miércoles, 26 de febrero de 2014

"El camarada", de Takiji Kobayashi


Takiji Kobayashi (1903-1933) ya no era un descubrimiento para mí. La lectura que hace unos años hice de Kanikosen, novela redescubierta por las nuevas generaciones de japoneses, me hizo darme de bruces con la fuerza de un autor japonés de literatura proletaria o de inspiración revolucionaria que nada tenía que envidiar a los Gorki, los Jack London o los Steinbeck.
 
No mentiría si dijera que El camarada me ha llenado e impactado más que Kanikosen, siendo la primera una obra menos conocida y probablemente inferior a la segunda en lo técnico. Pero es que el componente visceral y bastante autobiográfico que se percibe en las páginas de El camarada hace que lleguen al lector con la contundencia que siempre muestra la sinceridad, la literatura que sale del alma, del “porque sí”, del “caiga quien caiga” y del “te guste o no”, y no de la sumisión a unos gustos generales para la consecución de unos objetivos comerciales.
 
El camarada contiene todos esos elementos que dan a este tipo de literatura obrera unos tintes de épica que ni Homero: sensación de peligro y heroicidad constantes en los protagonistas, con un maniqueísmo que ni en el Poema de Mio Cid: la patronal, la policía y los trabajadores espías son los perfectos villanos, dispuestos a destruir al héroe, al personaje que está dispuesto a hacer el sacrificio de morir por la salvación de sus camaradas. Mi abuelo, comunista de pro, ya lo decía: “Jesucristo fue el primer comunista de la historia”. Desde luego, en la idea del sacrificio por el bien común parece que los extremos (si es que realmente cristianismo y comunismo son extremos) se unen. En fin, ya solo por ese detalle, El camarada es una de esas lecturas que te hacen reflexionar sobre lo relativo (por no decir lo fraudulento y lo demagógico) de todo lo que te han estado vendiendo desde tus años más mozos en el colegio, en casa, en la tele… Quizás por eso mismo, libros como El camarada nunca serán lecturas obligatorias en los institutos. Nosotros nos los perdemos, y ellos se lo ganan.
 
Como Kanikosen, El camarada también ha sido publicada por Ático de los libros, e igualmente traducida por Jordi Juste y Shizuko Ono.
 

martes, 18 de febrero de 2014

"Estoy desnudo", de Yasutaka Tsutsui


Ya tenía yo ganas de volver a leer algo de Tsutsui, aunque la cosa está bastante difícil para quienes tratamos de hacer algo así, por lo poco que hay publicado en español y lo escasamente presente que suele estar en las librerías. Lo poco que hay, o te dicen que está agotado, o lo encuentras milagrosamente en alguna librería. En fin, es una pena que las editoriales españolas maltraten o cuando menos ninguneen al irreverente Tsutsui. Sólo Ediciones Atalanta se muestra valiente y leal a la obra del genio de Osaka. Tres títulos ofrecen ya de Tsutsui en su catálogo; a ver si la cifra crece.

 
De verdad que los lectores hispanohablantes nos estamos perdiendo algo si Tsutsui sigue mostrándose ausente de nuestras estanterías. Pocas personas han entendido el Japón de finales del siglo XX tan bien como Tsutsui. Resulta desolador, ácido, mordaz, incontestable, y seguro que hasta intolerable para más de uno, puede que incluso para el propio Tsutsui, de ahí que a veces opte por camuflar la realidad presente bajo el velo de la ciencia-ficción y ubique sanitariamente su historia en un inalcanzable planeta o en un no menos intangible futuro.

 
Y para ejemplo de lo que comento, la lectura de hoy: Estoy desnudo, una antología de ocho cuentos que el propio Tsutsui seleccionó a petición de los de Atalanta. Algunos de estos cuentos nos hablan de hilarantes situaciones ambientadas en el Japón de hoy. La clave del humor tsutsuiano normalmente radica en la irrupción de lo anormal, lo excepcional y lo imprevisible en el archiorganizado y ultraprogramado estilo de vida nipón, principalmente si se trata del ámbito laboral. En ese sentido, la visión satírica del universo de los salarymen nipones que nos ofrece en Estoy desnudo (el relato que da nombre a todo el libro) o en Maneras de morir, dos de los cuentos con mayor retranca de esta antología, es difícilmente superable. En ese microcosmos que es la empresa japonesa, donde todo está tan perfectamente organizado y programado, no hay nada como el surgimiento de una novedad que venga a trastocarlo todo, no importa si se trata de un incendio en un love hotel donde un asalariado echa un polvete con una mujer casada, o de la aparición de un oni asesino en una prosaica oficina.

 
Tsutsui también le da lo suyo a los medios de comunicación, a su poder y su capacidad manipuladora. En el caso de esta antología, el relato La ley del talión es una sátira mordaz sobre la obsesiva búsqueda de morbo y sensacionalismo por parte de los medios.

 
Y, como no podía ser de otra forma, en el libro se podrán leer relatos de ciencia-ficción como El peor contacto posible, que en el fondo a Tsutsui le sirve para mofarse del carácter introspectivo de los japoneses, frecuentemente tan poco comunicativos y quizás algo torpes en el entendimiento de otras culturas. El papel que un japonés desempeña en un hipotético intercambio cultural con los habitantes del planeta Magumagu es de lo más elocuente.

 
No me cansaré de repetirlo: que se aparten los los Harukis Murakamis y las Bananas Yoshimotos, que por la puerta asoma Yasutaka Tsutsui para darnos lecciones de lo que es hacer literatura japonesa de la buena.

 

miércoles, 5 de febrero de 2014

"En el bosque, bajo los cerezos en flor", de Ango Sakaguchi


Cada vez estoy más fascinado con la labor editorial de la gijonesa Satori Ediciones, que se ha empeñado en dar a conocer al lector hispanohablante esos tesorillos de la literatura japonesa que hasta ahora habían permanecido ocultos en la caverna del desconocimiento generalizado (al menos más allá de Japón), bien porque sus autores no tienen el suficiente caché como para que sus obras resulten vendibles en España (por aquellas tierras, si eres japonés y quieres que te lean incondicionalmente, tienes que llamarte Haruki Murakami), bien porque tocaban temas de escaso interés (o de elevadísimo interés, pero solo para determinadas minorías o hermandades otaku-frikis).
 
Pero los de Satori no incurren ni en la mediocridad ni en el convencionalismo tan arraigado en el sector editorial español; al contrario, se ponen el mundo por montera (o por hachimaki), agarran al toro (o al oni) por los cuernos y nos acercan figuras literarias como la de Ango Sakaguchi (1909-1955), todo un descubrimiento (al menos para mí lo ha sido).
 
En un solo volumen, bajo el título de En el bosque, bajo los cerezos en flor, los de Satori nos proporcionan tres relatos representativos del arte literario de Sakaguchi, que se revela ante el lector como todo un maestro del género del terror y la fantasía más delirante. Tras los tres cuentos se puede leer un epílogo biográfico a cargo de Jesús Palacios, aunque yo recomiendo que, si no se sabe mucho sobre Sakaguchi, se lea antes de los relatos a modo de prólogo, pues sus páginas resultarán de lo más esclarecedoras. Por ejemplo, descubrirás que Sakaguchi era un personaje de lo más singular, pero que a su vez, y como vulgarmente se dice, los tenía bastante bien puestos, pues en plena Segunda Guerra Mundial (1942) se ponía a cuestionar en un artículo asuntos como el nacionalismo, el patriotismo o los valores tradicionales japoneses que a veces se colocaban por encima de otros valores que podían resultar más beneficiosos para el bienestar del conjunto de la población, algo que, es obvio decirlo, no podía beneficiar en nada al bienestar de Sakaguchi en aquellos oscuros tiempos. No contento con eso, y ya en tiempos de posguerra (1946), escribe otro superpolémico artículo sobre la decadencia de la cultura japonesa, que me imagino que era justo lo que muchos japoneses no tenían ganas de leer en ese preciso momento, incluso aunque estuviesen de acuerdo.
 
La verdad es que me gustaría leer en el futuro este par de ensayos, pues seguramente dicen tanto o más de su autor que los relatos de terror, magníficos pese a todo. Pero es que ese pensamiento nihilista y poco amigo de la realidad y el tiempo que a su titular le tocó vivir se va a ver reflejado en los artículos de no ficción, y será sin duda el motivo que lleve a Sakaguchi a encontrar refugio en la fantasía y en la recreación de mundos terroríficos ambientados en un Japón que respira irrealidad y fundamento histórico a partes iguales y que ya no es el Japón sombrío de los inicios de la era Showa. No menos cierto (lo cuenta también Palacios en el epílogo) es que Sakaguchi se amparaba también en otros refugios paralelos como el philopon, una droga de diseño que causó verdaderos estragos en el Japón de posguerra y que forma parte de esas muchas cosas que nunca verás escritas en los libros de historia nipones, aunque si la verás mencionada en trabajos mucho más transparentes e intelectualmente honestos sobre la época, como en la monumental saga cinematográfica Battles Without Honor and Humanity, de Kinji Fukasaku. Quién sabe lo que tales coqueteos con lo tóxico pudieron proporcionar a Sakaguchi en cuanto a originalidad y tremendismo.
 
De las tres historias que integran el volumen, la que más me ha convencido es la primera, que da título al libro, y nos describe a la mujer fatal perfecta, algo que también se le daba muy bien al escritor japonés Tanizaki, y la verdad es que pueden llegar a dejar bastante mal paradas a la Naná de Zola, la Sónnica de Blasco Ibáñez o la Lolita de Nabokov. Y tampoco tiene precio la figura del bandido rural calzonazos que se apodera de esta mujer en uno de sus asaltos, pero que finalmente acaba haciendo todo lo que a ella le viene en gana. Quizás como la vida misma; tal vez lo más fantástico de la literatura fantástica radica en que puede llegar a ser menos fantástica de lo que parece.