martes, 23 de abril de 2013

"Una extraña historia al este del río", de Nagai Kafû



Esto era otra cosa. Me reconcilio con la pluma de Nagai Kafû después de leer Una extraña historia al este del río (1937), novela corta mucha más elaborada que Durante las lluvias, con la que comparte volumen en su edición en español, publicada por Satori. Ahora he podido entender los elogios que Carlos Rubio le dedicaba a Nagai Kafû en su introducción a estos dos trabajos. Y aunque sigo viéndolo algo alejado de la categoría de genio, ahora me parece un poco más próximo a esa condición.

Como obra de madurez que era (Nagai Kafû tenía 58 años cuando se publicó), Una extraña historia al este del río ofrece elementos de calidad literaria y aspiraciones técnicas y estéticas que van mucho más allá de la mera descripción de los ambientes y espacios más característicos del Japón putero y libertino de los primeros años de la era Showa. Por supuesto que también hay mucho de eso, pero la cosa no se queda ahí y aspira a alcanzar otros horizontes. De momento, nos encontramos con un sugerente planteamiento metaliterario, bajo el pretexto de la historia de un escritor que se enamora de una prostituta, a la par que trata de escribir una novela. Así, entre episodio y episodio transcurrido en los bajos fondos tokiotas, el protagonista va proporcionando al lector detalles sobre su proceder como escritor e incrustando en el texto fragmentos de la novela que está componiendo.

En definitiva, un ejercicio original, complejo y altamente autobiográfico, con aires de innovación y de vanguardia, con aromas a esos autores franceses que Nagai Kafû tanto admiraba. Y es que, a medida que iba leyendo Una extraña historia al este del río, por mi cabeza iban pasando recuerdos vagos pero elocuentes de Los monederos falsos de André Gide. Quizás la novela de Kafû no alcance la complejidad de la de Gide, pero ello no le resta originalidad ni interés. En otras palabras, se perciben las influencias de André Gide, pero ello no supone una renuncia por parte de Nagai Kafû a la esencia literaria del Japón: como ejemplo, cabe comentar que, en un momento de la novela, el protagonista reconoce la importancia de incluir en una novela los fenómenos meteorológicos o la observación de la naturaleza. Y así lo cumple el propio Kafû: la gran mayoría de los capítulos de Una extraña historia al este del río se inician con una descripción del tiempo y/o del paisaje en el momento en que transcurre la acción. En fin, eso que a mí me da por llamar “momento haiku”, y que a autores como Kawabata se les daba tan bien. Pues Kafû, cuando se lo proponía, tampoco se quedaba corto, a lo que se ve.

Un texto que parece transitar sin rumbo definido ni planteamiento estructural claro, lo que no es de extrañar en el contexto histórico en que fue escrita, pues se trata de una novela con la que Nagai Kafû nos lleva una vez más al sórdido mundo del Japón de entreguerras, época en que el país navegaba lentamente a la deriva y hacia un trágico hundimiento que aún no se había producido ni tan siquiera se atisbaba, aunque ya parecía contar con un significativo grupo de náufragos, como lo eran los personajes que pueblan las páginas firmadas por Nagai Kafû (él mismo sin duda figuraba en esa nómina de náufragos): un autor que habrá que seguir leyendo.

lunes, 1 de abril de 2013

"País de nieve", de Yasunari Kawabata



Tocaba volver a navegar por los mares literarios de Kawabata, uno de esos autores que nunca se leerá lo suficiente. Y, hablando de mi caso particular, lo que llevo leído y disfrutado del primer Premio Nobel japonés queda aún a años luz de lo que podría recibir el calificativo de “suficiente”.

Camino de esa suficiencia he transitado por las páginas de País de nieve, novela que fue originalmente publicada por entregas entre 1935 y 1937, como sucedió años atrás con muchas de las grandes novelas de la literatura europea decimonónica: para que luego vengan diciendo que lo de la cultura por entregas es algo de nuestro tiempo.

Preciosa historia de amores y desamores, de temáticas universales que trascienden el tiempo y el espacio. La acción transcurre en el interior de Japón, en los años treinta y en pleno invierno, pero, con los ajustes lógicos y necesarios, si te dicen que esto pasa en la costa alicantina, en 2013 y en pleno verano, resulta igual de creíble.

La vida del ocioso y diletante Shimamura, arquetipo del pijo sobrado de pasta y que no necesita trabajar (se dedica teóricamente al estudio de la danza occidental), se cruza con la de Komako, geisha en un pequeño pueblo montañés que vive del turismo, circunstancia que obliga a que las geishas sean algo más de lo que las enciclopedias bienpensantes de Japón suelen decirnos que son. Los caracteres bien contrapuestos de Shimamura y Komako entran constantemente en conflicto y a la vez en atracción, lo que motiva que Shimamura haga varios viajes al “país de la nieve”. Pero mientras, para complicar las cosas, surge en escena otra joven pueblerina llamada Yoko.

Me quedo con la fuerza de la historia gracias al triángulo de relaciones y sentimientos que se van forjando a lo largo de la historia, con desenlace trágico de postre. El prologuista Edward G. Seidensticker (en la edición de Emecé al menos está su prólogo) ve un montón de simbolismo en todas las figuras protagónicas, con buena parte de razón, aunque a mí lo que me ha llegado es sobre todo la profunda belleza lírica que engalana esta novela.

Y es que hay poesía por todas partes. La sensibilidad hacia el paisaje, hacia el medio natural y la meteorología, aflora por la superficie de cada página. Tienes la sensación de que te has sumergido en la lectura de un haiku de casi doscientas páginas.

El final, como ya dije, es trágico, incendiario, a la vez que poco esclarecedor, bastante abierto, lo que le añade un último encanto a la novela, por si ya tuviera pocos: te deja ese regusto que solo tienen las grandes obras, te proporciona los motivos para que lo que has leído siga presente en ti tras cerrar el libro.