Vita
sexualis: un título prometedor, incluso si no se sabe latín.
Y me imagino que el Japón de 1909, momento en que esta novela de Ôgai Mori vio
la luz, pocos eran los japoneses que dominaban la lengua de Cicerón, o tenían
al menos las nociones suficientes como para deducir el significado del título.
Pero con ese título es como se publicó originalmente esta novela hace poco más
de un siglo. Sabiendo, además, que las autoridades retiraron de la circulación
el texto por considerarlo moralmente inadecuado, uno llega a pensar que la obra
no pasó de ningún modo desapercibida. Por ese mismo motivo esperaba encontrarme
con unas páginas de esas que a veces vienen convencionalmente a llamar
“escandalosas”, a pesar de que ya hay pocas cosas, si no ninguna, que nos
escandalicen en materia de sexo a estas alturas de la película. Sin embargo,
empiezo a leer el prólogo de Kayoko Takagi en la edición española de Trotta, y en él se advierte
de que no hay tales motivos para el rubor, y que quizás se pasaron unos cuantos
pueblos censurando este trabajo en su época (solía pasar, y no solo en Japón).
Es más, se nos indica que el lector de Vita
sexualis se dispone a iniciar una lectura reflexiva, en la que básicamente
se trata de demostrar la importancia que el sexo llega a tener a lo largo de
nuestras vidas; una de esas obviedades que hasta fechas no demasiado remotas se
ha estado viendo como una verdad incómoda. Y se ve que Ôgai Mori metió el dedo
en una de las llagas que laceraba el cuerpo de la paradójica era Meiji, a ratos
occidental, a ratos oriental; en ocasiones desinhibida, pero en otras puritana;
por momentos moderna, por momentos tradicional y conservadora; libre y
tolerante para unas cosas, censora y restrictiva para otras.
Lo que uno se encuentra al leer Vita sexualis es un texto contado en primera persona y que puede
que tenga mucho de autobiográfico. El filósofo ficticio Shizuka Kanai se presta
a contarnos todo lo que de sexual ha tenido su vida, desde la tierna edad de
seis años hasta los veintiuno. Concebida por el propio Ôgai Mori como una crítica,
no exenta de parodia, hacia el Naturalismo literario, la obra ante todo lo que
ofrece es mucho sentido del humor. (humor a la japonesa, humor de hace más de
un siglo, pero humor al fin y al cabo). Por ese mismo detalle, me ha recordado
mucho a Soy un gato, la memorable
novela de Sôseki Natsume; no en vano, y por si quedaban dudas, en el capítulo
introductorio de Vita sexualis se
cuenta que “(Shizuka) Kanai leyó (Soy un
gato) con enorme interés, hasta el punto de sentirse estimulado por ella”. Luego,
en el siguiente párrafo, y por si también cabían dudas del antinaturalismo de Ôgai
Mori, se dedica a poner a parir a Germinal
de Zola porque insinúa que las escenas sexuales que aparecen en la citada
novela no vienen a cuento… O sea, que como en Yo, el gato, Mori aprovecha las páginas de Vita sexualis para exorcizar sus fantasmas literarios, para
quedarse bien a gusto, en otras palabras, combatiendo al enemigo con sus
propias armas: las armas del shishôsetsu o
novela del “yo”. Bueno, me gusta el resultado; ese “yo” sarcástico que se
desnuda a todos los niveles y nos permite entender algo más de los códigos
sexuales de un lugar y un tiempo. Una discreta joya literaria que no hay que
dejar de leer.
La edición, como ya he dicho, es de Trotta, con traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.
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