En este año dual del (supuesto) inicio de las relaciones diplomáticas
entre Japón y España, mucho se ha oído hablar sobre lo maravilloso de tal
empresa, o sea, la que un tal Hasekura emprendió junto a algunos de los suyos,
atravesando dos océanos, con México (entonces Nueva España) de por medio.
Viendo lo bien que se lo pasan ahora los emisarios de uno y otro estado, con
ese príncipe heredero de Japón a la cabeza, dándose un garbeo por Coria del Río
para visitar a esos españoles apellidados Japón y de paso, y con ese vago
pretexto, ponerse morado de jamón ibérico, entre otras delicias (según me
cuentan, el caviar de Coria goza de cierto reconocimiento entre los gourmets),
a costa del erario público coriano, vengando así a aquellos compatriotas suyos
que arribaron a las márgenes del Guadalquivir hace cuatro siglos y que
seguramente no catarían tales manjares en demasía; más adelante veremos por qué.
En otras palabras: con tanto acto conmemorativo da la sensación de que
realmente hay algo que celebrar, de que aquella expedición doblemente
transoceánica de 1613-1614 fue más trascendente para nuestro devenir histórico
que el Concilio de Trento, la batalla de Rocroi, la invención del chupachús o
el gol de Iniesta en Suráfrica. Vamos, que aquellos intrépidos diplomático-marinerillos de tres al
cuarto hicieron en España algo más sustancioso que adiestrar a Águila Roja en
el manejo de la katana.
Afortunadamente, ya había literatura que hace más de una década, y
aunque fuera bajo la sanitaria y precavida forma de una obra de ficción, trató
de poner al acontecimiento en su debido sitio. Y quizás por eso mismo no se
hable tanto de esta literatura y permanezca tan escondida en las estanterías de
las librerías. De hecho, El samurai es
uno de esos libros que resultan difíciles de encontrar, a pesar de las
halagüeñas perspectivas comerciales que podría tener su reedición aprovechando
la coyuntura del año dual de marras. Pero no. Y eso es una lástima; se ve que
las editoriales en lengua española no han acabado de cogerle el suficiente
cariño a Shusaku Endô, aunque en los últimos años parece que se han
multiplicado los esfuerzos por hacerle un hueco a su obra en las librerías del
mundo hispanohablante. Porque además Endo tiene la gracia de que, en su condición
tan peculiar de japonés cristiano, está en una situación privilegiada para
interpretar aquellos momentos o acontecimientos históricos en los que Japón y
Occidente se encuentran, cuando no se dan directamente de bruces, y en virtud
de ello se ven obligados a entenderse, o a menos a intentarlo.
Y en el caso de la novela El
samurai, vemos un análisis minucioso de ese proceso, un proceso que
desemboca en el absoluto fracaso del proyecto común. Vale que Endô, insisto,
recurre a la ficción y altera sustancialmente los hechos históricos, que no
fueron exactamente como él los narra, pero la esencia del momento histórico
queda sagazmente captada, al margen de todo artificio literario: se describen
dos mundos fanatizados, el del Imperio español, y el del Japón de los primeros
años del periodo Edo. En el Imperio español, si no eras católico, eras hombre
muerto; y en el Japón de Edo podías morir exactamente por todo lo contrario:
por ser católico. Estaba claro que dos mundos así no podían entenderse ni para
formar pareja en una partida de mus. Y así de mal (no cuento más) les fue a
Hasekura y compañía en la novela de Endo.
Pero El samurai no se queda
en la mera novelita histórica de aventuras. De hecho, no es una novelita
histórica de aventuras de esas que ahora se leen tanto y se escriben más, y que
en ocasiones te dejan intelectualmente más vacío de lo que estabas antes de
iniciar su lectura. Lo que Endo pretende, al narrarnos la odisea del equipo de
Hasekura, es ahondar en el otro viaje que experimentaron los miembros de la
expedición: el viaje interior, la transformación profunda y paulatina de que
van siendo objeto, la génesis de la duda ante el descubrimiento del otro y de
sus valores espirituales, todo un hallazgo en un contexto histórico en que,
como ya dije líneas más arriba, el fundamentalismo y la cerrazón eran moneda de
uso común. Y en eso reside el valor de esta historia: en lo bien que se
describe cómo va brotando en Hasekura el germen de la duda, en su escalonado
descubrimiento de un mundo opuesto al que conocía en su Japón natal, y que a
ratos va odiando, y a ratos le va cogiendo cariño. Y el valor es doble en cuanto
a que descubrimos (lo confesaba el propio Endo) que la novela histórica es en
parte una novela autobiográfica, pues a Endô la religión cristiana también le
fue impuesta, pues su familia profesaba esa religión, pero a él no le convencía
demasiado. Como a Hasekura, los crucifijos le inspiraban más incomprensión y
repugnancia que otra cosa, con ese “dios” torturado y envuelto en harapos que
poco tenía de glorioso; pero los años y un mayor conocimiento del lado
miserable de la vida le fueron proporcionando las bases para el acercamiento a
una fe que posteriormente se convirtió en algo genuinamente suyo.
En definitiva, El samurai es
la lectura ideal para todos aquellos que siempre buscan el “algo más”, porque
sin duda que lo van a encontrar.
Hace años empecé a investigar sobre la embajada de Hasekura. El resultado ha sido la novela El insólito viaje del samurái Hasekura.
ResponderEliminar"...Otro punto de vista de la hermosa historia de Hasekura es la que he intentado reflejar en la novela El insólito viaje del samurái Hasekura publicada por la editorial Lautaro en noviembre de 2013. Fernando Japón y Mauro Caro descendientes de aquellos japoneses que se quedaron en Coria, son los personajes-narradores que cuentan la historia. Fernando Japón, aquejado de una grave enfermedad, le pide a su amigo Mauro Caro que concluya la novela sobre Hasekura, que el primero empezó. En Praga ante la tumba de Kafka Mauro conoce a Fumiko Wasaki y le participa su intención de escribir sobre Hasekura. La japonesa se convertira desde entonces en la musa y confidente de Mauro.A través del relato histórico de la embajada los narradores reflexionan sobre el encuentro fugaz entre dos mundos tan distintos, como eran el Japon feudal de los Tokugawa y la España de los Austrias de nuestro siglo de Oro. Fernando Japón y su alter ego Mauro Caro se cuestionan las causas del fracaso de la embajada, analizan los antecedentes y desgranan las consecuencias de aquel viaje tan extraordinario. El reposado y audaz Hasekura compartirá su viaje con el impulsivo franciscano sevillano Luis Sotelo. La pareja del franciscano y el samurái se convierte en un referente cervantino que recorre toda la novela. La embajada tenia un doble cometido de expansión comercial y de predicación del catolicismo en Japón. El fondo histórico de la novela, retratado con el detalle y la fidelidad que se deriva de un estudio exhaustivo de la embajada, se compagina con el artificio de la ficción para contar una historia de amor y de pasión por la literatura. Fernando Japón y Mauro Caro se plantean continuamente cómo contar la historia, provocando un juego de planos y perspectivas. El insólito viaje del samurái Hasekura es,como dice Susana Jakfalvi , un novela de ficcion y no ficcion que compagina el relato histórico con la novela fantástica, el ensayo y la metaficcion..."
José María Sánchez-Ros Gómez