Hace unos días alguien me puso un ejemplar de este
libro sobre la mesa y me recomendó que lo leyera, porque “Este sí que es el
Kafka japonés, y no el Haruki Murakami”. No podía argumentar en su contra, pues
la historia del libro ya me era familiar gracias al impactante filme que
Hiroshi Teshigahara había rodado basándose en esta novela. Y precisamente por
eso hace años que ya lo habría leído, si no fuese porque en las librerías
españolas figura eternamente como agotado y no parece que exista versión
digital en Internet digna de ser descargada. Pero en cuanto un ejemplar cayó en
mis manos, no hubo piedad con sus páginas y cayeron una tras otra.
La película de Teshigahara respondió a mis
expectativas en su momento y el texto original de Kôbô Abe ahora me ha
resultado igual de convincente, si no más. Engancha la historia del maestro de
escuela aficionado a la entomología que se aventura durante sus vacaciones en
una comarca de dunas para capturar escarabajos y al final acaba siendo él el
capturado. Los lugareños le obligan a vivir junto a una enigmática mujer en una
vivienda sumida en un hoyo, como tantas otras de la localidad, desde la cual
debe colaborar en las labores de recogida de arena que permiten la subsistencia
de sus gentes, pues de lo contrario las dunas habrían sepultado el pueblo
tiempo atrás. Como es de suponer, el protagonista pretende librarse de su
cautiverio, y para ello lleva a cabo una serie de planes y operaciones de fuga que siempre desembocan en el fracaso, y ahí está lo kafkiano del asunto: el personaje se ve implicado en un desafortunado asunto sin comerlo ni beberlo, ni haber hecho especiales méritos para ello, ni encontrar una explicación lógica a su negro destino.
Paralelamente, el hombre establece una intensa y ambigua relación con su
anfitriona que podríamos calificar de amor-odio, y que aporta intensidad
argumental a la novela, a la vez que le asegura un final abierto, de esos que
te dejan un regusto en el paladar literario.
No sé si solo me pasa a mí, pero en La mujer de la arena he creído ver, más
allá de la fábula kafkiana, una soterrada y sutil crítica al Japón en que a Abe
le tocó vivir, el Japón de hace cincuenta años que, en esencia, comparte
bastantes rasgos esenciales con el Japón de 2013. O precisamente esa
cimentación oculta en la realidad es lo que hace que esta novela sea más
kafkiana si cabe, porque, ¿acaso Kafka no anunciaba premonitoriamente y de paso
denunciaba en sus trabajos toda la demencia que pringaba a la Europa central de
hace un siglo y que con el paso de los años devendría en demencias aún mayores?
Lo cierto es que a lo largo de las páginas de La mujer de arena, pero sobre todo a
medida que me he ido acercando al final, he visto toda una sucesión de alegorías
sobre los aspectos menos edificantes del estilo de vida de las grandes ciudades
niponas, aunque la acción de la novela se desarrolle en un entorno desértico y
desde luego nada urbano. Pero veo esos siniestros hoyos rodeados de arena en
los que la gente se ve condenada a trabajar día tras día, sin apenas disfrutar
de descansos y por supuesto sin vacaciones, sin tener la mínima opción de
escapar, y con la retranca que tiene el dato, que Abe deja sutilmente caer, de
que muchos de esos cautivos tienen a su disposición medios para escapar y sin
embargo no lo hacen, quizás porque tienen miedo a lo que hay fuera, quizás
porque consideran que esa es su obligación o ese es su lugar…
Y a veces Abe deja aparcadas las alegorías y otras
licencias literarias y lanza ataques contra el sistema tan directos como inequívocos.
Jamás había leído una descripción tan precisa y acertada como la que hace de
los deprimentes y prosaicos domingos tokiotas (otra cosa que no ha cambiado
mucho en 50 años, me temo).
Gran novela, sin duda, de las que son (o deberían
ser) un hito en su época y en su cultura. No será lo último de Abe que lea.
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