Recientemente escribí sobre los masivamente aclamados aspirantes a premios Nobel que no se lo merecen, y hoy toca hablar de aspirantes al premio Nobel que perecerán en el intento porque parecen vivir en el olvido de todos. O de casi todos. Tal me parece el caso de Ismail Kadaré, un autor de quien no parecen acordarse ni los miembros de la Academia Sueca, que año tras año le niegan el “nobélico” galardón; ni los lectores, que no se animan a apostar por él en esas quinielas que todos los años se hacen para tratar de pronosticar el fallo de los académicos de Estocolmo.
Por lo que a mí respecta, y desde mi más humilde posición de bloguero
de mierda que trata de mantener este blog de mierda, poco puedo hacer para
darle un empujoncito hacia el Nobel a quien creo que se lo merece. Pero lo que
está claro es que, por poco que sea, no me voy a privar de hacerlo. Y en el
caso de Kadaré, además, no va a ser la primera vez que lo haga, así que
periódicamente voy a tratar de rescatar en esta bitácora algunos de sus ya
clásicos e imprescindibles trabajos. El primero fue El palacio de los sueños, novela de frontera entre el género
histórico y el de la ciencia-ficción por su original e inquietante temática, y
a la que muchos consideran la obra maestra del autor albanés. Y hoy le toca
salir a la palestra bloguera a Abril
quebrado, una novela de corte mucho más realista y crudo, pero que, quizá
por ese motivo, sigue siendo la obra de Kadaré que con mayor firmeza permanece
en mi memoria y con la que ahora he vuelto a estremecerme en una relectura.
Abril quebrado tiene el morbo
que suelen tener esas novelas con desenlace conocido ya desde la exposición
inicial; de esas en las que desde las primeras páginas sabes lo que va a pasar
al final del libro, pero en las que el autor te castiga con la inmensa duda (y
en eso estriba su encanto) de no saber de qué manera se va a producir esa
conclusión ya publicitada. Estamos ante la crónica de una muerte anunciada
escrita originalmente en 1978 y publicada en 1980, o sea, un poquito antes de
una de las más conocidas de esas crónicas de muertes anunciadas: la de Gabriel
García Márquez. Abril quebrado nos
traslada a la Albania presocialista, rural y profunda, en un momento en el que
regía una ley no escrita y conocida como kanun,
en la que se reglamentaba el sistema para ejercer la venganza entre familias
enemistadas. Por contarlo de un modo resumido y didáctico, digamos que, si
alguien mataba a alguien, la familia del asesinado tenía derecho a vengar la
muerte de su pariente, pero a su vez, la familia del primer agresor se
convertía en familia agraviada al perder a uno de sus miembros, que a lo mejor
no era el asesino de la primera víctima. Y para regular la forma de ejercer esa
especie de “ojo por ojo y diente por diente” estaba el kanun, que establecía unas normas que todo el mundo acataba en el
interior de Albania.
Así, Gjorg Berisha, el protagonista de la novela, se cobra la vida de
alguien cumpliendo religiosamente el mandato del kanun. La víctima pertenecía a una familia con la que la suya
llevaba ya siete décadas intercambiando derramamientos de sangre. A partir de
ese momento, Gjorg dispone de treinta días de besa (término con el que el kanun
denominaba a una ley o sentencia), y pasados esos treinta días, él podrá
ser víctima de la venganza a la que desde ese momento tendrá derecho la otra
familia: “Le quedaban aún treinta días de vida a salvo de peligro alguno.
Después todo su ser quedaría envuelto por el acecho de la muerte. […] Después
vendría el vagar del murciélago, con el que él ya no contaba siquiera.”
Horroriza pensar que esto del kanun
no es una genialidad que haya surgido de la imaginación de Kadaré, sino que
es uno de esos sinsentidos perfectamente asentados en la realidad y que toda
sociedad ha sabido generar en su seno y mantenerlo a lo largo de los siglos, y
hasta defenderlo como uno de los pilares fundamentales sobre los que se asienta
dicho grupo humano. Y los hechos le llevan a Gjorg a sufrir las consecuencias
más negativas de esa práctica, e ingresa en una cuenta atrás de angustia vital
en la que su existencia sucumbe a una funesta ambigüedad de muerto viviente.
Y en ese sombrío panorama de espiral inagotable de asesinatos aparece
Besian Vorpsi, una suerte de escritor y señorito de ciudad a quien no se le
ocurre otra cosa que irse a la montaña albanesa con su mujer para hacer allí su
luna de miel. Le interesa la práctica del kanun
y allá va a conocerla. Lo que no se imaginaba este iluso es que quien juega
con fuego se suele quemar, y que entre la trágica situación de Gjorg y el viaje
lúdico-científico de Besian no había ningún tipo de material aislante.
Literatura de la buena, con acción y emoción, pero también con hondas reflexiones sobre lo absurdas que pueden resultar en muchas ocasiones las prácticas que lleva a cabo el género humano y lo difícil, cuando no imposible, que le puede resultar al individuo tratar de evadirse de ellas. En definitiva, un sincero, a la par que angustioso y descorazonador canto al “no somos nadie”, aunque (y he aquí las buenas noticias) en un texto de los que encandila y atrapa al lector.
Literatura de la buena, con acción y emoción, pero también con hondas reflexiones sobre lo absurdas que pueden resultar en muchas ocasiones las prácticas que lleva a cabo el género humano y lo difícil, cuando no imposible, que le puede resultar al individuo tratar de evadirse de ellas. En definitiva, un sincero, a la par que angustioso y descorazonador canto al “no somos nadie”, aunque (y he aquí las buenas noticias) en un texto de los que encandila y atrapa al lector.
No hay comentarios:
Publicar un comentario