lunes, 27 de mayo de 2013

"Shogun", de James Clavell



Este es un libro al que llegué, una vez más, gracias al enorme servicio literario que ofrece la tertulia de Kenzi Guerrero, a la que solo asisto con el corazón, pero algo es algo. Es un libro que, de no ser porque está siendo objeto de debate en esa tertulia, seguramente no habría leído en mi vida, y todo por una insana mezcla de pasividad, indiferencia, prejuicios y otras demencias. Ya sabéis, que si es un best seller, que si lo ha escrito un gaijin que para colmo se dedica a poner a caldo a los japoneses de hace 400 años y a retratarlos como siniestros personajes de katanas tomar…

Y bueno, tras la lectura de Shogun (1975) no he llegado a caer en el más eufórico de los entusiasmo ni a lamentar lo mucho que me estaba perdiendo, pero tampoco he tenido la acerba sensación del que irreversiblemente ha visto como una parte sustancial del tiempo de su existencia ha sido irreversiblemente agotada tras haber sido invertida en una actividad poco enriquecedora o infructuosa.

Nada de eso. Esta aventura ha merecido la pena, como supongo que también al navegante inglés William Adams (1564-1620) le compensó sufrir lo suyo en 1600 y años posteriores, durante su estancia forzosa en Japón a raíz de un viaje accidentado por el Pacífico, con tifones y persecuciones de españoles y portugueses, que le hicieron arribar con su nave a las costas niponas. En la novela el histórico Adams adquiere cuerpo de ficción bajo el nombre de John Blackthorne (sí, el que interpretaba Richard Chamberlain en la serie de televisión que luego hicieron), personaje protagónico que ha de participar lo quiera o no en un oscuro juego de relaciones y de feroces intereses locales e internacionales (señores feudales japoneses que ansían controlar el país, portugueses que quieren seguir teniendo la exclusiva en el comercio exterior, holandeses e ingleses que pretenden llevarse el gato al agua, etc.).

Bueno, no pienso detenerme más en la compleja y dilatada trama que da para mil y pico páginas y que a veces resulta algo costosa de digerir, con tanto diálogo prolongado y tanto personaje y acontecimiento, con tanta inclusión de palabras y expresiones japonesas incrustadas en el texto original inglés o su traducción al español; un recurso que, dicho sea de paso, resulta algo artificioso e innecesario para mi gusto, pues no es que esos “nee” o “sumimasen” aporten algo a la comprensión general del texto; más bien lo que hacen es liar al lector y resultan, insisto, algo artificiales; digo yo que ya podía haber puesto también los diálogos en portugués y latín, ya que esa es la lengua que generalmente emplea Blackthorne cuando habla con sus interlocutores nipones). También, como sería lo deseable en una buena novela histórica (esta me parece regular; le falta un hervor para ser buena), se echa de menos una mayor presencia de descripciones de ambientes, de espacios geográficos, de batallas. He visto poca maestría en ese aspecto por parte de James Clavell, la que le sobra para generar diálogos y ahondar en la mentalidad de los japoneses y europeos de la época. Es una novela que estudia la psicología colectiva y personal de las gentes que vivieron en ese momento y en ese lugar; triunfa la narrativa, la electrizante acción y la enumeración de hechos, pero falla en cierta medida la ambientación, muy superficial (gran fallo en alguien que procede del mundo del guión cinematográfico), como si Clavell diera por supuesto que el lector la conoce, la domina, no así la situación política y económica del momento, que no duda en presentarnos con todo lujo de detalles.

Pero precisamente por eso mismo, por lo que tiene de bueno, de instructivo, de ameno, no hay que caer en el descuido de dejar de leer Shogun

Hay varias ediciones en papel, todas ellas archiagotadas y archidescatalogadas, así que descárguensela de Internet sin el menor cargo de conciencia.

martes, 14 de mayo de 2013

"Vita sexualis", de Ôgai Mori



Vita sexualis: un título prometedor, incluso si no se sabe latín. Y me imagino que el Japón de 1909, momento en que esta novela de Ôgai Mori vio la luz, pocos eran los japoneses que dominaban la lengua de Cicerón, o tenían al menos las nociones suficientes como para deducir el significado del título. Pero con ese título es como se publicó originalmente esta novela hace poco más de un siglo. Sabiendo, además, que las autoridades retiraron de la circulación el texto por considerarlo moralmente inadecuado, uno llega a pensar que la obra no pasó de ningún modo desapercibida. Por ese mismo motivo esperaba encontrarme con unas páginas de esas que a veces vienen convencionalmente a llamar “escandalosas”, a pesar de que ya hay pocas cosas, si no ninguna, que nos escandalicen en materia de sexo a estas alturas de la película. Sin embargo, empiezo a leer el prólogo de Kayoko Takagi en la edición española de Trotta, y en él se advierte de que no hay tales motivos para el rubor, y que quizás se pasaron unos cuantos pueblos censurando este trabajo en su época (solía pasar, y no solo en Japón). Es más, se nos indica que el lector de Vita sexualis se dispone a iniciar una lectura reflexiva, en la que básicamente se trata de demostrar la importancia que el sexo llega a tener a lo largo de nuestras vidas; una de esas obviedades que hasta fechas no demasiado remotas se ha estado viendo como una verdad incómoda. Y se ve que Ôgai Mori metió el dedo en una de las llagas que laceraba el cuerpo de la paradójica era Meiji, a ratos occidental, a ratos oriental; en ocasiones desinhibida, pero en otras puritana; por momentos moderna, por momentos tradicional y conservadora; libre y tolerante para unas cosas, censora y restrictiva para otras.

Lo que uno se encuentra al leer Vita sexualis es un texto contado en primera persona y que puede que tenga mucho de autobiográfico. El filósofo ficticio Shizuka Kanai se presta a contarnos todo lo que de sexual ha tenido su vida, desde la tierna edad de seis años hasta los veintiuno. Concebida por el propio Ôgai Mori como una crítica, no exenta de parodia, hacia el Naturalismo literario, la obra ante todo lo que ofrece es mucho sentido del humor. (humor a la japonesa, humor de hace más de un siglo, pero humor al fin y al cabo). Por ese mismo detalle, me ha recordado mucho a Soy un gato, la memorable novela de Sôseki Natsume; no en vano, y por si quedaban dudas, en el capítulo introductorio de Vita sexualis se cuenta que “(Shizuka) Kanai leyó (Soy un gato) con enorme interés, hasta el punto de sentirse estimulado por ella”. Luego, en el siguiente párrafo, y por si también cabían dudas del antinaturalismo de Ôgai Mori, se dedica a poner a parir a Germinal de Zola porque insinúa que las escenas sexuales que aparecen en la citada novela no vienen a cuento… O sea, que como en Yo, el gato, Mori aprovecha las páginas de Vita sexualis para exorcizar sus fantasmas literarios, para quedarse bien a gusto, en otras palabras, combatiendo al enemigo con sus propias armas: las armas del shishôsetsu o novela del “yo”. Bueno, me gusta el resultado; ese “yo” sarcástico que se desnuda a todos los niveles y nos permite entender algo más de los códigos sexuales de un lugar y un tiempo. Una discreta joya literaria que no hay que dejar de leer.

La edición, como ya he dicho, es de Trotta, con traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.