jueves, 5 de enero de 2012

"Tatuaje", de Junichiro Tanizaki


Como toda mi vida he procurado ser original en mis propósitos para cada año entrante, esta vez no iba a hacer una excepción. Por tanto, para 2012 no me he marcado como objetivos aprender inglés o dejar de fumar, sino saldar la deuda pendiente de lecturas que tenía con uno de los pesos pesados de la literatura japonesa del pasado siglo: Junichiro Tanizaki (1886-1965).

Hasta ahora, de Tanizaki solo había leído El elogio de la sombra (1933), su certero ensayo sobre el sentido de la estética en Japón y su comparación con la idea que de la belleza se tiene en Occidente. Ya iba siendo hora de dedicarle el tiempo que se merece a su repertorio de obras de ficción, y qué mejor forma de iniciar ese recorrido por su bibliografía con el relato Tatuaje (1910), uno de sus primeros trabajos, del que he podido disfrutar gracias a la elegante edición de Rey Lear, con traducción de Naoko Kuzano y Alicia Mariño (que también es prologuista del libro), e ilustraciones de Manuel Alcorlo.

En las escasas páginas de este relato uno percibe que el profundo conocimiento que Tanizaki demostró poseer en materia de arte y de estética, tanto de Japón como de Occidente, en El elogio de la sombra, no es sino el fruto de toda una vida dedicada a observar el sentido de la belleza en el género humano y a tratar de entender las reacciones que su percepción provoca en el genio creador, sea cual sea la forma de expresarlo. Y es que Tanizaki universaliza la estética; la ve por doquier y no solo en las más sublimes manifestaciones artísticas. Así, si en El elogio de la sombra partía de la oscuridad de unas letrinas japonesas para formular su lograda teoría de la sombra como elemento capital del universo estético nipón, en el relato que ahora nos ocupa se interesa por las inquietudes estéticas de un tal Seikichi, "que se había ganado la vida como pintor de la escuela de los Utagawas de ukiyoe, de los maestros Toyokuni y Kunisada". Y sin embargo, ese Seikichi que parecía estar destinado a convertirse en un genio de la pintura, acaba "descendiendo a la condición de tatuador", aunque eso no le impide poseer su propia visión de la belleza, así como del placer, lo que queda perfectamente registrado en el relato: el cuerpo de sus clientes es el lienzo en el que Seikichi plasma su obra, lo que le lleva a ser muy exigente con quienes acuden a sus servicios, porque este tatuador no solo no admite a cualquiera en su estudio, sino que somete sin piedad a un inimaginable repertorio de dolores a los pocos privilegiados que logran hacerse sobre su epidermis con los favores del artista.

Se puede decir que Seikichi vive en una obsesiva búsqueda del cuerpo perfecto, pero es el descubrimiento fortuito de unos pies femeninos lo que le lleva a entender que ya ha encontrado lo que quería... En definitiva, buena carga sadomasoquista y fetichista la contenida en este lindo relato, que lo hace más atractivo si cabe. Precisamente esos elementos que en el prólogo de Alicia Mariño son presentados como algo transgresor y como un ejemplo de la influencia de la literatura occidental sobre Tanizaki (y no digo que no sea cierto), podrían también interpretarse como el sólido conocimiento que Tanizaki poseía del sentido de la estética y de las perversiones (si es que ellos lo veían como perversiones) que tenían los japoneses durante el shogunato Edo (1600-1868), y que a veces queda reflejado en trabajos de ukiyoe como El sueño de la esposa del pescador de Hokusai. Además, el texto de Tanizaki deja bien reflejado que aquella era una época en que la costumbre de tatuarse la práctica totalidad del cuerpo era bastante popular en Japón, a diferencia de lo que sucede a día de hoy, cuando la mayoría de los japoneses sigue considerando el tatuaje como un hábito propio de colectivos delictivo-marginales o, en el mejor de los casos, algo típico de gaijines.

Y de las ilustraciones de Manuel Alcorlo, debo decir que no son el tipo de dibujos que a mí me llaman la atención ni me provocan reacciones favorables, porque reconozco que para esto soy muy de tópicos y hubiera preferido algo más genuinamente japonés, en plan ukiyoe, máxime tratándose de una historia ambientada en el periodo Edo. Sin embargo, soy consciente de la originalidad que tales dibujos muestran, y al fin y al cabo ilustran de manera bastante fidedigna el texto, que al fin y al cabo es de lo que se trata.

En definitiva, un entrañable cuento cargado de sensualidad y erotismo que te asegura una tarde entretenida. Hay que seguir leyendo a Tanizaki.

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