Continúo dándole a la literatura que aborda el duro devenir de los judíos en Europa Central. En la última entrada me detuve en el particular y atractivo sentido del humor con el que Angel Wagenstein gestionaba esa problemática histórica en El Pentateuco de Isaac. Y hoy doy la de arena y me centro en la que, en mi opinión, es una de las visiones más crudas sobre los campos de exterminio nazis de cuantas he leído (supongo también que de cuantas se han escrito) en forma de ficción, y mira que es fácil resultar crudo al tratar semejante asunto.
Sin destino (1975) es uno
de esos libros que he leído de manera fortuita, accidental, porque un día llegó
alguien, puso en mi mano un ejemplar y me recomendó que lo leyera. De no haber
sucedido así, probablemente no lo habría leído nunca, incluso tratándose de una
de las novelas fundamentales del pasado siglo, de esas que salen en las listas
de obras que hay que leer antes de morir, y cuyo autor, Imre Kertész, recibió
el Nobel. A pesar de todo, Sin destino
no es uno de esos libros que te recomiendan masivamente, sean de ficción o no, sobre
la experiencia de niños o adolescentes ante el horror genocida bajo el nazismo,
como sucede con el sobrevalorado El chico
del pijama a rayas o, de manera mucho más justificada, con el Diario de Anna Frank. Como suele suceder
cada vez que se aborda un tema “de interés general”, parece que nos escuece la
originalidad, las formas alternativas o nada tópicas de abordarlo. Y claro,
originalidad y buen criterio literario es justo lo que viene a ofrecernos
Kertész bajo esta estremecedora y envolvente historia de un adolescente que en
cierto día de 1944 es sacado a la fuerza del Budapest donde crecía junto a su
familia, para sufrir una particular y atroz odisea por varios de esos lugares
donde los nazis se mostraban campeones del cinismo al asegurar a sus
“huéspedes” que el trabajo les haría libres…
Como curiosidad, se comenta en la reseña que figura en la
contracubierta del libro (hablamos de la primera edición en Acantilado Bolsillo
de 2006, que es la que manejo) que Sin
destino “no es ningún texto autobiográfico”. No sé qué razones tendrán para
afirmar eso, porque lo cierto es que Kertész nació en Budapest en 1929 y, al
igual que el protagonista de su novela, sobrevivió al holocausto siendo un
adolescente, tras haber pasado unos meses en los infiernos de Auschwitz y
Buchenwald. Si eso no es autobiográfico, ya me dirán qué es. No sé si lo que
pretenden decir con eso es que se percibe un cierto espíritu de distanciamiento,
atípico (y ahí es donde se percibe la genialidad de Imre Kertész) en un texto
narrado en primera persona; que el horror (de nuevo la genialidad del autor),
más allá del obvio que comportan hechos como el genocidio, las torturas o los
trabajos forzados, reside en la estrategia que el chaval elabora para tratar de
salir adelante en medio de toda aquella barbarie, y esa estrategia no es otra
que invertir de forma aberrante la percepción de lo que es obvio y tratar de
convencerse a sí mismo de que lo anormal es normal; que es factible tratar de
hallar la felicidad en medio de una cotidianidad de injusticias, abusos y
crímenes.
En definitiva, todo un trago para el lector, que ve cómo se le abren
un montón de interrogantes y se le graban a fuego infinidad de huellas, o sea,
esas cosas que normalmente buscamos cuando acudimos a los libros pero que no
siempre hallamos. Pues en esta ocasión, es posible que sí.
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