
A Haruki Murakami se le nota más el plumero en la narrativa breve. Es descorazonador volver a leer en reducido y por enésima vez todos sus tópicos literarios y sus trilladísimos temas, multiplicados por siete en sendos relatos que delatan el avanzado proceso de desertización en que se halla inmerso el territorio creativo del autor.
Parece ser que a Carlos Zanón le encantó este libro, según se
desprende de la lectura de su reseña. Me alegro por él. Yo lo
que he visto es un regreso a lo ya visto, un sembrar la misma semilla para
recoger el mismo fruto, un “llueve sobre mojado”, una raya en el agua, una de
arena y otra de arena. Y una obsesión enfermiza de Murakami por tratar de ser
como ciertos maestros de la literatura que él nunca será, en vez de tratar de
ser él mismo, de ser Murakami, que es lo que consiguió en sus primeras novelas,
en la era “pre-Norwegian Word”. Pero no; a lo largo del libro solo
detectamos pretenciosos intentos de emular, bajo la falsa modestia de un
homenaje, a muchos de esos ídolos literarios que tan a menudo cita Murakami en
sus obras, en buena parte de las ocasiones sin ton ni son, pero siempre en su
provecho, porque sabe que a sus fans les encanta esa presunta erudición, así
que para qué no darles ese gusto: el cliente siempre tiene razón.
De todas las tomaduras de pelo que nutren esta colección de relatos,
la titulada Samsa enamorado sin duda que ofrece dotes de liderazgo. Ya
sabemos todos lo mucho que a Murakami le encanta ir de kafkiano, pero es que en
Samsa enamorado ha cruzado la delgada línea que separa el acertado
homenaje al escritor admirado del más grotesco de los esperpentos. La idea de
imaginarse una metamorfosis kafkiana a la inversa, es decir, un bicho que se
transforma en el Samsa humano y se ve extraño en su nuevo papel, puede resultar
simpática y hasta plausible en un taller literario de centro cultural de
barrio; puede resultar bienvenida como saludable ejercicio de escritores
novatos para irse afianzando en el arte de hilvanar palabras. Pero en un
“profesional” como Murakami el experimento suena a chiste, si no a herejía.
Aun bajo tan descorazonador panorama, ¿se podría indultar alguno de
estos siete relatos, cual ninot fallero? Se podría. Y vamos a conceder tan
honroso beneficio a Un órgano independiente, una emotiva y escalofriante
historia de amores que matan, con ecos (esta vez sinceros y nada pretenciosos)
de Edgar Alan Poe, Stefan Zweig, incluso de Junichiro Tanizaki, tratados y
mezclados en una coctelera murakamiana que esta vez sí resulta fresca y
original, y conducidos por una de esas voces narrativas tan literariamente
resultonas que navegan entre las aguas de la objetividad y la subjetividad,
entre la primera y la tercera persona, como son las personas que aseguran
conocer bien al protagonista de la historia. Lo reconozco, con este relato
disfruté. Al César lo que es del César, y a Murakami lo que es de Murakami.
Deseosos estamos de leer su nuevo trabajo…