Sigo avanzando en la lectura de la obra de Tanizaki (1886-1965). En esta ocasión tocaba Naomi (1924), originalmente titulada 痴人の愛 (chijin no ai), un título que podía inspirar traducciones mucho más rotundas que Naomi (el nombre de la protagonista), como por ejemplo El amor de un gilipollas, o incluso El amor de un capullo, que serían mucho más fieles al original y al espíritu que Tanizaki quiso imprimir a la novela, aparte de que comercialmente resultarían bastante más acertadas, porque un lector que se acerca a una librería, se topa con una pila de libros cuya portada lleva impresa en letras mayúsculas las palabras El amor de un gilipollas, y lo mínimo que hace es detenerse un minuto y tomar un ejemplar de esa obra en sus manos. Lo de Naomi, en cambio, queda bastante ñoño, para qué negarlo, y nos hace pensar, si no sabemos nada de Tanizaki ni de su estilo, en aquellas novelas europeas decimonónicas tituladas con el nombre de la heroína. Pero lo de Tanizaki no es lo de Balzac, ni lo de Zola, ni lo de Tolstoi. No es ni mejor ni peor: simplemente es diferente. Otra cosa es que los editores europeos logren entenderlo; pero eso ya no depende de mí.
De hecho, ni tan siquiera tengo claro si a la tal Naomi cabría calificarla de heroína o de villana, porque lo más probable es que no sea ninguna de las dos cosas. Naomi es una joven mujer (una adolescente diríamos hoy, o incluso una menor, pero recordemos que es el Japón de hace 90 años) que trata de vivir el tiempo que le ha tocado vivir e intenta adaptarse a lo que hay. Eran los tiempos de la era Taishô (1912-1926), que es cuando esta novela se escribe; tiempos que Japón vivió, como en la anterior era Meiji (1868-1912), en una atmósfera de constante cambio, de modernización y occidentalización (americanización), pero a la vez bajo una permanente mirada hacia atrás, hacia un pasado no tan remoto en que Japón aún cerraba sus puertas (no siempre rigurosamente ni al 100%) a personas e ideas extranjeras. Y en un Japón que se esforzaba en reinventarse, con mayor o menor fortuna, Naomi trataba de hacer exactamente los mismo: era una chica "moderna" y eso, que a veces despertaba admiración en algunos de sus compatriotas varones, en otras ocasiones podía provocar en ellos furibunda incomprensión, sobre todo si el varón le doblaba la edad, como era el caso de Jôji, el protagonista de la historia, que nos la cuenta en primera persona. Él se lleva a Naomi, cuando no era más que una chiquilla procedente de una humilde familia del barrio tokiota de Asakusa, que hoy será un sitio muy turístico y muy mono, pero en aquella época era lo peor de lo peor en la capital nipona: era el corazón del maleado y deprimido Shitamachi (los barrios bajos). Y Jôji, un asalariado que está más solo que la una, adopta el papel de "papaíto" educador y se la lleva a un mejor sitio, pero con el tiempo acabará convirtiéndose en el "varón domado"...
En fin, que como sucedía en Tatuaje, Tanizaki se revela como un maestro indiscutible en la creación de personajes femeninos atractivos, altamente seductores, inquietantemente dominadores y psicológicamente poderosos... Y como en aquella novela, hay elementos de carácter fetichista (muchas referencias a los pies de Naomi y la costumbre que tenía Jôji de lamérselos) que harán las delicias de más de uno. Si la obra de un autor tiene algo de autobiográfico, sospecho que a Tanizaki debía de irle bastante "la marcha", como también seguramente vivía agobiado y bastante desorientado, al igual que la mayor parte de sus compatriotas contemporáneos, en aquella década que, si bien muchos historiadores occidentales no dudan en llamar Roaring Twenties, para otros no fueron más que los Crazy Years, definición que resulta mucho más acertada cuando se habla de Japón, a juzgar por lo que se percibe en las páginas de Naomi: la locura colectiva alcanzaba cotas de verdadera esquizofrenia en los salones de baile del siempre elegante barrio de Ginza, que se llenaban de japoneses que se occidentalizaban de forma forzosa, artificial y bastante ridícula, simplemente porque era modern. Las descripciones satíricas de esos ambientes que Tanizaki nos lanza en las páginas de Naomi no tienen desperdicio. Y la vida en pareja de Jôji y Naomi, que para Jôji constituye realmente un sinvivir, no es más que una brillante metáfora que Tanizaki traza de ese Japón que estaba dejando de ser lo que hasta entonces había sido.
Quizás no sea lo mejor de la producción literaria de Tanizaki, pero en cualquier caso se trata de una obra asequible para el público general (rasgo a tener en cuenta en un autor que tiene fama de difícil, aunque hasta ahora a mí no me lo está pareciendo), muy envolvente merced a esa trama lineal, sencilla, pero fluida y equilibrada, que hace que el final de un capítulo te lleve irremediablemente a empezar el siguiente. Te gustará.
De hecho, ni tan siquiera tengo claro si a la tal Naomi cabría calificarla de heroína o de villana, porque lo más probable es que no sea ninguna de las dos cosas. Naomi es una joven mujer (una adolescente diríamos hoy, o incluso una menor, pero recordemos que es el Japón de hace 90 años) que trata de vivir el tiempo que le ha tocado vivir e intenta adaptarse a lo que hay. Eran los tiempos de la era Taishô (1912-1926), que es cuando esta novela se escribe; tiempos que Japón vivió, como en la anterior era Meiji (1868-1912), en una atmósfera de constante cambio, de modernización y occidentalización (americanización), pero a la vez bajo una permanente mirada hacia atrás, hacia un pasado no tan remoto en que Japón aún cerraba sus puertas (no siempre rigurosamente ni al 100%) a personas e ideas extranjeras. Y en un Japón que se esforzaba en reinventarse, con mayor o menor fortuna, Naomi trataba de hacer exactamente los mismo: era una chica "moderna" y eso, que a veces despertaba admiración en algunos de sus compatriotas varones, en otras ocasiones podía provocar en ellos furibunda incomprensión, sobre todo si el varón le doblaba la edad, como era el caso de Jôji, el protagonista de la historia, que nos la cuenta en primera persona. Él se lleva a Naomi, cuando no era más que una chiquilla procedente de una humilde familia del barrio tokiota de Asakusa, que hoy será un sitio muy turístico y muy mono, pero en aquella época era lo peor de lo peor en la capital nipona: era el corazón del maleado y deprimido Shitamachi (los barrios bajos). Y Jôji, un asalariado que está más solo que la una, adopta el papel de "papaíto" educador y se la lleva a un mejor sitio, pero con el tiempo acabará convirtiéndose en el "varón domado"...
En fin, que como sucedía en Tatuaje, Tanizaki se revela como un maestro indiscutible en la creación de personajes femeninos atractivos, altamente seductores, inquietantemente dominadores y psicológicamente poderosos... Y como en aquella novela, hay elementos de carácter fetichista (muchas referencias a los pies de Naomi y la costumbre que tenía Jôji de lamérselos) que harán las delicias de más de uno. Si la obra de un autor tiene algo de autobiográfico, sospecho que a Tanizaki debía de irle bastante "la marcha", como también seguramente vivía agobiado y bastante desorientado, al igual que la mayor parte de sus compatriotas contemporáneos, en aquella década que, si bien muchos historiadores occidentales no dudan en llamar Roaring Twenties, para otros no fueron más que los Crazy Years, definición que resulta mucho más acertada cuando se habla de Japón, a juzgar por lo que se percibe en las páginas de Naomi: la locura colectiva alcanzaba cotas de verdadera esquizofrenia en los salones de baile del siempre elegante barrio de Ginza, que se llenaban de japoneses que se occidentalizaban de forma forzosa, artificial y bastante ridícula, simplemente porque era modern. Las descripciones satíricas de esos ambientes que Tanizaki nos lanza en las páginas de Naomi no tienen desperdicio. Y la vida en pareja de Jôji y Naomi, que para Jôji constituye realmente un sinvivir, no es más que una brillante metáfora que Tanizaki traza de ese Japón que estaba dejando de ser lo que hasta entonces había sido.
Quizás no sea lo mejor de la producción literaria de Tanizaki, pero en cualquier caso se trata de una obra asequible para el público general (rasgo a tener en cuenta en un autor que tiene fama de difícil, aunque hasta ahora a mí no me lo está pareciendo), muy envolvente merced a esa trama lineal, sencilla, pero fluida y equilibrada, que hace que el final de un capítulo te lleve irremediablemente a empezar el siguiente. Te gustará.
Tiene buena pinta lo que cuentas. Reconozco que no he leído nada de literatura oriental, y sería buen momento para empezar... El único que conozco es Haruki Murakami, "After Dark" creo recordar... pero no porque yo lo haya leído, sino porque se lo llevaban los usuarios de la biblioteca. Ya comentarás un título sencillo para poder acercarse a este mundillo...
ResponderEliminarSi recomiendas algo, prometo acercarme al género entre novela de misterio y novedades de novela histórica.
Un saludo.
Pues muchas gracias por tu comentario, Literatura Misterio. La verdad es que "Naomi" es una buena novela para iniciarse en la literatura oriental. Es bastante sencilla y nos proporciona abundante información sobre el debate entre tradición y modernidad que ha caracterizado al Japón contemporáneo. Si te gusta la novela histórica, te recomiendo las de Shûsaku Endô, como "El samurai" y "Silencio". Y de las novelas del misterio, la maestra japonesa del género es Natsuo Kirino, que tiene trabajos tan interesantes como "Out" y "Grotesco". Aquí, en "En el Levante de las páginas", tienes un par de reseñas dedicadas a sendas novelas de estos autores.
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