Leí esta novela hace cosa de cuatro años, impulsado por la curiosidad de ver qué tal era Ryu Murakami, ese escritor que en algunos foros de internet llamaban "el Murakami malo" (¡ellos sí que son malos, jejeje...!).
La verdad es que a mí este Murakami, Ryu, me parece un autor tan imprescindible para entender lo que se cuece por Japón como el otro, el Haruki. Quizás no alcance lo sublime como el autor de Kafka en la orilla (quizás no pretenda alcanzarlo), pero la obra de Ryu Murakami siempre nos proporciona el encanto y el atractivo de aquellos textos que parecen haber sido escritos por alguien que tenía algo importante que contarnos y no se lo podía callar. Y un japonés que como él pasó su infancia y juventud a la sombra de una base militar estadounidense (la de Sasebo, prefectura de Nagasaki), obviamente tiene muchas realidades que revelarnos (y no siempre simpáticas) sobre la idiosincrasia yanqui, particularmente en su relación con Japón.
Esa forzada coexistencia es el caldo sobre el que se cuece esta Sopa de miso (1998), novela negra (o de terror, o thriller, o la etiqueta que se le quiera poner) ambientada en Kabukichô, el afamado barrio putero de Tokio. En ese escenario aparece un turista norteamericano que, como es de esperar, no llega a Japón para hacer meditación zen, y que contrata a un guía local para que le lleve a ver los sitios que no salen en la Lonely Planet... Todo bien hasta ahí; lo que sucede es que nuestro ferviente amante de lo oriental tiene otra pasión menos saludable (si es que la de irse de putas acaso lo es) y que no es otra que la de ir por ahí cargándose a la gente, y además de bastante mala manera... Y eso lógicamente provoca un giro en las relaciones entre el guía japonés y el cliente gaijin.
La novela va cobrando una gran tensión a medida que avanza la trama, pese a que desde el comienzo de la misma ya sabemos quién es el asesino. El final podía haber estado un poquito más currado, porque con una trama tan intensa uno esperaba algo más como desenlace. Desde luego, reconozco que esa metáfora final de la sopa de miso no me ha convencido demasiado; la veo muy forzada. Pero teniendo en cuenta que en su momento tampoco me pareció convincente la metáfora del guardián entre el centeno en la famosa novela de Sallinger (obra, por lo demás, fabulosa), pues tampoco significa demasiado: será que simplemente es mi problema al no dejarme convencer.
Sin embargo, me parecen geniales las reflexiones que hace Kenji, que así se llama el guía, sobre Japón, los japoneses y su relación (o falta de la misma) con el mundo "gaijin", crítico y sin pelos en la lengua.
Es una novela entretenida, emocionante, de esas que se leen en un día y que puede servirle al lector de descanso tras haber tratado de digerir lecturas más profundas. Pues eso, que no hay Murakami malo...
Solamente dedico un tirón de orejas a Seix Barral, la editorial que lo publicó en español, porque nos advierten al comienzo: "Traducción del inglés por Javier Martínez de Pisón". ¿Qué pasa, es que todo un pedazo de editorial como Seix Barral no ha podido encontrar un buen traductor que haga una traducción directa del japonés al castellano? Me molesta en grado sumo que las grandes editoriales españolas sigan empeñadas en ofrecernos a los lectores hispanohablantes la cultura de los pueblos y las naciones asiáticas pasando previamente por el tamiz de una traducción inglesa o francesa. Afortunadamente, este tipo de políticas editoriales son cada vez menos frecuentes.
La verdad es que a mí este Murakami, Ryu, me parece un autor tan imprescindible para entender lo que se cuece por Japón como el otro, el Haruki. Quizás no alcance lo sublime como el autor de Kafka en la orilla (quizás no pretenda alcanzarlo), pero la obra de Ryu Murakami siempre nos proporciona el encanto y el atractivo de aquellos textos que parecen haber sido escritos por alguien que tenía algo importante que contarnos y no se lo podía callar. Y un japonés que como él pasó su infancia y juventud a la sombra de una base militar estadounidense (la de Sasebo, prefectura de Nagasaki), obviamente tiene muchas realidades que revelarnos (y no siempre simpáticas) sobre la idiosincrasia yanqui, particularmente en su relación con Japón.
Esa forzada coexistencia es el caldo sobre el que se cuece esta Sopa de miso (1998), novela negra (o de terror, o thriller, o la etiqueta que se le quiera poner) ambientada en Kabukichô, el afamado barrio putero de Tokio. En ese escenario aparece un turista norteamericano que, como es de esperar, no llega a Japón para hacer meditación zen, y que contrata a un guía local para que le lleve a ver los sitios que no salen en la Lonely Planet... Todo bien hasta ahí; lo que sucede es que nuestro ferviente amante de lo oriental tiene otra pasión menos saludable (si es que la de irse de putas acaso lo es) y que no es otra que la de ir por ahí cargándose a la gente, y además de bastante mala manera... Y eso lógicamente provoca un giro en las relaciones entre el guía japonés y el cliente gaijin.
La novela va cobrando una gran tensión a medida que avanza la trama, pese a que desde el comienzo de la misma ya sabemos quién es el asesino. El final podía haber estado un poquito más currado, porque con una trama tan intensa uno esperaba algo más como desenlace. Desde luego, reconozco que esa metáfora final de la sopa de miso no me ha convencido demasiado; la veo muy forzada. Pero teniendo en cuenta que en su momento tampoco me pareció convincente la metáfora del guardián entre el centeno en la famosa novela de Sallinger (obra, por lo demás, fabulosa), pues tampoco significa demasiado: será que simplemente es mi problema al no dejarme convencer.
Sin embargo, me parecen geniales las reflexiones que hace Kenji, que así se llama el guía, sobre Japón, los japoneses y su relación (o falta de la misma) con el mundo "gaijin", crítico y sin pelos en la lengua.
Es una novela entretenida, emocionante, de esas que se leen en un día y que puede servirle al lector de descanso tras haber tratado de digerir lecturas más profundas. Pues eso, que no hay Murakami malo...
Solamente dedico un tirón de orejas a Seix Barral, la editorial que lo publicó en español, porque nos advierten al comienzo: "Traducción del inglés por Javier Martínez de Pisón". ¿Qué pasa, es que todo un pedazo de editorial como Seix Barral no ha podido encontrar un buen traductor que haga una traducción directa del japonés al castellano? Me molesta en grado sumo que las grandes editoriales españolas sigan empeñadas en ofrecernos a los lectores hispanohablantes la cultura de los pueblos y las naciones asiáticas pasando previamente por el tamiz de una traducción inglesa o francesa. Afortunadamente, este tipo de políticas editoriales son cada vez menos frecuentes.
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