domingo, 10 de marzo de 2013

"La mujer de la arena", de Kôbô Abe



Hace unos días alguien me puso un ejemplar de este libro sobre la mesa y me recomendó que lo leyera, porque “Este sí que es el Kafka japonés, y no el Haruki Murakami”. No podía argumentar en su contra, pues la historia del libro ya me era familiar gracias al impactante filme que Hiroshi Teshigahara había rodado basándose en esta novela. Y precisamente por eso hace años que ya lo habría leído, si no fuese porque en las librerías españolas figura eternamente como agotado y no parece que exista versión digital en Internet digna de ser descargada. Pero en cuanto un ejemplar cayó en mis manos, no hubo piedad con sus páginas y cayeron una tras otra.

La película de Teshigahara respondió a mis expectativas en su momento y el texto original de Kôbô Abe ahora me ha resultado igual de convincente, si no más. Engancha la historia del maestro de escuela aficionado a la entomología que se aventura durante sus vacaciones en una comarca de dunas para capturar escarabajos y al final acaba siendo él el capturado. Los lugareños le obligan a vivir junto a una enigmática mujer en una vivienda sumida en un hoyo, como tantas otras de la localidad, desde la cual debe colaborar en las labores de recogida de arena que permiten la subsistencia de sus gentes, pues de lo contrario las dunas habrían sepultado el pueblo tiempo atrás. Como es de suponer, el protagonista pretende librarse de su cautiverio, y para ello lleva a cabo una serie de planes y operaciones de fuga que siempre desembocan en el fracaso, y ahí está lo kafkiano del asunto: el personaje se ve implicado en un desafortunado asunto sin comerlo ni beberlo, ni haber hecho especiales méritos para ello, ni encontrar una explicación lógica a su negro destino. Paralelamente, el hombre establece una intensa y ambigua relación con su anfitriona que podríamos calificar de amor-odio, y que aporta intensidad argumental a la novela, a la vez que le asegura un final abierto, de esos que te dejan un regusto en el paladar literario.

No sé si solo me pasa a mí, pero en La mujer de la arena he creído ver, más allá de la fábula kafkiana, una soterrada y sutil crítica al Japón en que a Abe le tocó vivir, el Japón de hace cincuenta años que, en esencia, comparte bastantes rasgos esenciales con el Japón de 2013. O precisamente esa cimentación oculta en la realidad es lo que hace que esta novela sea más kafkiana si cabe, porque, ¿acaso Kafka no anunciaba premonitoriamente y de paso denunciaba en sus trabajos toda la demencia que pringaba a la Europa central de hace un siglo y que con el paso de los años devendría en demencias aún mayores?

Lo cierto es que a lo largo de las páginas de La mujer de arena, pero sobre todo a medida que me he ido acercando al final, he visto toda una sucesión de alegorías sobre los aspectos menos edificantes del estilo de vida de las grandes ciudades niponas, aunque la acción de la novela se desarrolle en un entorno desértico y desde luego nada urbano. Pero veo esos siniestros hoyos rodeados de arena en los que la gente se ve condenada a trabajar día tras día, sin apenas disfrutar de descansos y por supuesto sin vacaciones, sin tener la mínima opción de escapar, y con la retranca que tiene el dato, que Abe deja sutilmente caer, de que muchos de esos cautivos tienen a su disposición medios para escapar y sin embargo no lo hacen, quizás porque tienen miedo a lo que hay fuera, quizás porque consideran que esa es su obligación o ese es su lugar…

Y a veces Abe deja aparcadas las alegorías y otras licencias literarias y lanza ataques contra el sistema tan directos como inequívocos. Jamás había leído una descripción tan precisa y acertada como la que hace de los deprimentes y prosaicos domingos tokiotas (otra cosa que no ha cambiado mucho en 50 años, me temo).

Gran novela, sin duda, de las que son (o deberían ser) un hito en su época y en su cultura. No será lo último de Abe que lea.


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