viernes, 10 de enero de 2014

"La novela de Genji", de Murasaki Shikibu


Para empezar el año, y aprovechando el paréntesis de unas vacaciones que parecía que no iban a llegar nunca, hice lo que llevaba ya un tiempo tratando de hacer: respirar literariamente hondo y sumergirme en la lectura del Genji Monogatari, que ya iba siendo hora. Y lo hice a través de la versión española de Xavier Roca-Ferrer, publicada por Destino (formato grande) y Austral (formato bolsillo) bajo el título de Novela de Genji y presentada en dos tomos, uno para cada una de las partes en que se divida la novela: Esplendor (primera parte) y Catástrofe (segunda parte).

 
Para los pocos que la desconozcan: Genji Monogatari es uno de los hitos de la literatura japonesa; una novela milenaria (milenaria en años y en páginas) escrita a finales del siglo X o comienzos del siglo XI por la cortesana Murasaki Shikibu, y cuya trama gira en torno a la figura del príncipe Genji, sus descendientes, y las conquistas amorosas de todos ellos, que fueron unas cuantas.

 
Había pospuesto en varias ocasiones la aventura de leer la obra de Murasaki Shikibu básicamente por culpa de los prejuicios que nos pueden surgir a los lectores comunes, a saber: “es una obra demasiado larga”, “seguro que es un rollo”, “a lo mejor no se entiende”, etc. Para colmo, tampoco resulta demasiado motivador descubrir que la gran mayoría de los japoneses con los que uno se relaciona afirman que todavía no han leído el Genji Monogatari o que, como mucho, lo han leído de manera fragmentada o en versiones escolares adaptadas para niños y adolescentes, o incluso en formato manga. Sin embargo, para mi sorpresa me he encontrado con uno de los clásicos de la literatura mundial más accesibles al lector de hoy, o al menos así lo he percibido yo. Acabas encontrando muchos rasgos de contemporaneidad en el arte literario de Murasaki Shikibu, quizás porque las páginas del Genji Monogatari no cayeron en saco roto en épocas posteriores ni en culturas ajenas a la japonesa.

 
Pero lo que percibe el lector no especializado que se anima a leer el Genji Monogatari es que su autora no era una simple cortesana palaciega que para matar el aburrimiento se ponía a registrar por escrito los cotilleos de la corte. Ni muchísimo menos. Por el contrario, una de las cosas que más nos puede llegar a sorprender es el enorme oficio que, como escritora, Murasaki Shikibu demuestra tener a lo largo de la obra. Desde luego, no es nada sencillo componer una historia con unos 450 personajes y una trama que se extiende a lo largo de medio siglo. Y ese enorme oficio de Murasaki resulta doblemente meritorio teniendo en cuenta que la novela se estrenaba mundialmente como género (eso si eres de los que consideras que El asno de oro de Apuleyo no es una novela sino una colección de relatos, porque yo soy de los que ve aquel texto latino más como lo primero que como lo segundo), o sea, que la Murasaki no tuvo la oportunidad de aprender a hacer novela leyendo a los grandes maestros de la narrativa mundial. Por el contrario, más bien sería ella la que podría haber enseñado algún que otro “truquillo profesional” a Cervantes, Victor Hugo, Dostoievsky, Tolstoi, etc. (y puede que a los dos últimos se los enseñara, ya que los rusos de finales del siglo XIX e inicios del XX estaban bastante al corriente, por la cuenta que les traía, de lo que intelectualmente se cocía y se había cocido en el vecino y amenazante Japón). La Murasaki sabía lo que se tenía entre manos; no era ni por asomo una dominguera de las letras. Sorprende y resulta admirable el comentario “metaliterario” que Murasaki pone en boca de su príncipe Genji en el capítulo 25 de Esplendor: “[…] yo mismo me dejo ganar con frecuencia por las emociones que aparecen en los libros si están bien descritas, y por las aventuras, si el autor ha sabido tejerlas con destreza. Resulta perfectamente posible tener conciencia de que todo ello es solo el producto de la invención de un autor y, al mismo tiempo, sentirnos conmovidos o arrastrados por el interés de la historia. […] El gran autor es capaz de deslumbrarnos hasta borrar nuestra incredulidad primera. Luego, al evocar las emociones experimentadas, quizás nos avergoncemos de haber tomado en serio tantos dislates, pero al escuchar la historia por primera vez, seguramente nos ha parecido la cosa más fascinante del mundo… A veces, cuando las azafatas de mi hija le leen historias, me paro a escucharlas y casi siempre me admiro del talento de nuestros autores. Probablemente escriben tan bien porque han adquirido el hábito de mentir, aunque supongo que hay bastante más que eso”. ¿Me pasa solo a mí o hay alguien más que encuentre similitudes entre este discurso y el que emplea Mario Vargas Llosa cuando se pone a exponer lo que de verdadero tienen esas mentiras que llamamos novelas? Pues eso, que la autora del Genji Monogatari no se había caído de ningún guindo literario.

 
Tan fascinante como la figura de Murasaki me parece la de Genji, el protagonista de la historia, todo un personaje. Yo de mayor querría ser como él, y vivir en la sofisticada y despreocupada corte de Heian, al menos tal y como la retrata Murasaki en su novela. Desde luego, siendo varón y aristócrata (el pueblo solo existía para producir arroz y satisfacer el pago de tributos), vivir en aquella Heian Kyo (nombre que recibía la actual Kioto en tiempos de Murasaki) debía ser lo más parecido a residir en el paraíso: en una sociedad sumida en una paz crónica y carente de convulsiones políticas graves, aquellos aristócratas no parecían aburrirse demasiado, pues dedicaban sus días y sus noches a componer y recitar versos, a tocar el koto u otros instrumentos y, sobre todo, a andar detrás de toda criatura del sexo opuesto. Así era Genji en sus años más mozos: un pijo irresponsable de hace mil años rodeado de mujeres de todo tipo y más feliz que una semana con siete domingos. Luego, a medida que Genji va avanzando en edad, la cosa se va torciendo. Por eso mismo me ha gustado más la primera parte de la obra (Esplendor) que la segunda (Catástrofe), porque es la que trata toda la sucesión inagotable de amoríos de Genji. De todas maneras, Catástrofe no le va a la zaga, y tras la muerte de Genji llegan las aventuras en la ciudad de Uji de los descendientes de este, que son su falso hijo Kaoru (a Genji también se la pegaban) y su nieto Niou, quienes se lían con varias mujeres, entre ellas con Ukifune, una chica sensible que va a cobrar un fuerte protagonismo al final de la novela y cuya historia va a arrancar las mejores páginas de Catástrofe, y eso es precisamente lo que me ha encantando de la segunda parte del Genji Monogatari: que va de menos a más, y que lo que prometía ser un aburrido ladrillo acaba resultando emocionante, enternecedor, lírico, una navegación literaria de lo más placentera.

 
En definitiva, nos encontramos ante una obra de peso, un clásico, de la que podemos aprender de usos y costumbre del tiempo en que se escribió, pero también recibir enseñanzas universales e intemporales, válidas en cualquier momento y lugar, como sucede en toda obra maestra. Una obra original, pura, pero capaz de influir enormemente en la narrativa mundial posterior, y probablemente en lo que no es la narrativa (ahora no dejo de ver paralelismos entre el Genji Monogatari y las series de televisión romántico-históricas coreanas, aunque estas últimas resulten más superficiales y ñoñas). Y eso es un valor añadido tratándose de una obra surgida en Japón, porque generalmente (sobre todo si hablamos de narrativa contemporánea) se aprecia el influjo de los autores occidentales sobre los japoneses, pero rara vez se habla de obras o autores japoneses que influyan sobre los creadores de otros países: el Genji Monogatari parece ser una de esas excepciones. Lo que es evidente es que uno no deja de encontrar razones para leer este monumento literario. ¿Quieren ustedes más razones? Disfruten con estas citas:

 
Las mujeres que exigen ser tratadas con mil miramientos impuestos por reglas de conducta tres veces centenarias resultan, a mi juicio, absolutamente insoportables.” (capítulo 35, en boca de Genji).

 
“Lo excepcional es el hombre que alcanza cierta edad habiendo sido fiel solo a una mujer. ¿Has oído hablar del marido “calzonazos”? ¿Sabes cómo se burla le gente de esa clase de hombres? Por otra parte, la mujer que ocupa un lugar de privilegio entre unas cuantas rivales es más digna de admiración que la que se guarda el marido para ella sola. Y, además, su vida resulta mucho más divertida y emocionante…” (capítulo 39, en boca de Yugiri)

 
“¿Qué realidad tiene el mundo? La misma que la efímera. Visto y no visto.” (capítulo 52, en boca de Kaoru)

 
“Nada es eterno, solo el cambio existe… Nos guste o no, así es el mundo.” (capítulo 53, en boca de la hermana del monje Sozu)

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario