacia los fans de Stieg Larsson, Asa Larsson, Camilla Läckberg, Jo Nesbo y demás), me dispuse a dedicar algo de atención a algún crimen que viniera de geografías más orientales. Me decanté por este Juego de rol de la aclamada “Reina japonesa del misterio” Miyuki Miyabe, pero al final de su lectura me planteé que tal vez lo mejor sería seguir leyendo a los escandinavos durante una temporada más…

Sí, Juego de rol era la primera novela de Miyabe que leía, la primera de su afamada Tetralogía de Tokio, una de esas sagas supuestamente imprescindibles de la historia de la novela negra, y lo que me he encontrado con una panda de agentes nipones relamidos, listillos y algo pagados de sí mismos que no se mojan demasiado ni se juegan el tipo en sus actividades investigadoras (dicen que en Fuego cruzado sí se implican algo más, así que le concederé a Miyabe el beneficio de la duda y me leeré tal novela). Un rollo algo artificial y aburrido; uno pensaba que Agatha Christie estaba enterrada y bien enterrada, pero resulta que no…

Supongo que en el fondo Japón no es país para novela negra, y mucho menos el distrito tokiota de Suginami, donde sucede la trama de Juego de rol, ya que el citado lugar no es más que un decrépito barrio de abuelillos (más un servidos que reside en él desde la primavera pasada) donde el mayor delito que se puede cometer es robarle el paraguas al vecino o no clasificar adecuadamente la basura…

Pero en esta novela suceden nada más y nada menos que un par de asesinatos, y con ellos se descubre el lado oculto de un asalariado japonés (una de las víctimas) que, harto de la esposa e hija gilipollas que tenía en su vida real, decide montarse una familia virtual en Internet, pero la cosa acaba mal. En fin, no sé si es que Internet ya es para mí algo tan habitual como lavarme los dientes antes de acostarme, pero la verdad es que me impactan muy poco esas novelas y películas que se empeñan en vendernos el lado oscuro de la red. Vale que la novela es de hace una década y entonces Internet no era algo tan extendido como hoy y aún podía llegar a sorprender y deslumbrar, pero a diez años vista todo lo que se refleja resulta muy forzado, muy exagerado, muy poco creíble y, en definitiva, con muy poca capacidad para dejarnos boquiabiertos y patidifusos en el horror del crimen, que es la principal estrategia con la que suele jugar la novela negra.

Casi toda la acción transcurre en la sala de interrogatorios de una comisaría, lo que la hace ser una novela más aburrida si cabe. A lo mejor como obra de teatro tenía futuro esta historia, pero en novela negra lo suyo es la acción, el movimiento, la diversidad escénica, el peligro… Aquí no hay nada de eso.

Al final, en novela negra japonesa, el rey sigue siendo Keigo Higashino