Este es un libro al que llegué, una vez más, gracias
al enorme servicio literario que ofrece la tertulia de Kenzi Guerrero, a la que
solo asisto con el corazón, pero algo es algo. Es un libro que, de no ser
porque está siendo objeto de debate en esa tertulia, seguramente no habría
leído en mi vida, y todo por una insana mezcla de pasividad, indiferencia,
prejuicios y otras demencias. Ya sabéis, que si es un best seller, que si lo ha
escrito un gaijin que para colmo se dedica a poner a caldo a los japoneses de
hace 400 años y a retratarlos como siniestros personajes de katanas tomar…
Y bueno, tras la lectura de Shogun (1975) no he llegado a caer en el más eufórico de los
entusiasmo ni a lamentar lo mucho que me estaba perdiendo, pero tampoco he
tenido la acerba sensación del que irreversiblemente ha visto como una parte
sustancial del tiempo de su existencia ha sido irreversiblemente agotada tras
haber sido invertida en una actividad poco enriquecedora o infructuosa.
Nada de eso. Esta aventura ha merecido la pena, como
supongo que también al navegante inglés William Adams (1564-1620) le compensó
sufrir lo suyo en 1600 y años posteriores, durante su estancia forzosa en Japón
a raíz de un viaje accidentado por el Pacífico, con tifones y persecuciones de
españoles y portugueses, que le hicieron arribar con su nave a las costas
niponas. En la novela el histórico Adams adquiere cuerpo de ficción bajo el
nombre de John Blackthorne (sí, el que interpretaba Richard Chamberlain en la
serie de televisión que luego hicieron), personaje protagónico que ha de
participar lo quiera o no en un oscuro juego de relaciones y de feroces
intereses locales e internacionales (señores feudales japoneses que ansían
controlar el país, portugueses que quieren seguir teniendo la exclusiva en el
comercio exterior, holandeses e ingleses que pretenden llevarse el gato al
agua, etc.).
Bueno, no pienso detenerme más en la compleja y
dilatada trama que da para mil y pico páginas y que a veces resulta algo
costosa de digerir, con tanto diálogo prolongado y tanto personaje y
acontecimiento, con tanta inclusión de palabras y expresiones japonesas
incrustadas en el texto original inglés o su traducción al español; un recurso
que, dicho sea de paso, resulta algo artificioso e innecesario para mi gusto,
pues no es que esos “nee” o “sumimasen” aporten algo a la comprensión general
del texto; más bien lo que hacen es liar al lector y resultan, insisto, algo
artificiales; digo yo que ya podía haber puesto también los diálogos en
portugués y latín, ya que esa es la lengua que generalmente emplea Blackthorne
cuando habla con sus interlocutores nipones). También, como sería lo deseable
en una buena novela histórica (esta me parece regular; le falta un hervor para
ser buena), se echa de menos una mayor presencia de descripciones de ambientes,
de espacios geográficos, de batallas. He visto poca maestría en ese aspecto por
parte de James Clavell, la que le sobra para generar diálogos y ahondar en la
mentalidad de los japoneses y europeos de la época. Es una novela que estudia
la psicología colectiva y personal de las gentes que vivieron en ese momento y
en ese lugar; triunfa la narrativa, la electrizante acción y la enumeración de
hechos, pero falla en cierta medida la ambientación, muy superficial (gran
fallo en alguien que procede del mundo del guión cinematográfico), como si
Clavell diera por supuesto que el lector la conoce, la domina, no así la
situación política y económica del momento, que no duda en presentarnos con
todo lujo de detalles.
Pero precisamente por eso mismo, por lo que tiene de
bueno, de instructivo, de ameno, no hay que caer en el descuido de dejar de
leer Shogun.
Hay varias ediciones en papel, todas ellas archiagotadas y archidescatalogadas, así que descárguensela de Internet sin el menor cargo de conciencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario