Uno se
pregunta en qué andan pensando las editoriales españolas para que vengan a
tardar un siglo en traducir y publicar ciertas obras clásicas extranjeras que
en su época tuvieron una enorme trascendencia, gozaron del favor del público de
su país y recibieron toda suerte de parabienes por parte de los más severos
críticos. No he dejado de preguntármelo mientras pasaba cada una de las más de
trescientas páginas de El precepto roto,
novela de Shimazaki Tôson (1872-1943) que en Japón vio la luz en 1906 pero de
la que el lector hispanohablante no pudo disfrutar hasta 1997, fecha en que fue
por primera vez publicada en nuestro idioma por la editorial japonesa Luna Books, en una edición muy limitada en cuanto a ejemplares y difusión.
Afortunadamente, la editorial Satori lanzó el año pasado una segunda edición
que le garantiza una mayor presencia en las librerías españolas. En ambas
ediciones se ha utilizado la buena traducción de Montse Watkins. La edición de
Satori, además, incluye un esclarecedor y pedagógico estudio introductorio de
Carlos Rubio.
Se
trata de una historia sencilla, como suele suceder en tantas y tantas obras
maestras. Nos cuenta la vida de un maestro de provincias perteneciente a los eta o burakumin, una casta inferior que ha sufrido y sufre la
discriminación en Japón. Y se les considera inferiores por el simple hecho de
que tradicionalmente se han dedicado a profesiones consideradas “impuras”, como
por ejemplo aquellas que tuvieran una relación directa con la muerte (matarife,
verdugo, sepulturero, etc.). Por tanto, un burakumin
no podía aspirar a ascender socialmente y ejercer otras profesiones que no
fueran las mismas que desempeñaban sus antepasados. Sin embargo, el
protagonista de El precepto roto establece
un pacto con su padre, que le exige que no revele a nadie su origen social.
Gracias a ese secreto, consigue entrar en la escuela de magisterio y
posteriormente ejercer como profesor de educación infantil, actividad
profesional prohibida a los burakumin.
Pero una serie de acontecimientos, entre ellos la muerte de su padre y la toma
de conciencia de que se encuentra en una sociedad llena de injusticias y
prejuicios, llevan al maestro a romper el precepto paterno y a declarar
públicamente su condición de burakumin,
confesión que, pese a los perjuicios que le ocasiona, tales como la pérdida de
su plaza docente, le resulta altamente liberadora.
Pero la
cosa no se queda solo en denunciar la situación de marginación que sufren los burakumin. A través de las páginas de El precepto roto se aprovecha para hacer
una durísima crítica al ambiente de corrupción y de falso desarrollo y
occidentalización en que vivía inmerso el Japón de finales de la era Meiji, es
decir, en el paso del siglo XIX al XX. Shimazaki Tôson no deja títere con
cabeza y nos ofrece toda una galería de personajes viles y rastreros que dan
una pésima imagen de aquella sociedad, fundamentalmente en su faceta política y
educativa: políticos corruptos e hipócritas, directores de escuela egocéntricos
e incompetentes, profesores trepas, etc.
Insisto
en que me ha parecido que se trata de una de las grandes obras de su lugar y
momento. Hasta Natsume Sôseki dijo que se trataba del primer trabajo literario
del Japón moderno que merecía el calificativo de “novela”. Y tengo la sensación
de que no lo dijo bajo los efectos del sake, sino en estadio de sobriedad y con
conocimiento de causa: cierto es que un año antes de la publicación de El precepto roto, Sôseki ya había sacado
a la luz su Soy un gato, pero esta
excelente y cachonda obra, que para nuestros parámetros literarios actuales es
sin lugar a dudas una novela, quizás no lo fuera tanto en los albores del siglo
XX, y en cambio una obra como El precepto
roto sí entraba dentro de la concepción de novela naturalista que triunfaba
en el momento en Europa y a la que los autores japoneses aspiraban a imitar.
Digamos que Natsume Sôseki fue un adelantado de su tiempo y no era consciente
de ellos, mientras que Shimazaki Tôson fue quien entendió a la perfección cómo
había que escribir novelas en su tiempo, y lo demostró en El precepto roto. Sôseki captó la idea, le gustó y parece que le
influyó bastante cuando poco tiempo después sacó su mordaz Botchan, novela que, al igual que El precepto roto, nos ofrece un poco halagüeño retrato de la
sociedad japonesa de provincias y sus centros de enseñanza secundaria, aunque
con un toque mucho más ácido y satírico que el empleado por Shimazaki Tôson,
más sobrio, con muchas menos concesiones a la ironía y al sarcasmo.
O sea,
que está claro, o para mí al menos lo está, que Shimazaki Tôson caló hondo en
el arte de Natsume Sôseki y ejerció cierto influjo sobre él. Es evidente que en
Shimazaki Tôson entendió y absorbió los mecanismos de la novela europea de la
segunda mitad del siglo XIX: leemos El
precepto roto y estamos viendo las preocupaciones sociales que Zola recogía
en las páginas de Germinal; leemos El precepto roto y vemos a un
protagonista que se redime a través de la confesión de un secreto, como el
Rashkolnikov de Crimen y Castigo…
Pues
eso: leamos El precepto roto.
Desde hace tiempo estoy por comprarme esta novela. Quizás no he corrido a comprarla, como sí he hecho, por ejemplo con las traducciones de Ryukichi Terao revisadas por Gregory Zambrano (Kobo Abe, Akutagawa...) debido a que mi primera experiencia con Satori, a pesar de ser tan grata como lo puede ser cualquier libro de R. Akutagawa ("Vida de un idiota y otras confesiones") fue muy decepcionante en lo relacionado con el cuidado del texto, pues conté una cantidad de erratas mucho mayor de las que estoy dispuesto a tolerar en una publicación. Comoquiera que sea, esta entrada me convenció de adquirirla. ¡Saludos!
ResponderEliminar¡Hola! Pues tienes toda la razón en que muchas veces las editoriales pequeñas como Satori, El Acantilado, Impedimenta y otras muchas, que tanto cuidado ponen en el apartado estético (diseño de portada, calidad de papel, fuentes, etc.) de sus publicaciones, en cambio a veces muestran carencias en lo más importante, que es la corrección ortotipográfica de sus textos. Me pasó con la edición de Impedimenta de "Yo el gato", que estaba tan plagada de erratas que parecía uno de esos archivos que a veces se descarga uno de internet. Pero en el caso de "El precepto roto" me parece que los de Satori han hecho una buena labor de corrección y edición. Si finalmente decides comprar esta novela, creo que no te arrepentirás. Un saludo y gracias por comentar.
ResponderEliminarTengo la sospecha de que la principal responsable de ese texto cuidado es la desaparecida Montse Watkins, que también tradujo admirablemente "Indigno de ser humano" que salió últimamente por Sajalín y vos también reseñaste. Sabes, este blog ha sido en buena medida una inspiración para mí para crear mi propio blog de literatura orietanl. Quedás invitado, tiene el imaginativo título de literaturaoriental.blogspot.com ;) Lo acabo de empezar, si acaso tiene algo, pero ahí lo iré abasteciendo. Creo que ante la vertiginosidad efímera de Facebook, más nos vale volver a los blogs. ¡Saludos!
ResponderEliminarPues sí, yo también comparto la opinión de que Montse Watkins es una auténtica crack, y ya no solo como traductora, sino también como autora: tengo muy buenos recuerdos de su sátira "Las gafas rotas", una de las visiones más certeras de la sociedad nipona urbana actual, lo que impresiona más si tenemos en cuenta que surge de la mente de alguien que no es japonesa. Y esa visión del terremoto como punto de partida para ver las cosas de otra manera resulta casi profética, a la vista de los acontecimientos del año pasado... Tomo también nota de tu blog y paso a visitarlo. ¡Muchas gracias por compatirlo con nosotros!
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