En esta ocasión, una portada con el dibujo de una japonesa de ojos
alienantemente almendrados y ataviada con un quimono, acompañada a la derecha del
nombre de Edogawa Rampo (1894-1965), maestro de la literatura de misterio y
fantástica japonesa, bastó para que me pusiera a ojear y hojear el ejemplar y
pocos minutos después me dirigiera a la caja.
No me defraudó en absoluto la adquisición compulsiva que, bajo el título
de Relatos japoneses de misterio e
imaginación, contiene en sus páginas una selección de nueve relatos de
Rampo. En las pocas horas que tardé en leerlo, Edogawa Rampo me proporcionó
unas nutridas raciones de emociones fuertes y de un misterio como los de antes,
de corte clásico, de esos cuya lectura resultaría de provecho en los talleres
literarios, brillantes ejemplos de lo que es hacer un cuento como dios manda,
como los de su admirado e imitado Edgar Allan Poe… por cierto, no sabía que el
nombre de Edogawa Rampo es en realidad un seudónimo que procede de la lectura
en katakana del nombre del autor estadounidense por el que el japonés sentía
verdadera devoción. Ese detalle lo cuenta, entre otras muchas cosas, Antonio
Ballesteros González en su prólogo a esta edición, publicada por Jaguar, traducida
por Juan José Pulido (me temo que desde el inglés, que no del japonés), y fenomenalmente
ilustrada bajo un convincente minimalismo cromático de dos tintas (la negra y la
roja) por Leticia Vera. Insisto en que me he enamorado de la japonesa de
portada (ahora entiendo a los que pretenden casarse con personajes de manga o anime), pero os aseguro que el resto de las ilustraciones tampoco os van a
dejar fríos, sino todo lo contrario: creo que han sido todo un acierto, pues
contribuyen a intensificar el clímax de inquietud y de miedo que requieren las
historias de Rampo.
Por comentar los relatos que mayor impresión me han causado, destaco
el primero de ellos, La butaca humana. A caballo entre el sueño y la
realidad, resulta inquietante la historia de este carpintero que decide
ocultarse dentro de una de sus butacas para entrar en contacto con los cuerpos
de quienes se sientan en ella. El final es bastante anticlimático, de esos que
te cortan el buen rollo, de los que te recomiendan en los talleres de escritura
que hay que evitar a toda cosa, pero todo se le puede perdonar a un gran
maestro como Edogawa Rampo, incluso finales así.
A La oruga le tenía yo ganas
ya que hace unos pocos años vi la película Caterpillar
(Kôji Wakamatsu, 2010), basada en este cuento de Rampo. No voy a
menospreciar el filme, que también me dejó acongojado por describir el contexto
bélico en una aldea japonesa adonde regresa un héroe mutilado que es recibido
por sus paisanos poco menos que como una semidivinidad y cuya abnegada esposa
se encarga de cuidar de él día y noche aunque él se porta bastante mal con
ella. Pero es que el cuento de Rampo se ve desde otra óptica, que es la de una
mujer que de abnegada no tiene mucho, y de la que sabemos que ya desde niña
gustaba de abusar de los débiles, lo que llevará a una exposición de los hechos
bien distinta a la que Wakamatsu nos sirvió en su largometraje. Pero bien por
ambos, escritor y director.
El test psicológico trata con
brillantez el tópico de la imposibilidad del crimen perfecto, en el que solo
creen algunos escritores, sobre todo de novela negra, porque les viene muy bien
para hilvanar sus relatos, pero vive Dios que el crimen perfecto existe; no hay
más que repasar la actualidad política y económica de un país como España y ver
a tanto hijoputa suelto en la calle y hasta con cargo político para darse
cuenta y derribar el mito. Rampo ofrece guiños al Crimen y castigo dostoievskiano, el clásico del negacionismo del
crimen perfecto.
La cámara roja me encantó
también por lo que tiene de sátira hacia los clubes del misterio en los que
cuatro pedantes se ponen a contar “historias para no dormir” a los alelados que
las quieran escuchar (algo así como lo que sucede en cierto programa de la
Cadena SER que emiten en la madrugada de los fines de semana). A ver si alguna
madrugada de estas reciben una llamada de alguien similar al protagonista de La cámara roja y nos divertimos un poco.
En definitiva, uno de esos libros que pueden ser fantásticos como
regalo (incluso para regalárselo a uno mismo). Ahora que las nuevas
generaciones han redescubierto a Poe (y han hecho muy requetebién), Edogawa Rampo
entra dentro de la onda imperante y visto desde el presente resulta fresco,
actual, vigente, tan convincente o más que hace tres cuartos de siglo.
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