viernes, 28 de octubre de 2011

"Renacimiento", de Kenzaburo Oé


Me dispuse a leer Renacimiento (2000) bastante más atraído y motivado por el personaje principal de la novela que por su autor, y eso que es nada menos que el Nobel japonés Kenzaburo Oé (Uchiko, prefectura de Ehime, 1935). Quería ver como Oé plantaba cara a la nada cómoda (y bastante arriesgada) labor de edificar el personaje de Goro, un director de cine ficticio que no es sino el trasunto del cineasta real Juzo Itami (1933-1997), cuñado del mismo Kenzaburo Oé. Como muchos de vosotros sabréis, Itami fue un director cuyas comedias retrataban los usos sociales del Japón de finales del siglo XX de una forma bastante sincera a la par que descarnada y, sobre todo, muy molesta para ciertos núcleos de poder, como las sectas religiosas, los yakuzas y hasta el mismísimo Gobierno nipón. Su película Minbo no onna (1992) le hizo sufrir una agresión por parte de unos yakuzas que no estaban satisfechos con la imagen ridícula y patética que del crimen organizado japonés se daba en el filme. Cinco años después, Itami se suicidaba tras haberse extendido unos rumores de que le era infiel a su mujer. Y caso cerrado, al menos por parte de la policía. Pero lo que mucha gente se preguntó entonces (y se lo siguen preguntando) es si Itami realmente se suicidó o si "le suicidaron"; de igual modo que les extraña que se quitara la vida por tan absurdo motivo (si todos los artistas se suicidaran por las habladurías, tengan o no fundamento, no quedaría ni uno vivo).

Y uno de los que aún contempla con escepticismo la versión oficial de aquellos hechos es Kenzaburo Oé, quien traslada este asunto a la ficción de la siguiente manera: el director de cine Goro se suicida, lo que lleva a su cuñado, el escritor Kogito, a sufrir una fuerte depresión que le lleva a viajar hasta Alemania para tratar de reponerse y a la vez para averiguar las causas que pudieron llevar a Goro a poner fin a su vida. Sin remilgos de ningún tipo, Oé va desvelando, en boca de Kogito, los sucios mecanismos empleados por la yakuza para forzar el silencio de los intelectuales japoneses que osan hacerles frente.

Una gran novela. Quizás uno espera una trama mucho más intensa y con un mayor suspense y acción, dado que la yakuza hace acto de presencia, y sin embargo nos encontramos con una narración suave, profunda e intimista, que nos adentra en lo que debió ser el universo creador y personal de Juzo Itami y su relación con Kenzaburo Oé, bajo la forma de dos personajes de ficción que, según se va leyendo, no parece que lo sean tanto. Una novela muy valiente, que a ratos incluso se muestra tan sincera como dura, ya no sólo por las sospechas sobre la falsedad del suicidio de Itami y por el retrato que hace de la yakuza, sino también por la severa descripción que se hace de otros personajes que pueden tener cierta correspondencia con la realidad, como se puede ver en este pasaje, digno de un Kenzaburo Oé totalmente desmelenado y sin pelos en la lengua:

Un director de cine procedente de la comedia, que fue premiado en un festival en Italia [¿Takeshi Kitano?], comentó en una visita a Estados Unidos, durante la promoción de una película:

-Mi pobre amigo Goro. Tal vez, mientras contemplaba el suelo desde la azotea del edificio, mi premio le diera un pequeño empujón.

En definitiva, una novela que los incondicionales de Kenzaburo Oé (y de Juzo Itami, faltaría más) deben leer.

La publicó Seix Barral, y me parece que ya hay edición de bolsillo.

miércoles, 26 de octubre de 2011

"De qué hablo cuando hablo de correr", de Haruki Murakami


Ahora que después de muchos años sin participar en ninguna carrera popular he vuelto, en buena medida por imperativo sanitario, a calzarme un par de zapatillas y salir a la calle a tirar millas a golpe de calcetín, tiendo a dirigir la mirada a aquella literatura de ficción o no que de manera directa o indirecta aborda el tema de las maratones y el atletismo de fondo en general.

No podía pasar por alto este trabajo autobiográfico de Haruki Murakami, donde, a modo de sui géneris salida de armario, el novelista nos revela los entresijos de una de sus facetas personales menos conocidas y quizás menos interesantes tanto para el público general como para sus fieles lectores: la del Murakami que hace footing. Y sin embargo, una vez más Haruki-san da muestras de ese peculiar talento que tiene para lograr que situaciones absurdas o cuestiones aparentemente baladíes se conviertan en objeto de interés, cuando no de declarado fetiche intelectual, para millones de lectores en todo el mundo. Como tantas y tantas personas en el planeta, Murakami hace algo tan simple como plantarse un pantalón corto y bajarse al parque más próximo a su casa para hacerse unos kilómetros al trote. La diferencia es que él nos cuenta en un libro por qué lo hace (y nos lo cuenta bien, aunque también es cierto que él nunca va a tener problemas para encontrar una editorial dispuesta a publicar lo que sea con tal de que lleve su firma); nosotros después lo leemos.

Lo que son las cosas: se trata probablemente de la más realista de todas las publicaciones de Murakami. Aquí no hay fantasía de ningún tipo ni licencias oníricas que valgan. Y sin embargo, me ha parecido la obra más "friki" de cuantas he leído de este autor. Y eso es quizás porque nos tiene tan acostumbrados a navegar por esos improbables universos paralelos que él sabe crear, que cuando se pone a hablar de algo que está sólidamente cimentado en la realidad, resulta extraño e inesperado. Aunque, al igual que sucede en la literatura de ficción de Murakami, en este ensayo abundan las frases y opiniones lapidarias, certeras, rotundas, de esas que son dignas de ser enmarcadas o nutrir las páginas de un libro de citas. Estos son solo tres ejemplos:

"Así es la escuela. Lo más importante que aprendemos en ella es que las cosas más importantes no se pueden aprender allí."

"No existe en ninguna parte del mundo real nada como tan bello como las fantasías que alberga quien ha perdido la cordura."

"En última instancia, tal vez solo pueda afirmarse una cosa: que quizá la vida sea así. Y que quizá no nos quede otra opción que aceptarla sin más, tal cual, sin buscar circunstancias ni motivos. Como los impuestos, las subidas o bajadas de las mareas, la muerte de John Lennon o los errores arbitrales en el Mundial de Fútbol."

Pero por encima de todo esto, la principal enseñanza que se obtiene de esta lectura es la de que Murakami es un personaje absolutamente modesto en su grandeza, humilde en su gran sabiduría; una persona totalmente "del montón", en el buen sentido de la palabra; un escritor de la gente y para la gente. Y esto que acabo de decir, que en principio debería de ser irrelevante, a mí me parece que es uno de los rasgos que convierten a la figura de Murakami en más atractiva si cabe. Acostumbrados como estamos los lectores (sobre todo los lectores españoles) a toparnos con autores engreídos, ensoberbecidos, aparentes candidatos a una oposición de la estupidez o a una competición deportiva en la que gana el mayor de los gilipollas, resulta de lo más grato comprobar que en tierras lejanas existen autores cuya salud mental fluye pareja a su salud física. Que le dure muchos años al bueno de Murakami.

Este título fue publicado en español por Tusquets y traducido del japonés por Francisco Barberán.

martes, 18 de octubre de 2011

"La caza del carnero salvaje", de Haruki Murakami


Escribo poco sobre Haruki Murakami, y no porque haya leído poco de él (al revés; acudo a sus textos con asiduidad) o porque no me guste lo que escribe (todo lo contrario). Simplemente se me antoja poco original y no demasiado motivador hablar de la obra de un hombre que es admirado y hasta tomado como "canon de lo contemporáneo" por media humanidad según parece. Vamos, que lo de Steve Jobs, que ahora resulta que era poco menos que el padre de todos nosotros, se va a quedar en nada el día en que la palme Haruki Murakami (día que espero tenga lugar dentro de muchísimo tiempo). Compréndase que yo, que siempre me he caracterizado por anotar concienzudamente todo aquello que se debe hacer o pensar según el dictado de los gurús de marras, para a continuación actuar de una forma radicalmente contraria a lo que proponen, poca motivación puedo encontrar en hablar de un personaje (por evitar llamarle "ídolo de masas") tan aclamado y reconocido por individuos y colectividades del más diverso pelaje.

Además, me da incluso miedo decir algo que guarde relación con un señor que muchos querrían ser, a juzgar por la cantidad de escritores y "escritoroides" que dicen "homenajear" a Murakami en sus textos; por no hablar de algún director (directora) de cine que también insinúa haberse inspirado en él. Una editorial española traduce y publica un título cualquiera de un autor japonés determinado, da igual si se trata de novela negra o de haikus, y en la campaña de promoción del libro no pueden evitar la comparación con Haruki Murakami, como si este buen hombre fuera el comodín que sirviese para referenciar todo el quehacer literario del Japón de hoy. Da la sensación de que si vas de rollo japonés y no se te ocurre decir que creas bajo la influencia del gran Haruki Murakami, estás haciendo el indio: vamos, que ya estás tardando en hacerte el seppuku (o en arrojarte a la vía del tren; método mucho más adecuado para los tiempos de Murakami: al César lo que es del César, y a Mishima lo que es de Mishima).

Y hoy, aprovechando que en Facebook se ha estado hablando de La caza del carnero salvaje (1982, publicada en español por Anagrama en 1992 con traducción de Fernando Rodríguez Izquierdo), me he decidido a lanzar esta reseña, con el inconveniente de que leí la novela hace un par de años y no conservo frescos en la memoria todos los pormenores, aunque mantengo los suficientes elementos como para seguir guardando un grato recuerdo de la lectura de una de las primeras novelas de Murakami, de las anteriores a Norvegian Wood (1987). Eran tiempos en los que este buen hombre no era conocido ni en su casa a la hora de la cena (será por eso que esta novela me conmueve más que muchas de las que Murakami ha escrito posteriormente, en plena embriaguez de éxito, cuando hasta las ventosidades emitidas por el genio son susceptibles de metabolizarse en miles de lectores... Y en millones de yenes...).

La caza del carnero salvaje es una obra fresca y de muy fácil lectura, que nos va enganchando a medida que vamos avanzando en sus páginas, con un fino sentido de la ironía y de lo absurdo (en el buen sentido del término). La aventura de su protagonista no tiene desperdicio: un joven tokiota que posee una agencia de publicidad junto a un amigo y se ve obligado a desplazarse a la isla de Hokkaido para buscar un carnero que aparece en una foto que emplearon en una de sus campañas. Al parecer, el jefe de una importante firma tiene ciertos vínculos con ese carnero y por eso es importante dar con el animalito. Más surrealista no puede ser el argumento. Para colmo, si el protagonista no da con el carnero, pasará a formar parte de todas las listas negras de Japón, es decir, que no podrá volver a trabajar en toda su puñetera vida (exagerado, pero no imposible: todo muy entroncado con la cruda realidad laboral nipona).

En definitiva, un delicioso paseo por el Japón norteño y aislado de la mano de Murakami, en una novela cargada de símbolos y magia.

viernes, 14 de octubre de 2011

"Estupor y temblores", de Amélie Nothomb


Hoy me permitiré la licencia de hacer una excepción y hablar de literatura no oriental, aunque se trata de una novela ambientada en Japón y por una autora que, aunque belga de nacionalidad y francófona de idioma, nació en Kobe (Japón), domina el japonés y se supone (aunque las páginas de este libro siembran la duda) que conoce en profundidad la sociedad del país del Sol Naciente.

Incluso he sentido la tentación de decir que voy a hacer dos excepciones si atendemos a lo manifestado en la segunda parte del subtítulo de esta bitácora (lo de "sin arrepentirme después"). Pero me paro a pensar y llego a la conclusión (y supongo que esto nos pasa a la gran mayoría) de que al final ninguna lectura es objeto de arrepentimiento, incluso si lo que se lee decepciona profundamente.

Pues sí, decepción es el regusto que me deja la lectura de "Estupor y temblores". Me temo que me ha pasado lo que a muchos de sus lectores, que nos habían hablado maravillas de esta novela (y de su autora, de quien hasta ahora solo he leído esto), y luego no hemos visto tales virtudes literarias. Lo que me he encontrado es con una novela muy sencilla (en el mal sentido de la palabra), una historia contada como la podría contar cualquiera, con la diferencia de que si la cuenta Nothomb se publica y recibe premios, pero si la cuenta otra persona no pasa ni del misericorde visto bueno en el más elemental de los talleres de escritura.

La acción sucede en el curso de un año, concretamente en 1990. Nos cuenta la historia de una chiquilla belga (la propia autora, pues se ha de creer que todo esto lo experimentó la Nothomb en sus carnes) que es contratada por una empresa japonesa por sus conocimientos de idiomas y experiencia, pero luego, una vez en Tokio, es relegada a las más sencillas tareas, a cada cual más ingrata y humillante. Desde luego, los jefes se lo ponen muy difícil a la joven empleada, pero no menos cierto es que ella da en ocasiones palpables muestras de ineficacia (ciertos problemas insalvables con el manejo de la contabilidad), cuando no de tendencia al cretinismo: da lástima por la propia Nothomb pensar que esta historia pueda tener algo de autobiográfico, por lo que prefiero suponer que tal insinuación no es más que un farol literario de la autora sin consonancia con la realidad.

Vivo y trabajo en Japón, y la descripción que hace del mundo laboral me ha parecido muy exagerada, tomando como referencia lo que percibo por acá en el día a día. Insisto en que la autora pretende vendernos la historia como autobiográfica, pero yo lamento tener que ponerlo en duda: que una persona con dominio del japonés y que llega a Japón esponsorizada por una empresa, sea relegada a la condición de limpiadora de váteres, no es realista (ni tampoco cautiva literariamente como recurso "hardcore" o de "surrealidad", al menos tal como lo cuenta) y no conozco a ningún "gaijin" (extranjero) que haya vivido esa experiencia. A lo mejor es que la situación laboral de los extranjeros (europeos y pijos como Nothomb, claro, que con los asiáticos es otro cantar) ha cambiado mucho en los últimos 20 años, pero sinceramente no creo que la coyuntura en 1990 fuera muy distinta a la de hoy. Muy extravagante (y de nuevo poco creíble) en sus arrebatos de locura y sus delirios de mujer-pájaro sobrevolando Tokio con la mente.

Y muy sosa la relación de amor-odio de corte lésbico-platónico que se trae con Fubuki, su superiora. Si esa situación hubiera caído en manos de otro autor menos ñoño y ajeno a las vocaciones minimalistas (aunque quizás eso sea lo mejor del libro: su levedad; la agonía no se prolonga en demasía), de ahí habría salido un sólido motivo para adorar esta novela.

Estupefacto y trémulo me he quedado... Lo siento, pero no.

martes, 4 de octubre de 2011

"Lejos de Toledo", de Angel Wagenstein


Durante el tiempo que pasé en Bulgaria, que fueron cinco años como el que no quiere la cosa, posiblemente una de las frases que más escuché en labios de mis interlocutores búlgaros al manifestar mi sorpresa ante algunas de sus costumbres o comportamientos (rara vez dejan indiferente al forastero), fue la siguiente: "Bulgaria es Oriente". Una afirmación que podría interpretarse como justificación o incluso como disculpa ante lo que a ojos de un europeo occidental que anda de paso por aquel país balcánico carece de una sencilla y aparente explicación. Y es que Bulgaria en ocasiones puede llegar a ser paradigma de lo irracional (y no se interprete esto como defecto, sino más bien como virtud).

El que caso es que, certera o no, apropiada o no, la frase de marras a mí me viene al pelo para poder hablar en esta bitácora de literatura oriental sobre una novela y un autor búlgaros de los que me apetecía hablar. Y si tenemos en cuenta que el autor, además de búlgaro, es judío, se incrementa más aún el aroma a "orientalidad" en todo este asunto.

Una gran sorpresa fue para mí descubrir hace pocos años a este Angel Wagenstein (Plovdiv, Bulgaria, 1922), un judío sefardí cuyos datos bibliográficos (los que figuran en la solapa de este libro y en la Wikipedia) son ya de por sí la jugosa base para una intensa novela de aventuras. De todos ellos, el que más me sorprendió con diferencia fue uno que le hace acreedor de frases hechas, refranes y topicazos tan recurrentes como "a la vejez, viruelas"; "más vale tarde que nunca" o (quizá el más adecuado) "nunca es tarde si la dicha es buena". Y es que resulta que, a sus 78 años, mientras muchos de sus coetáneos programaban un viaje a Benidorm con el IMSERSO, se echaban su partida diaria de dominó en el centro municipal de la tercera edad, o simplemente se narcotizaban con la programación televisiva de sobremesa, el bueno de Wagenstein decide iniciar una carrera literaria con su novela El Pentateuco de Isaac, que tendrá una buena acogida entre críticos y lectores, y será traducida a varios idiomas,entre ellos al español. En 2002, dos años después de El Pentateuco de Isaac, publica su segunda novela, que es esta a la que hoy dedicamos nuestra atención. Y todavía le han quedado ganas para publicar una tercera: Adiós, Shanghai (2004). Cierto es que Wagenstein había hecho sus pinitos como guionista cinematográfico en la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial, lo que quiere decir que la escritura ficcional no era para él un terreno inexplorado. Aun así, que alguien escriba las tres primeras novelas de su vida en el curso de cuatro años y siendo un octogenario, aparte de que debería ser "carne de telediario" (aunque por desgracia, noticias así no suelen salir en la tele), me parece un ejemplo a seguir (pero por desgracia, no lo suele ser).

De estas tres novelas de Wagenstein, que en su conjunto forman una trilogía dedicada al destino de los judíos de la Europa Central y del Este a lo largo de la última centuria, es Lejos de Toledo la que más nos toca desde el punto de vista temporal, ya que la acción transcurre en el tránsito del siglo XX al XXI, en una Bulgaria ya inmersa (salvajemente inmersa) en la sociedad de mercado y en constante transformación, para lo bueno y para lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad... Es una Bulgaria con muchas lagunas y agujeros negros en su frenético desarrollo, con un pie en la Unión Europea y otro fuera de ella. Una Bulgaria que avanza funámbula en la cuerda floja del desarrollo sin rumbo y ve como principal salvación el potencial turístico de sus escenarios naturales y urbanos, la especulación inmobiliaria y el empacho de ladrillo (algo que resulta peligrosamente familiar al otro lado del Viejo Continente, ¿verdad?).

Y a esa Bulgaria llega, procedente de Israel, Albert Cohen, judío de origen búlgaro que, tras muchos años viviendo en Oriente Medio, regresa a Plovdiv, su ciudad natal, con ocasión de la celebración de un congreso. Y allí revivirá algunos de los momentos más entrañables de su infancia, pero también se dará de bruces con algunos de los cambios que la república balcánica ha experimentado en las últimas décadas, como la presión a la que le someten ciertos individuos mafiosos que andan detrás de ciertas propiedades que la familia de Albert Cohen mantenía en Plovdiv.

En definitiva, es una novela que, como pocas, resume las virtudes y los vicios de la Bulgaria de nuestros días, pero hábilmente acompañada de contrapuntos de nostalgia, y todo ello con un talento narrativo y una plasticidad que dan fe del oficio que Wagenstein tiene como guionista cinematográfico. A ratos tierna, a ratos cínica, a ratos canalla, muy entretenida de principio a fin.

Está publicada por Libros del Asteroide y la traducción del búlgaro corrió a cargo de Venceslav Nikólov.