Siempre resulta gratificante acercarse a los clásicos, sean del género que sean y pertenezcan a la cultura que pertenezcan. Muy curiosos me han resultado a mí estos Ise monogatari, una obra formada por textos en prosa y poesías, y cuya elaboración se ubica en el amanecer de la literatura en lengua japonesa, a mediados del siglo X, si bien los hechos y personajes citados pertenecen al siglo anterior.
Se trata de una obra de autoría anónima, circunstancia que uno va entendiendo a medida que navega por las páginas de estos cantares: importantes personajes de la época son citados, incluyendo a miembros de la familia imperial japonesa. Se desvelan toda suerte de amoríos hechos y deshechos, reales o ficticios (los especialistas en la obra no se ponen de acuerdo), pero que en todo caso a bien seguro que sacarían los colores a tan ilustres personajes, por lo que poner nombre y apellidos al texto podría resultar una temeridad, si no un motivo para perder el sueño...
Una obra de temática amorosa, como ya he dicho en el párrafo anterior, con un protagonista que, al contrario que su autor, sí posee una identidad: se trata de Ariwara no Narihira (825-880), conocido militar, poeta y, a lo que se ve, alguien incapaz de dejar indiferente a ninguna moza que se cruzara por su camino. De ser cierto lo que se nos narra en los Cantares de Ise, en asuntos de mujeres el tal Ariwara no Narihira era infinito: se las llevaba de calle, y pese a algún que otro comentario clasista registrado en el texto, a la hora de la verdad no parecía discriminar a las amantes en función de su cuna, de tal modo que él siempre se encontraba bien dispuesto tanto para emperatrices como para campesinas (ya digo que el anonimato del autor está más que justificado).
Resulta muy entretenida esta apuesta de amor cortés a la japonesa, a la que no voy a dedicar más espacio, puesto que los entresijos de la obra y el contexto histórico y literario de la misma queda muy bien explicado en la introducción crítica que Antonio Cabezas, su traductor al español, hace en la edición de Hiperión. Son de ese tipo de obras de las que lo mejor que se puede decir de ellas es que se lean.
Se trata de una obra de autoría anónima, circunstancia que uno va entendiendo a medida que navega por las páginas de estos cantares: importantes personajes de la época son citados, incluyendo a miembros de la familia imperial japonesa. Se desvelan toda suerte de amoríos hechos y deshechos, reales o ficticios (los especialistas en la obra no se ponen de acuerdo), pero que en todo caso a bien seguro que sacarían los colores a tan ilustres personajes, por lo que poner nombre y apellidos al texto podría resultar una temeridad, si no un motivo para perder el sueño...
Una obra de temática amorosa, como ya he dicho en el párrafo anterior, con un protagonista que, al contrario que su autor, sí posee una identidad: se trata de Ariwara no Narihira (825-880), conocido militar, poeta y, a lo que se ve, alguien incapaz de dejar indiferente a ninguna moza que se cruzara por su camino. De ser cierto lo que se nos narra en los Cantares de Ise, en asuntos de mujeres el tal Ariwara no Narihira era infinito: se las llevaba de calle, y pese a algún que otro comentario clasista registrado en el texto, a la hora de la verdad no parecía discriminar a las amantes en función de su cuna, de tal modo que él siempre se encontraba bien dispuesto tanto para emperatrices como para campesinas (ya digo que el anonimato del autor está más que justificado).
Resulta muy entretenida esta apuesta de amor cortés a la japonesa, a la que no voy a dedicar más espacio, puesto que los entresijos de la obra y el contexto histórico y literario de la misma queda muy bien explicado en la introducción crítica que Antonio Cabezas, su traductor al español, hace en la edición de Hiperión. Son de ese tipo de obras de las que lo mejor que se puede decir de ellas es que se lean.
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