
Hay novelas capaces de ejercer un poderoso influjo sobre quienes emprenden la aventura de leerlas; son novelas que transforman, novelas que le hacen a uno ver la realidad de otro modo, o desde otra perspectiva; novelas con aroma a trascendencia, de esas que dan motivos para seguir leyendo libros hasta el infinito. En cambio, existen otro tipo de novelas, no menos necesarias ni menos adictivas, que lejos de modificar el esquema vital del lector, establecen una vigorosa complicidad entre éste y los protagonistas de la historia, que son las más de las veces trasunto del autor.
Entre ese segundo tipo de novelas, y por lo que a mi experiencia vital respecta, se encuentra Botchan, la descarnada novela satírica que Natsume Sôseki publicó en 1906. En ella se cuentan las experiencias de un joven profesor, el tal Botchan (diminutivo demasiado cariñoso para un profe, que preludia lo que vamos a leer), que abandona las comodidades de Tokio para establecerse en una modesta ciudad de la isla de Shikoku (probablemente Matsuyama, donde el propio Natsume Sôseki fue profesor). Botchan no es precisamente bien recibido en su nuevo destino, y no ya solo por sus cafres alumnos (que, rizando el rizo, resultan ser el menor de los problemas de Botchan), sino por la mayoría de sus compañeros de docencia y por el director de la escuela, que miran con mucho recelo a este recién llegado de la capital. Pero pronto Botchan sabrá establecer una exigua pero eficaz red de amistades y tratará de salir a flote de tan hostil medio, contra viento y marea y caiga quien caiga...
Por recientes experiencias profesionales que tuve en el sector de la enseñanza secundaria, insisto en que pocas veces me he sentido tan identificado con el protagonista de una novela como de hecho me sucedió con nuestro Botchan. Es un libro que debería ser de cabecera para todo profe de ESO y Bachillerato o, sobre todo, para quienes aspiren a serlo (digo "sobre todo" porque todavía están a tiempo de replantearse su futuro profesional). Y es que la novela resulta muy pedagógica en cuanto a que demuestra que problemas que creemos del mundo actual, tales como la falta de disciplina en las aulas, la corrupción en los puestos directivos, la escasa motivación del profesorado, eran lacras que estaban presentes en un marco espacio-temporal tan lejano al nuestro como el Japón de hace un siglo.
Y además de aleccionadora, resulta altamente divertida, en la línea de Yo, el gato, la anterior novela de Natsume Sôseki, que también comenté en este blog hace poco más de un año. Bueno, probablemente Botchan no esté técnicamente tan lograda como aquella, pero no le va a la zaga en cuanto a sentido del humor y sentido de la sátira social: la era Meiji, que en la historia oficial de Japón suele figurar como un respetable periodo de prosperidad y modernización, en Natsume Sôseki siempre figura como una época lamentable y patética, donde los japoneses se debatían entre el modelo de sociedad moderna occidental y el tradicional oriental, pero escogiendo en buena parte de las ocasiones lo peor de cada uno de ellos.
La figura de Botchan resulta un personaje entrañable pese a su cinismo y su carácter aparentemente nihilista (pero solo aparentemente), aunque el lector acaba solidarizándose con él, al ver que el medio corrompe y deforma a quien inicialmente no parece resultar tan canalla ni tan mordaz. Obligado te veas... Lo que sí que no me convence es la comparación que de Botchan se ha hecho con el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno, de Salinger. La comparación no está mal como estrategia comercial para vender muchos ejemplares de Botchan, pero habría que recordar que en todo caso sería Salinger quien habría copiado a Natsume Sôseki, ya que Botchan se publicó en 1906 y El guardián entre el centeno data de 1951... Aparte de eso, Caulfield sí que resulta un individuo nihilista, que navega sin rumbo, con cierta tendencia a la autodestrucción, pero no es el caso de Botchan, que a veces parece ser el único personaje de su entorno dotado de valores y de sentido del deber. Podríamos incluso decir que el Caulfield de Salinger se sitúa en las antípodas del Botchan de Natsume Sôseki.
Lo que sí está claro es que, seas o no seas profesor, Botchan es una excelente forma de pasar unas horas de diversión y disfrutar con el arte de la mejor pluma japonesa de comienzos del siglo XX. Para quienes no hayan leído aún nada de este autor, esta novela es una de las más adecuadas para iniciarse.
La publicó Impedimenta, con traducción de José Pazó Espinosa.
Entre ese segundo tipo de novelas, y por lo que a mi experiencia vital respecta, se encuentra Botchan, la descarnada novela satírica que Natsume Sôseki publicó en 1906. En ella se cuentan las experiencias de un joven profesor, el tal Botchan (diminutivo demasiado cariñoso para un profe, que preludia lo que vamos a leer), que abandona las comodidades de Tokio para establecerse en una modesta ciudad de la isla de Shikoku (probablemente Matsuyama, donde el propio Natsume Sôseki fue profesor). Botchan no es precisamente bien recibido en su nuevo destino, y no ya solo por sus cafres alumnos (que, rizando el rizo, resultan ser el menor de los problemas de Botchan), sino por la mayoría de sus compañeros de docencia y por el director de la escuela, que miran con mucho recelo a este recién llegado de la capital. Pero pronto Botchan sabrá establecer una exigua pero eficaz red de amistades y tratará de salir a flote de tan hostil medio, contra viento y marea y caiga quien caiga...
Por recientes experiencias profesionales que tuve en el sector de la enseñanza secundaria, insisto en que pocas veces me he sentido tan identificado con el protagonista de una novela como de hecho me sucedió con nuestro Botchan. Es un libro que debería ser de cabecera para todo profe de ESO y Bachillerato o, sobre todo, para quienes aspiren a serlo (digo "sobre todo" porque todavía están a tiempo de replantearse su futuro profesional). Y es que la novela resulta muy pedagógica en cuanto a que demuestra que problemas que creemos del mundo actual, tales como la falta de disciplina en las aulas, la corrupción en los puestos directivos, la escasa motivación del profesorado, eran lacras que estaban presentes en un marco espacio-temporal tan lejano al nuestro como el Japón de hace un siglo.
Y además de aleccionadora, resulta altamente divertida, en la línea de Yo, el gato, la anterior novela de Natsume Sôseki, que también comenté en este blog hace poco más de un año. Bueno, probablemente Botchan no esté técnicamente tan lograda como aquella, pero no le va a la zaga en cuanto a sentido del humor y sentido de la sátira social: la era Meiji, que en la historia oficial de Japón suele figurar como un respetable periodo de prosperidad y modernización, en Natsume Sôseki siempre figura como una época lamentable y patética, donde los japoneses se debatían entre el modelo de sociedad moderna occidental y el tradicional oriental, pero escogiendo en buena parte de las ocasiones lo peor de cada uno de ellos.
La figura de Botchan resulta un personaje entrañable pese a su cinismo y su carácter aparentemente nihilista (pero solo aparentemente), aunque el lector acaba solidarizándose con él, al ver que el medio corrompe y deforma a quien inicialmente no parece resultar tan canalla ni tan mordaz. Obligado te veas... Lo que sí que no me convence es la comparación que de Botchan se ha hecho con el Holden Caulfield de El guardián entre el centeno, de Salinger. La comparación no está mal como estrategia comercial para vender muchos ejemplares de Botchan, pero habría que recordar que en todo caso sería Salinger quien habría copiado a Natsume Sôseki, ya que Botchan se publicó en 1906 y El guardián entre el centeno data de 1951... Aparte de eso, Caulfield sí que resulta un individuo nihilista, que navega sin rumbo, con cierta tendencia a la autodestrucción, pero no es el caso de Botchan, que a veces parece ser el único personaje de su entorno dotado de valores y de sentido del deber. Podríamos incluso decir que el Caulfield de Salinger se sitúa en las antípodas del Botchan de Natsume Sôseki.
Lo que sí está claro es que, seas o no seas profesor, Botchan es una excelente forma de pasar unas horas de diversión y disfrutar con el arte de la mejor pluma japonesa de comienzos del siglo XX. Para quienes no hayan leído aún nada de este autor, esta novela es una de las más adecuadas para iniciarse.
La publicó Impedimenta, con traducción de José Pazó Espinosa.