Si me dicen que el libro que voy a leer es algo parecido a Sherlock Holmes, es más que probable que acabe eligiendo otra lectura. Y eso es lo que hubiera hecho con Hanshichi, pero le di una oportunidad por aquello de que era japonesa y estaba ambientada en el Tokio decimonónico previo a la Restauración Meiji, o sea, esa ciudad que aún no era la capital de Japón (al menos no lo era en el sentido de que el emperador aún residía en Kioto) y que todavía era conocida como Edo.
Curiosidad era también la que sentía hacia el autor
de estos relatos, el escritor Okamoto Kidô (1872-1939), un autor de lo más
versátil, y aunque el mayor volumen de su bibliografía lo ocupan las obras de
teatro, en su época fue sobre todo conocido por sus historias del detective
Hanshichi, que se fueron publicando por entregas en revistas entre 1916 y 1939,
y que ahora tenemos la ocasión de poder leer en español gracias a la edición de
Quaterni.
En efecto, Hanshichi es un detective que, a
comienzos del siglo XX, y ya jubilado, se dedica a contarle a un joven periodista
(que ejerce de narrador en los relatos) las peculiares batallitas detectivescas
que vivió décadas atrás en una ciudad de Edo que no tenía mucho que ver con el
Tokio de la era Taisho en que Hanshichi pasaba sus últimos años de vida. Y en
eso reside el encanto de esta colección de relatos: en que Hanshichi va
sirviendo de guía por aquel Edo a alguien que por su juventud no lo había
conocido, y a los lectores nos va poniendo al corriente de los usos y
costumbres del lugar y de la época. A través de las tramas criminales descubres
el lado oscuro y siniestro de la ciudad de Edo, pero por otra parte, por la
humanidad que rezuman las historias, te vas dando cuenta de que Edo tenía ese
aroma inconfundible de “pueblo gordo”, más que de ciudad, muy similar al del Madrid
que puebla las páginas de muchas de las novelas de Pérez Galdós. Queda
reflejada la psicología del habitante de Edo, muy supersticioso y obsesionado con
encontrar explicaciones sobrenaturales a las cosas que suceden a su alrededor,
incluidos los crímenes. Se describe también con fidelidad la topografía de
aquel Tokio decimonónico y, lo más interesante para los amantes de la narrativa
histórica (pues qué duda cabe de que Hanshichi también tiene algo de eso), se
describe con detalle la vida cotidiana de las distintas clases sociales y
colectivos que poblaban aquellas calles del viejo Edo, y las relaciones, no
siempre cordiales, que entre ellos se producían.
Pues eso, que Hanshichi es mucho más de lo que puede
parecer. Es literatura de detectives, pero con elementos de la mejor literatura
negra (Hanshichi no es detective de salón, sino que se ve obligado a “mojarse”
en ocasiones, y el lado oscuro de la ciudad queda recogido en las páginas de
los relatos), de la mejor literatura histórica, de un costumbrismo certero y trabajado que nos hace
pensar en la buena narrativa realista y naturalista de la Europa del siglo XIX…
No es literatura menor, no…
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