martes, 21 de enero de 2014

"El ladrón", de Fuminori Nakamura


Lo vengo comprobando desde hace tiempo: no hay nada como poner en la contraportada o en las solapas de un libro que la novela contenida en él guarda similitudes con la obra o el estilo de tal o cual autor clásico, para que así el libro se venda mejor. Incluso cuando las supuestas influencias son falsas, o verdaderas pero excesivamente superficiales como para considerarlas genuinas y poderosas influencias.

Es la sensación que he percibido al leer El ladrón, novela de un joven novelista japonés llamado Fuminori Nakamura. Desde luego, el título no ha sido puesto en balde y resulta algo premonitorio, pues debo declarar que me he sentido algo robado al recordar, mientras lo leía, que el libro me costó 18,50 euros. En la contraportada aparece un comentario que es el objeto de mi decepción: en él se asegura que esta novela tiene ecos de Dostoievski, de Yukio Mishima y de Patricia Highsmith… Y claro, con esas premisas, le generan al lector unas expectativas que en muchos casos desembocarán en la más absoluta de las decepciones.

Dostoievski, Mishima y Highsmith, todo en uno. Casi nada. Desde luego, hay ciertos críticos en la prensa que deberían estar en cuarentena y bajo vigilancia intensiva. Lamento decir que El ladrón no me ha convencido ni tan siquiera como novela de entretenimiento, ni muchísimo menos como novela negra, que es lo que parece que pretende ser. Ya resulta rocambolesco el planteamiento inicial de la historia, con un hábil e infalible carterista que habitualmente opera en el metro de Tokio como protagonista. ¿Pero hay carteristas en Japón? ¡Si los japoneses descubren la existencia de semejante “profesión” el día en que pasean por la Puerta del Sol de Madrid y les birlan la cartera de Louis Vuitton y el pasaporte! La cadena de inverosimilitudes prosigue cuando a este carterista le proponen ciertos mafiosos hacer un robo a mano armada en la vivienda de un millonario, hecho que cambiará su existencia y que sirven al autor para “vender” unas pretenciosas y nada trabajadas reflexiones sobre lo que es el destino, lo que complementa con el encuentro del carterista con una mujer cuyo hijo pequeño se dedica a mangar comida en los supermercados para subsistir (otro par de personajes que resultan de ciencia-ficción si los ubicamos en Tokio: ¡Niños que roban en los supermercados y madres que les animan a hacerlo!). Total, que al final no me quedó muy claro por qué era tan trascendente el tema del destino en esta novela. ¿Porque el carterista no puede huir de la mafia que le hizo aquel encargo? Bueno, no creo que haya nada de sorprendente en ese hecho; en toda novela que se precie los personajes se ven implicados en problemas difíciles de resolver o eludir y que constituyen el motor de la historia. Por eso mismo no entiendo cómo algo tan normal se vende como algo tan extraordinario.

Y lo de su posible influencia de Dostoievski tal vez venga de una alusión que hace el jefe de los mafiosos a Crimen y castigo, en la que pone como panoli a Rashkolnikov porque no logró el crimen perfecto. Como chascarrillo o “guiño” puede estar gracioso; pero como muestra de la presunta influencia trascendente que Dostoievski ejerce en la novela de Nakamura, provoca bastante hilaridad. Se ve que Nakamura sigue la estela de Haruki Murakami en lo relativo a la inclusión de citas vacuas y algo forzadas, básicamente con el poco edificante objetivo de demostrar una erudición y una profundidad intelectual de la que con toda probabilidad carecen.

Con todo y con eso, esta novela ganó el prestigioso premio Kenzaburo Oe del año 2009, así que puede que la culpa sea mía por no haber sabido disfrutar de las páginas de esta novela. Pese a ello, mi consejo no puede ser otro que el que les hago a continuación: ahórrense 18,50 euros.

 

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