martes, 17 de julio de 2012

"Las hermanas Makioka", de Junichirô Tanizaki


Será en parte porque los calores del verano han empezado a atizar fuerte sobre las calles de Tokio, pero lo cierto es que terminar de leer las más de 500 páginas que componen Las hermanas Makioka (1943-1948) me ha costado sudores. Es quizás una de las novelas más populares de Tanizaki y, sin embargo, la menos característica de su estilo, al menos de cuantas llevo leídas. Ya de entrada la extensión del texto resulta enorme y desmesurada en un autor que suele resolver sus historias en menos de 150 páginas. Eso ya pone en guardia al lector y le anuncia que probablemente vaya a encontrarse con algo diferente. Y así es: el autor que siempre se manifestó contra el Naturalismo literario nos brinda en esta ocasión una obra de rasgos naturalistas, inspirada en la mejor novela europea de finales del siglo XIX tal que la que escribía Tolstoi o Zola, pero con la diferencia de que a Tanizaki eso no le pega demasiado y eso se le nota, pues no alcanza la sutileza técnica ni la viveza de los dos autores arriba citados en la descripción del cuadro social que pretende reflejar: el drama de una familia aristocrática japonesa de Osaka, los Makioka, que en los años 30 del pasado siglo han ido considerablemente a menos, pero que se esfuerzan enormemente por guardar las apariencias y siguen gozando del mismo esplendor de antaño. Y esa decadencia se ve que afecta fundamentalmente a Yukiko y Taeko, las dos hermanas menores de las cuatro que representan a la familia, ya que ambas siguen solteras, situación que es más insostenible si cabe para la treintañera Yukiko, en una época en que si una mujer no se casaba, era socialmente un cero a la izquierda. Por su parte, Taeko, la modern girl de la familia, llega a tener varios pretendientes e incluso logra proporcionarles a los Makioka lo que les faltaba en su humillante situación: la joven se queda embarazada en soltería…

Seré franco: la obra, literariamente, me ha parecido un rollo. Yo creo que Tanizaki quiso hacer una obra naturalista para demostrar que él también sabía escribir ese tipo de novelas a las que él tanto criticaba. Aun así, la obra merece nuestra atención como catálogo de costumbres de la decadente nobleza nipona durante los años en que se gestaba e iniciaba la Segunda Guerra Mundial, fundamentalmente la costumbre del miai, tradición que la familia Makioka eleva a la categoría de arte a juzgar por el nutrido catálogo de estrategias que emplean para tratar de encontrar marido a la pobre Yukiko. A pesar de todo, y a la vista de los numerosos fracasos cosechados en las intentonas matrimoniales, no parece que esa sabiduría no les sirviera de mucho en un mundo que, aunque no lo pareciera, estaba cambiando y las relaciones humanas empezaban a medirse por otros patrones, incluso en Japón. La novela registra un final agridulce que resume de una forma bastante certera la escala de valores de la familia, muy chocante para cualquier cabeza pensante de inicios del siglo XXI.

De nuevo, Tanizaki exterioriza su debate interno entre tradición y modernidad y lo pone al servicio del lector. Ya digo que la obra es árida y algo pestiño por momentos, pero como ciertas medicinas, tiene probados efectos beneficiosos para la salud a pesar del sabor: la letra con sangre entra…

Como es habitual en lo que suelo comentar en este blog, el libro está descatalogado. Esta es la edición de Seix Barral de los años 60, que he podido leer gracias a la biblioteca de la Japan Foundation de Tokio. Creo que en breve van a reeditarla en español: serán buenas noticias.

viernes, 6 de julio de 2012

"Hay quien prefiere las ortigas", de Junichirô Tanizaki


No me viene a la memoria ninguna obra literaria que aborde el fenómeno del divorcio con tanta precisión y riqueza de matices como Hay quien prefiere las ortigas. Esta obra parece marcar el inicio de una nueva etapa en la bibliografía de Tanizaki; el momento en que el autor consolida su reconciliación con la cultura japonesa tras unos años de coqueteo con los valores estéticos occidentales. Escrita en 1929, en la misma época de su Manji, en las páginas de Hay quien prefiere las ortigas demuestra el enorme aprecio (y el vasto conocimiento) que Tanizaki sentía hacia manifestaciones culturales tan tradicionales y tan genuinamente niponas como el bunraku (teatro de marionetas), arte dramático que en esta novela se ve homenajeado al ubicar varias escenas en algunos de esos teatros de títeres, tanto en la ciudad de Osaka como en la isla de Awaji, próxima a Kobe.

Pero no es el bunraku el principal motor argumental de la novela, sino el drama personal que sufre el matrimonio formado por Kaname (él) y Misako (ella). Desde hace tiempo, Misako tiene un amante, lo que Kaname conoce y tolera, aunque el divorcio se atisba como la solución más conveniente. Pero lo de divorciarse no parecía tarea fácil en aquel Japón de entreguerras que coqueteaba con lo moderno y lo occidental, a la par que para muchas cosas permanecía anclado en su inamovible tradición nipona. No había impedimentos legales para solicitar el divorcio, pero sí muchas trabas de índole social: el hijo que ambos cónyuges tenían, el qué dirán y, la más importante, el padre de Misako, un hombre de gustos refinados, amante de la cultura tradicional japonesa y detractor de toda innovación foránea y, como es de suponer en semejante perfil, un hombre ultraconservador que no va a aceptar el divorcio de su hija así como así, ni mucho menos el hecho de que ella tenga un querido, pese a que este señor, que ya ha enviudado, no tiene reparo alguno en mantener a una concubina llamada O-hisa con la que va a todas partes, incluso a ver funciones de bunraku.

Ante tal situación, y aprovechando un viaje a la isla de Awaji para asistir a uno de esos espectáculos, Kaname le comunicará a su suegro qué es lo que está pasando entre Misako y él.

Bueno, los que quieran encontrarse con la vertiente sadomasoquista o fetichista de Tanizaki tal vez se lleven una decepción al leer Hay quien prefiere las ortigas, pero a mí me ha gustado porque esta obra parece un avance en fórmula de ficción del pensamiento que el autor manifestó sobre la cultura y la estética tradicionales japonesas en el ensayo El elogio de la sombra. Se ve un giro obvio en los gustos de Tanizaki, aquel hombre que en los años diez del pasado siglo adoraba lo occidental pero que en la década de los veinte y siguientes parecía encontrarse más a gusto percibiendo belleza en el arte y el espectáculo de su tierra natal. Y en esta novela se percibe ese giro, esa victoria del sentido nipón de lo bello sobre el europeo. Son deliciosos los parlamentos que ofrece el padre de Misako a su yerno en relación a las manifestaciones más primitivas del teatro de guiñol de Awaji, cuya oscuridad y primitivismo supera a la grandeza escénica del sofisticado bunraku de Osaka, y lo supera precisamente por eso: porque en esa tosquedad y esa imperfección él cree ver la esencia de la estética tradicional japonesa.

Insisto en que ese paréntesis estético no es más que un tema accesorio, una excusa para mostrar a un padre desencantado con la vida moderna, sobre todo porque ésta parece estar afectando a sus hijos que se encaminan hacia el divorcio. Sin embargo, hay que reconocer que un divorcio poco va a atraer la atención del lector de hoy. En cambio, le va a motivar muchísimo más viajar por unos instantes a las profundidades del alma artística nipona. Aunque solo sea por eso, hay que leer esta novela.

Eso sí, hay que leerla siempre y cuando se encuentre, porque me temo que está descatalogadísima. Y ni siquiera parece encontrarse en formato digital para que nos la podamos descargar de internet por la jeta. Yo he podido leerla gracias a que en la biblioteca de la Japan Foundation de Tokio conservan un ejemplar de una edición de 1963 publicada por Seix Barral con una traducción algo limitada de María Luisa Borrás, supongo que porque la tradujo de una edición inglesa en vez de hacerlo directamente del japonés: era lo habitual en aquella época, aunque por desgracia tales prácticas, si bien con menos asiduidad, aún se siguen llevando a cabo en el presente por ciertas editoriales, como si no hubiera buenos traductores de japonés a español. En fin, tal vez algún día se den cuenta de que sí.