
Piercing (1994) tiene la
magia de presentarnos la inminencia de una tragedia que, sin embargo, no se va
a producir o, mejor dicho, que se va a producir pero no de la manera en que
parece que se va a producir, ni con la víctima que creemos que va a ser
víctima. A las pocas páginas de iniciar la lectura caemos en el error y, a
partir de ese momento, se inicia un carrusel de inesperados giros en la trama y
se abre un universo de horror, sin estridencias, con la elegancia de la
violencia contenida y entendida por el autor como medio para contarnos algo más
trascendente, no como fin.
Podría extenderme más en todos estos elementos benefactores tan
habituales en el arte narrativo de Ryu Murakami, pero no creo que merezca la
pena: disfruten con las escalofriantes contradicciones de Japón usando Piercing de guía.
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