“Pues sí, mi amor, al final tú eres mucho más humana que yo”. Eso es lo que le dice Shinako, una de las dos mujeres de Shozo, a la gata Lily.
Como en
Arenas movedizas (Manji), Tanizaki
nos trae en La gata, Shozo y sus dos mujeres (1936) una nueva historia de amor a cuatro bandas, con la diferencia de que
en esta ocasión uno de los cuatro implicados en el asunto no pertenece a la
especie sapiens, lo que, como ya ha
quedado claro, no es óbice para que goce de menores cualidades humanas que los
otros tres protagonistas.
Una
historia a cuatro bandas atípica pero que nadie se imagine lujuriosas escenas
de zoofilia. Cierto es que Tanizaki era muy amigo de reflejar en sus escritos
las tendencias sexuales más alternativas que se practicaban en el Japón de su
tiempo y en el de tiempos anteriores, pero no llegaba a tanto. En esta ocasión
por amor me refiero a eso mismo: a cuando decimos “amor” porque no pretendemos
decir “sexo”. De hecho, aunque hemos hecho la inevitable alusión a Manji, esta historia se encuentra, por
temática y por atmósfera, más cercana a Las
hermanas Makioka que a Arenas
movedizas.
Hay
libros capaces de hacerte entender el comportamiento de los pueblos o
colectivos humanos donde surgieron. Y libros como este son los que te permiten
comprender por qué los japoneses han cultivado tan intensamente el amor hacia
sus mascotas, en este caso concretamente hacia los gatos. La historia cuenta la
intensa relación de cariño que viven Shozo y su gata Lily. Shozo es un hombre
de esos que no son un ejemplo a seguir: manipulable y manipulado por todos los
que le rodean, a la vez que tendente a la holgazanería. Shozo se había casado
con Shinako, una mujer que le amaba pero no soportaba que él dedicara tanto
tiempo a la gata. Por intereses familiares (de nuevo surge en Tanizaki la
figura de los matrimonios concertados tan arraigada en el Japón de su época),
Shinako es obligada a divorciarse de Shozo y este contrae nupcias con Fukuko,
una mujer que en el fondo le desprecia. A modo de venganza, Shinako exige quedarse
con la gata como compensación y la familia de Shozo ha de aceptar. Y aunque
Shinako odiaba a la gata, al final termina por cogerle cariño y a partir de ese
momento empieza a entender ciertas cosas de su ex marido y de la relación de
ambos.
El
final es redondo, aunque triste para el pusilánime Shozo, que recibe una
lección de su gata y le enseñará a valorar los sentimientos por encima de los intereses
sociales. Una vez más, la gata se muestra más humana que muchos de los humanos.
Como es habitual, Tanizaki nos ofrece una forma de narrar precisa y económica,
capaz de transmitir en pocas palabras y con elegancia todo lo que el lector
necesita saber, pero sin caer con ello en el minimalismo rácano y famélico.
Una
novela de esas que te hace reflexionar incluso semanas después de su lectura. Ideal
para el verano. En español nos lo han publicado los de Siruela recientemente (2011), con una traducción directa del japonés de Ryukichi Terao y la colaboración de Ednodio Quintero.
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