Escribo poco sobre Haruki Murakami, y no porque haya leído poco de él (al revés; acudo a sus textos con asiduidad) o porque no me guste lo que escribe (todo lo contrario). Simplemente se me antoja poco original y no demasiado motivador hablar de la obra de un hombre que es admirado y hasta tomado como "canon de lo contemporáneo" por media humanidad según parece. Vamos, que lo de Steve Jobs, que ahora resulta que era poco menos que el padre de todos nosotros, se va a quedar en nada el día en que la palme Haruki Murakami (día que espero tenga lugar dentro de muchísimo tiempo). Compréndase que yo, que siempre me he caracterizado por anotar concienzudamente todo aquello que se debe hacer o pensar según el dictado de los gurús de marras, para a continuación actuar de una forma radicalmente contraria a lo que proponen, poca motivación puedo encontrar en hablar de un personaje (por evitar llamarle "ídolo de masas") tan aclamado y reconocido por individuos y colectividades del más diverso pelaje.
Además, me da incluso miedo decir algo que guarde relación con un señor que muchos querrían ser, a juzgar por la cantidad de escritores y "escritoroides" que dicen "homenajear" a Murakami en sus textos; por no hablar de algún director (directora) de cine que también insinúa haberse inspirado en él. Una editorial española traduce y publica un título cualquiera de un autor japonés determinado, da igual si se trata de novela negra o de haikus, y en la campaña de promoción del libro no pueden evitar la comparación con Haruki Murakami, como si este buen hombre fuera el comodín que sirviese para referenciar todo el quehacer literario del Japón de hoy. Da la sensación de que si vas de rollo japonés y no se te ocurre decir que creas bajo la influencia del gran Haruki Murakami, estás haciendo el indio: vamos, que ya estás tardando en hacerte el seppuku (o en arrojarte a la vía del tren; método mucho más adecuado para los tiempos de Murakami: al César lo que es del César, y a Mishima lo que es de Mishima).
Y hoy, aprovechando que en Facebook se ha estado hablando de La caza del carnero salvaje (1982, publicada en español por Anagrama en 1992 con traducción de Fernando Rodríguez Izquierdo), me he decidido a lanzar esta reseña, con el inconveniente de que leí la novela hace un par de años y no conservo frescos en la memoria todos los pormenores, aunque mantengo los suficientes elementos como para seguir guardando un grato recuerdo de la lectura de una de las primeras novelas de Murakami, de las anteriores a Norvegian Wood (1987). Eran tiempos en los que este buen hombre no era conocido ni en su casa a la hora de la cena (será por eso que esta novela me conmueve más que muchas de las que Murakami ha escrito posteriormente, en plena embriaguez de éxito, cuando hasta las ventosidades emitidas por el genio son susceptibles de metabolizarse en miles de lectores... Y en millones de yenes...).
La caza del carnero salvaje es una obra fresca y de muy fácil lectura, que nos va enganchando a medida que vamos avanzando en sus páginas, con un fino sentido de la ironía y de lo absurdo (en el buen sentido del término). La aventura de su protagonista no tiene desperdicio: un joven tokiota que posee una agencia de publicidad junto a un amigo y se ve obligado a desplazarse a la isla de Hokkaido para buscar un carnero que aparece en una foto que emplearon en una de sus campañas. Al parecer, el jefe de una importante firma tiene ciertos vínculos con ese carnero y por eso es importante dar con el animalito. Más surrealista no puede ser el argumento. Para colmo, si el protagonista no da con el carnero, pasará a formar parte de todas las listas negras de Japón, es decir, que no podrá volver a trabajar en toda su puñetera vida (exagerado, pero no imposible: todo muy entroncado con la cruda realidad laboral nipona).
En definitiva, un delicioso paseo por el Japón norteño y aislado de la mano de Murakami, en una novela cargada de símbolos y magia.
Además, me da incluso miedo decir algo que guarde relación con un señor que muchos querrían ser, a juzgar por la cantidad de escritores y "escritoroides" que dicen "homenajear" a Murakami en sus textos; por no hablar de algún director (directora) de cine que también insinúa haberse inspirado en él. Una editorial española traduce y publica un título cualquiera de un autor japonés determinado, da igual si se trata de novela negra o de haikus, y en la campaña de promoción del libro no pueden evitar la comparación con Haruki Murakami, como si este buen hombre fuera el comodín que sirviese para referenciar todo el quehacer literario del Japón de hoy. Da la sensación de que si vas de rollo japonés y no se te ocurre decir que creas bajo la influencia del gran Haruki Murakami, estás haciendo el indio: vamos, que ya estás tardando en hacerte el seppuku (o en arrojarte a la vía del tren; método mucho más adecuado para los tiempos de Murakami: al César lo que es del César, y a Mishima lo que es de Mishima).
Y hoy, aprovechando que en Facebook se ha estado hablando de La caza del carnero salvaje (1982, publicada en español por Anagrama en 1992 con traducción de Fernando Rodríguez Izquierdo), me he decidido a lanzar esta reseña, con el inconveniente de que leí la novela hace un par de años y no conservo frescos en la memoria todos los pormenores, aunque mantengo los suficientes elementos como para seguir guardando un grato recuerdo de la lectura de una de las primeras novelas de Murakami, de las anteriores a Norvegian Wood (1987). Eran tiempos en los que este buen hombre no era conocido ni en su casa a la hora de la cena (será por eso que esta novela me conmueve más que muchas de las que Murakami ha escrito posteriormente, en plena embriaguez de éxito, cuando hasta las ventosidades emitidas por el genio son susceptibles de metabolizarse en miles de lectores... Y en millones de yenes...).
La caza del carnero salvaje es una obra fresca y de muy fácil lectura, que nos va enganchando a medida que vamos avanzando en sus páginas, con un fino sentido de la ironía y de lo absurdo (en el buen sentido del término). La aventura de su protagonista no tiene desperdicio: un joven tokiota que posee una agencia de publicidad junto a un amigo y se ve obligado a desplazarse a la isla de Hokkaido para buscar un carnero que aparece en una foto que emplearon en una de sus campañas. Al parecer, el jefe de una importante firma tiene ciertos vínculos con ese carnero y por eso es importante dar con el animalito. Más surrealista no puede ser el argumento. Para colmo, si el protagonista no da con el carnero, pasará a formar parte de todas las listas negras de Japón, es decir, que no podrá volver a trabajar en toda su puñetera vida (exagerado, pero no imposible: todo muy entroncado con la cruda realidad laboral nipona).
En definitiva, un delicioso paseo por el Japón norteño y aislado de la mano de Murakami, en una novela cargada de símbolos y magia.
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