Leyendo a Tanizaki no se le agota a uno la capacidad de sorprenderse... Ni de deleitarse. En mi recorrido retrospectivo por su bibliografía ahora le llegaba el turno a El cortador de cañas (Ashikari). Escrita en 1932, es considerada como una de sus primeras obras de madurez, aunque por fortuna no se aleja del espíritu de sus anteriores trabajos y de todo aquello que me ha llevado a abonarme a la obra de este hacedor de fábulas donde siempre se indaga con mucho arte en lo insólito de las relaciones sentimentales, pero siempre bajo un atractivo (si no adictivo) envoltorio estético.
Ambientada en una zona lacustre próxima a Kioto, el protagonista de la historia es una especie de excursionista que se topa con un tipo que es cortador de cañas y que, al igual que él, acude a ese espacio natural para contemplar la belleza del plenilunio otoñal, que queda tan bellamente registrado en el cielo como en el reflejo que se percibe sobre la superficie del lago: a Tanizaki le interesaba tanto la estética en el arte y la literatura como en la naturaleza, normal por otra parte en una cultura como la japonesa, donde los fenómenos naturales son la gran inspiración de artistas y escritores.
Y ese cortador de cañas tiene a bien contarle al viajero la curiosa relación que su padre mantuvo con una tal señorita Oyû, oficialmente su cuñada, aunque en la práctica se trataba de la mujer a la que amaba. La tal Oyû era la viuda de un personaje importante, lo que le impedía volver a casarse, pues según la costumbre de la época (la acción transcurre a comienzos de la era Meiji, en la segunda mitad del siglo XIX) ello hubiera sido algo escandaloso y humillante para la familia del difunto. Por eso mismo, la familia de Oyû propone al padre del cortador de cañas que se case con la hermana menor de aquella, y eso es lo que hace. Y a partir de ese momento se inicia una extravagante relación a tres bandas en la que la señorita Oyû ejerce sobre los otros dos miembros del triángulo sentimental el papel de hembra dominante tan tanizakiano, mientras la hermana menor trata de hacer ante la sociedad el paripé de estar casada, aunque evita mantener relaciones con su marido sabiendo que él a quien ama es a Oyû...
Y como es menester en Tanizaki, esas singulares relaciones múltiples con dominadoras y sumisos brindan un interés argumental enorme, como encandila todo el trasfondo estético que sabe crear este novelista, en base a la brillante descripción de escenarios, ropajes, iluminación, aromas, actitudes... Todo delicioso.
Lo malo de las novelas de Tanizaki es que se leen en un santiamén: al final siempre acaban ofreciéndome pocas horas de gozo, aunque, eso sí: ¡Qué gozo!
En español la podemos disfrutar gracias a la traducción de María Luisa Balseiro, publicada por ediciones Siruela primero y en Debolsillo.
Y ese cortador de cañas tiene a bien contarle al viajero la curiosa relación que su padre mantuvo con una tal señorita Oyû, oficialmente su cuñada, aunque en la práctica se trataba de la mujer a la que amaba. La tal Oyû era la viuda de un personaje importante, lo que le impedía volver a casarse, pues según la costumbre de la época (la acción transcurre a comienzos de la era Meiji, en la segunda mitad del siglo XIX) ello hubiera sido algo escandaloso y humillante para la familia del difunto. Por eso mismo, la familia de Oyû propone al padre del cortador de cañas que se case con la hermana menor de aquella, y eso es lo que hace. Y a partir de ese momento se inicia una extravagante relación a tres bandas en la que la señorita Oyû ejerce sobre los otros dos miembros del triángulo sentimental el papel de hembra dominante tan tanizakiano, mientras la hermana menor trata de hacer ante la sociedad el paripé de estar casada, aunque evita mantener relaciones con su marido sabiendo que él a quien ama es a Oyû...
Y como es menester en Tanizaki, esas singulares relaciones múltiples con dominadoras y sumisos brindan un interés argumental enorme, como encandila todo el trasfondo estético que sabe crear este novelista, en base a la brillante descripción de escenarios, ropajes, iluminación, aromas, actitudes... Todo delicioso.
Lo malo de las novelas de Tanizaki es que se leen en un santiamén: al final siempre acaban ofreciéndome pocas horas de gozo, aunque, eso sí: ¡Qué gozo!
En español la podemos disfrutar gracias a la traducción de María Luisa Balseiro, publicada por ediciones Siruela primero y en Debolsillo.
Ésta fue la primera novela que leí de Tanizaki, recuerdo que me fascinó el personaje femenino... :)
ResponderEliminarYa te digo, Anouk. Esas señoras tan "poderosas" a todos los niveles que retrataba Tanizaki (como en el caso de la señora Oyu de esta novela) son algo fuera de lo común en la historia de la literatura. ¡Muchas gracias por comentar!
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