Siempre me había apetecido hablar de uno de mis autores de novela negra favoritos, el griego Petros Márkaris. Bueno, si metemos a la sufrida Grecia actual en el saco de lo oriental, pues entonces las correrías del comisario Kostas Jaritos por las calles de Atenas a lomos de su Fiat Supermirafiori podrían tener cabida en este blog. Pero, qué mejor ocasión para meter a Márkaris en nuestra nómina de autores que con Muerte en Estambul, la quinta novela de la serie Jaritos y la única en la que el cachazudo y pintoresco agente heleno lleva íntegramente a cabo su labor investigadora no solo fuera de la capital griega, sino fuera de la misma Grecia. El buen hombre estaba tratando de pasárselo bien en un viaje organizado por Estambul, cuando le informan de que una abuelita griega va cargándose a gente a golpe de empanadillas de queso generosamente sazonadas con pesticida. La cosa se complica cuando esta abuelita, que antaño perteneció a la comunidad de griegos residentes en Turquía, decide traspasar fronteras y ampliar su actividad asesina por tierras turcas, lo que ya implica profesionalmente al comisario Jaritos, que se ve obligado a dejar aparcadas sus vacaciones y a colaborar con un agente de la policía turca en la investigación del caso.
Pese a lo excepcional de esta nueva aventura de Jaritos en cuanto al
escenario de sus acciones, la novela en sí no difiere mucho de las restantes de
la saga. Vemos a un Jaritos mordaz e irónico, de vuelta ya de casi todo, en
constante batalla dialéctica con Adrianí, su histérica e indomeñable mujer. Al
margen de esos detalles ya rutinarios, como del sentido del humor “marca
Jaritos” que desde la primera página ya te convierte en fan incondicional del
poli griego, y de la trama detectivesca bien hilvanada y que lleva a la
resolución del caso, lo realmente interesante e innovador de Muerte en Estambul desde un punto de
vista cultural o antropológico es sin duda la certera y didáctica descripción
que Márkaris hace de los rum, es
decir, la colonia de griegos que reside en territorio turco, a día de hoy muy
exigua, dados los crudos avatares de su historia más reciente, y que Márkaris
describe con precisión y presteza a lo largo de la novela. Al fin y al cabo sabe de lo que habla, porque el
propio Petros Márkaris perteneció a esa comunidad (nació en Estambul en 1937),
pero como la gran mayoría de sus miembros, tuvo que huir a Grecia a mediados
del siglo pasado debido a uno de los muchos episodios trágicos que han
ensangrentado la convivencia entre turcos y griegos a lo largo de su historia
más reciente. La novela no deja de hacer hincapié en ese lado tan oscuro del
pasado grecoturco, así como en lo duro que siempre es pertenecer a una minoría,
no importa cuál y no importa dónde. Murat, el agente turco que colabora con
Jaritos, lo ha sufrido en sus propias carnes, pues su familia tuvo que emigrar
a Alemania. Es lo bueno de Márkaris: siempre nos permitirá viajar por cada uno de los rincones que configuran la cruda realidad griega (o incluso de más allá), cruda
como realmente es, ya se trate de la
baja consideración con que en Grecia se trata a inmigrantes balcánicos y
africanos, o del auge y la caída de la economía helena, o de ese siniestro pasado
griego de dictadura fascista y un no más halagüeño presente de neonazis y
niñatos de extrema derecha. Pero Márkaris, ecuánime, hará gala de un magistral ejercicio de integración literaria y dejará siempre espacio a las voces de todos los puntos de vista implicados. Al final, a uno siempre le queda la sensación de que toda Grecia está en
Márkaris.
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