Ya tenía yo ganas de volver a leer algo de Tsutsui, aunque la cosa está bastante difícil para quienes tratamos de hacer algo así, por lo poco que hay publicado en español y lo escasamente presente que suele estar en las librerías. Lo poco que hay, o te dicen que está agotado, o lo encuentras milagrosamente en alguna librería. En fin, es una pena que las editoriales españolas maltraten o cuando menos ninguneen al irreverente Tsutsui. Sólo Ediciones Atalanta se muestra valiente y leal a la obra del genio de Osaka. Tres títulos ofrecen ya de Tsutsui en su catálogo; a ver si la cifra crece.
De
verdad que los lectores hispanohablantes nos estamos perdiendo algo si Tsutsui
sigue mostrándose ausente de nuestras estanterías. Pocas personas han entendido
el Japón de finales del siglo XX tan bien como Tsutsui. Resulta desolador,
ácido, mordaz, incontestable, y seguro que hasta intolerable para más de uno,
puede que incluso para el propio Tsutsui, de ahí que a veces opte por camuflar
la realidad presente bajo el velo de la ciencia-ficción y ubique sanitariamente
su historia en un inalcanzable planeta o en un no menos intangible futuro.
Y para
ejemplo de lo que comento, la lectura de hoy: Estoy desnudo, una antología de ocho cuentos que el propio Tsutsui
seleccionó a petición de los de Atalanta. Algunos de estos cuentos nos hablan
de hilarantes situaciones ambientadas en el Japón de hoy. La clave del humor tsutsuiano normalmente radica en la
irrupción de lo anormal, lo excepcional y lo imprevisible en el archiorganizado
y ultraprogramado estilo de vida nipón, principalmente si se trata del ámbito
laboral. En ese sentido, la visión satírica del universo de los salarymen nipones que nos ofrece en Estoy desnudo (el relato que da nombre a
todo el libro) o en Maneras de morir,
dos de los cuentos con mayor retranca de esta antología, es difícilmente
superable. En ese microcosmos que es la empresa japonesa, donde todo está tan
perfectamente organizado y programado, no hay nada como el surgimiento de una
novedad que venga a trastocarlo todo, no importa si se trata de un incendio en
un love hotel donde un asalariado
echa un polvete con una mujer casada, o de la aparición de un oni asesino en una prosaica oficina.
Tsutsui
también le da lo suyo a los medios de comunicación, a su poder y su capacidad
manipuladora. En el caso de esta antología, el relato La ley del talión es una sátira mordaz sobre la obsesiva búsqueda
de morbo y sensacionalismo por parte de los medios.
Y, como
no podía ser de otra forma, en el libro se podrán leer relatos de
ciencia-ficción como El peor contacto posible,
que en el fondo a Tsutsui le sirve para mofarse del carácter introspectivo de
los japoneses, frecuentemente tan poco comunicativos y quizás algo torpes en el
entendimiento de otras culturas. El papel que un japonés desempeña en un
hipotético intercambio cultural con los habitantes del planeta Magumagu es de
lo más elocuente.
No me
cansaré de repetirlo: que se aparten los los Harukis Murakamis y las Bananas
Yoshimotos, que por la puerta asoma Yasutaka Tsutsui para darnos lecciones de
lo que es hacer literatura japonesa de la buena.
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