miércoles, 14 de enero de 2015

"Abril quebrado", de Ismail Kadaré


Recientemente escribí sobre los masivamente aclamados aspirantes a premios Nobel que no se lo merecen, y hoy toca hablar de aspirantes al premio Nobel que perecerán en el intento porque parecen vivir en el olvido de todos. O de casi todos. Tal me parece el caso de Ismail Kadaré, un autor de quien no parecen acordarse ni los miembros de la Academia Sueca, que año tras año le niegan el “nobélico” galardón; ni los lectores, que no se animan a apostar por él en esas quinielas que todos los años se hacen para tratar de pronosticar el fallo de los académicos de Estocolmo.

Por lo que a mí respecta, y desde mi más humilde posición de bloguero de mierda que trata de mantener este blog de mierda, poco puedo hacer para darle un empujoncito hacia el Nobel a quien creo que se lo merece. Pero lo que está claro es que, por poco que sea, no me voy a privar de hacerlo. Y en el caso de Kadaré, además, no va a ser la primera vez que lo haga, así que periódicamente voy a tratar de rescatar en esta bitácora algunos de sus ya clásicos e imprescindibles trabajos. El primero fue El palacio de los sueños, novela de frontera entre el género histórico y el de la ciencia-ficción por su original e inquietante temática, y a la que muchos consideran la obra maestra del autor albanés. Y hoy le toca salir a la palestra bloguera a Abril quebrado, una novela de corte mucho más realista y crudo, pero que, quizá por ese motivo, sigue siendo la obra de Kadaré que con mayor firmeza permanece en mi memoria y con la que ahora he vuelto a estremecerme en una relectura.

Abril quebrado tiene el morbo que suelen tener esas novelas con desenlace conocido ya desde la exposición inicial; de esas en las que desde las primeras páginas sabes lo que va a pasar al final del libro, pero en las que el autor te castiga con la inmensa duda (y en eso estriba su encanto) de no saber de qué manera se va a producir esa conclusión ya publicitada. Estamos ante la crónica de una muerte anunciada escrita originalmente en 1978 y publicada en 1980, o sea, un poquito antes de una de las más conocidas de esas crónicas de muertes anunciadas: la de Gabriel García Márquez. Abril quebrado nos traslada a la Albania presocialista, rural y profunda, en un momento en el que regía una ley no escrita y conocida como kanun, en la que se reglamentaba el sistema para ejercer la venganza entre familias enemistadas. Por contarlo de un modo resumido y didáctico, digamos que, si alguien mataba a alguien, la familia del asesinado tenía derecho a vengar la muerte de su pariente, pero a su vez, la familia del primer agresor se convertía en familia agraviada al perder a uno de sus miembros, que a lo mejor no era el asesino de la primera víctima. Y para regular la forma de ejercer esa especie de “ojo por ojo y diente por diente” estaba el kanun, que establecía unas normas que todo el mundo acataba en el interior de Albania.

Así, Gjorg Berisha, el protagonista de la novela, se cobra la vida de alguien cumpliendo religiosamente el mandato del kanun. La víctima pertenecía a una familia con la que la suya llevaba ya siete décadas intercambiando derramamientos de sangre. A partir de ese momento, Gjorg dispone de treinta días de besa (término con el que el kanun denominaba a una ley o sentencia), y pasados esos treinta días, él podrá ser víctima de la venganza a la que desde ese momento tendrá derecho la otra familia: “Le quedaban aún treinta días de vida a salvo de peligro alguno. Después todo su ser quedaría envuelto por el acecho de la muerte. […] Después vendría el vagar del murciélago, con el que él ya no contaba siquiera.”

Horroriza pensar que esto del kanun no es una genialidad que haya surgido de la imaginación de Kadaré, sino que es uno de esos sinsentidos perfectamente asentados en la realidad y que toda sociedad ha sabido generar en su seno y mantenerlo a lo largo de los siglos, y hasta defenderlo como uno de los pilares fundamentales sobre los que se asienta dicho grupo humano. Y los hechos le llevan a Gjorg a sufrir las consecuencias más negativas de esa práctica, e ingresa en una cuenta atrás de angustia vital en la que su existencia sucumbe a una funesta ambigüedad de muerto viviente.

Y en ese sombrío panorama de espiral inagotable de asesinatos aparece Besian Vorpsi, una suerte de escritor y señorito de ciudad a quien no se le ocurre otra cosa que irse a la montaña albanesa con su mujer para hacer allí su luna de miel. Le interesa la práctica del kanun y allá va a conocerla. Lo que no se imaginaba este iluso es que quien juega con fuego se suele quemar, y que entre la trágica situación de Gjorg y el viaje lúdico-científico de Besian no había ningún tipo de material aislante.

Literatura de la buena, con acción y emoción, pero también con hondas reflexiones sobre lo absurdas que pueden resultar en muchas ocasiones las prácticas que lleva a cabo el género humano y lo difícil, cuando no imposible, que le puede resultar al individuo tratar de evadirse de ellas. En definitiva, un sincero, a la par que angustioso y descorazonador canto al “no somos nadie”, aunque (y he aquí las buenas noticias) en un texto de los que encandila y atrapa al lector.

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