
Lo ideal sería iniciarse a Mo Yan leyendo su Sorgo rojo, la novela que le catapultó a la fama a mediados de los
años ochenta y que le permitió obtener prestigio internacional, en parte
gracias a la talentosa adaptación cinematográfica que hizo Zhang Yimou en 1987
y que para mi gusto sigue siendo la mejor película china de todos los tiempos:
aquella fotografía tan poderosa en sus gamas cromáticas y su luz, y aquella
Gong Li tan primitiva y joven pero ya tan sugerente a todos los niveles, ocupan
una parte trascendental de mi educación emocional y sentimental. Pero, claro,
si en España un ejemplar de Sorgo rojo sigue
valiendo lo que sigue valiendo, pues casi mejor es que los no iniciados no
arriesguen y en su lugar prueben con las 127 paginitas de Cambios (2010), una de las más recientes obras de Mo Yan, y que se
puede leer en clave de novela corta o en clave de autobiografía, pues eso es ni
más ni menos lo que tenemos entre manos: un brillante ejemplo de economía
verbal, de cómo se puede contar con maestría en solo un centenar de páginas lo
más destacado en la vida de una persona y de todo un país a lo largo de cuatro
décadas, las que van de 1969 a 2010, cruciales en el devenir vital de Mo Yan y
de toda China.
Cambios. No solo es
escueto el contenido del libro, sino que el título también lo es, pero es que
así, en una sola palabra, se dice todo sin necesidad de recurrir a mayores
ornamentos lingüísticos. Y a través de su propia vida, en constante
metamorfosis de aspiraciones y profesiones, aunque siempre con la literatura
como uno de sus principales intereses, Mo Yan nos va ofreciendo, en pequeñas
dosis, fugaces instantáneas que nos permiten percibir los brutales y radicales
cambios que ha ido experimentando China desde los años setenta. No se recrea en
los hechos históricos; simplemente los sobrevuela, incluso los que a ojos
occidentales deberían merecer varias páginas; por ejemplo, sobre ese acontecimiento
de 1988 que a la prensa occidental obsesiona hasta el delirio y que los medios
españoles suelen presentar como “la matanza de Tiannanmen”, Mo Yan pasa
fugazmente: “Pero no tardó en estallar el movimiento estudiantil, la situación
fue cobrando una tensión creciente y mucha gente dejó de tener ganas de ir a
clase”. Y punto. Alguien pensará que esa levedad casi frívola en el tratamiento
de ese hecho histórico responde a la censura, a la intención de silenciar y
ocultar lo que en Tiannanmen sucedió. Yo prefiero creer que a Mo Yan no le
inspiran tanto esos grandes acontecimientos y sí el pulso cotidiano que sabe
tomar a todos esos modestos personajes que se cruzaron por su vida, y que
funcionan en la novela como verdaderos motores de la historia con minúsculas y
de la Historia con mayúsculas. No obstante, la transformación de China y su
presunta modernización no se contempla de un modo triunfalista, lo que resulta
atípico tanto dentro como fuera de China. Tendemos a creer que en la China de
hoy se atan los perros con longaniza, que el desarrollo alcanza a todo el
mundo, que en ese país se vive bajo la normalidad, y lo que Mo Yan deja
entrever es una China que, pese a la obvia mejoría del país en contraste con la
precariedad y falta de libertad en que vivía bajo Mao Zedong, ha mantenido, si
no incrementado, sus hábitos sociales menos saludables, tales como la
deshonestidad, el enchufismo y el abuso de poder.
En definitiva, un trabajo donde se dan cita el humor, el sarcasmo, la
confidencialidad, la sinceridad y la lección de que el proceso de cambio tiene
su cara y su cruz. Y la satisfacción del lector, que se siente un ser
privilegiado al recorrer espacios y etapas de China de la mano de un guía sólidamente
acreditado para ejercer de tal.