Tocaba
volver a navegar por los mares literarios de Kawabata, uno de esos autores que
nunca se leerá lo suficiente. Y, hablando de mi caso particular, lo que llevo
leído y disfrutado del primer Premio Nobel japonés queda aún a años luz de lo
que podría recibir el calificativo de “suficiente”.
Camino
de esa suficiencia he transitado por las páginas de País de nieve, novela que fue originalmente publicada por entregas
entre 1935 y 1937, como sucedió años atrás con muchas de las grandes novelas de
la literatura europea decimonónica: para que luego vengan diciendo que lo de la
cultura por entregas es algo de nuestro tiempo.
Preciosa
historia de amores y desamores, de temáticas universales que trascienden el
tiempo y el espacio. La acción transcurre en el interior de Japón, en los años
treinta y en pleno invierno, pero, con los ajustes lógicos y necesarios, si te
dicen que esto pasa en la costa alicantina, en 2013 y en pleno verano, resulta
igual de creíble.
La vida
del ocioso y diletante Shimamura, arquetipo del pijo sobrado de pasta y que no
necesita trabajar (se dedica teóricamente al estudio de la danza occidental),
se cruza con la de Komako, geisha en un pequeño pueblo montañés que vive del
turismo, circunstancia que obliga a que las geishas sean algo más de lo que las
enciclopedias bienpensantes de Japón suelen decirnos que son. Los caracteres
bien contrapuestos de Shimamura y Komako entran constantemente en conflicto y a
la vez en atracción, lo que motiva que Shimamura haga varios viajes al “país de
la nieve”. Pero mientras, para complicar las cosas, surge en escena otra joven
pueblerina llamada Yoko.
Me
quedo con la fuerza de la historia gracias al triángulo de relaciones y
sentimientos que se van forjando a lo largo de la historia, con desenlace
trágico de postre. El prologuista Edward G. Seidensticker (en la edición de
Emecé al menos está su prólogo) ve un montón de simbolismo en todas las figuras
protagónicas, con buena parte de razón, aunque a mí lo que me ha llegado es
sobre todo la profunda belleza lírica que engalana esta novela.
Y es
que hay poesía por todas partes. La sensibilidad hacia el paisaje, hacia el
medio natural y la meteorología, aflora por la superficie de cada página.
Tienes la sensación de que te has sumergido en la lectura de un haiku de casi
doscientas páginas.
El
final, como ya dije, es trágico, incendiario, a la vez que poco esclarecedor,
bastante abierto, lo que le añade un último encanto a la novela, por si ya
tuviera pocos: te deja ese regusto que solo tienen las grandes obras, te
proporciona los motivos para que lo que has leído siga presente en ti tras
cerrar el libro.
creo que es la novela que más me ha gustado de kawabata, es tremendamente lírica, como dices, es verdad, parece un haiku de casi 200 páginas
ResponderEliminarsaludos :)
Pues sí, un texto de gran belleza. Kawabata, como todo escritor, tenía muchas cosas que contar y necesidad de contarlas, pero en él parecía prioritario cómo contarlo. Era de los que disfrutaba del camino, para hacer disfrutar a quienes nos hemos cruzado con él.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por comentar!