Llámenme burro, ignorante, analfabeto funcional, o lo que gusten (suele pasar cuando alguien declara públicamente según qué gustos), pero lo cierto es que desde hoy Keigo Higashino cuenta con un admirador más.
Antes de disponerme a leer esta sobrecogedora novela, me contaba un amigo japonés que Higashino es un autor demasiado fácil, que leer sus novelas no dice mucho intelectualmente de quienes las leen... Bueno, esas cosas que todos habremos escuchado miles de veces a lo largo de nuestras vidas cuando se habla de best-sellers, de la literatura que llega a millones de lectores y ya por eso hay que suponerla inferior, porque ya no se considera tan meritorio el hecho de leerla.
Al margen de esas apreciaciones, que siempre me han parecido tan carentes de fundamento, yo prefiero tratar de averiguar (me parece mucho más científico, a la par que más interesante y enriquecedor) qué es lo que contiene una obra para que atraiga la atención de tantísima gente. Quizás suceda que tal creación está empatizando con el sentir de la gente de su tiempo, con sus alegrías, con sus temores, con sus preocupaciones, con sus miedos... Quizás aunque sólo fuera por eso, tales obras ya deberían merecer nuestro respeto. Luego, si están escritas con mayor o menor pericia, con mayor o menor oficio, eso ya es harina de otro costal.
Pero es que, tras la lectura de La devoción del sospechoso X (2005, publicada en español en 2011 por Ediciones B), uno tiene la sensación de que pericia narrativa y oficio literario no le faltan a Keigo Higashino. Y a esa habilidad técnica probada cabe añadir otra virtud fundamental cuando se escribe novela en general y novela negra en particular: que Higashino sabe, y bastante, de lo que habla. Y no sólo sabe, sino que le gusta contarlo (denunciarlo) y hacer que los demás también lo sepan. En la novela se abordan problemas sobradamente conocidos del Japón contemporáneo (y de otras muchas sociedades avanzadas), tales como la soledad, la marginación o exclusión de ciertos sectores sociales, la violencia doméstica, etc., pero lo hace con mucha elegancia y equilibrio, sin grandes estridencias y sin caer en el error de convertir un texto literario en un panfleto para alimentar movimientos de indignados. Nada de eso; lo que Higashino nos ofrece es una novela negra con todas las de la ley, con una trama aparentemente sencilla (vamos descubriendo que no lo es tanto a medida que leemos) pero tremendamente envolvente. Y gratamente engañosa, pues desde el principio parece que coloca todas las cartas sobre la mesa y nos ofrece en bandeja, y en las primeras páginas, la resolución del caso planteado, pero al final descubriremos lo equivocados que estábamos.
No me detendré en hacer una narración exhaustiva del argumento ni en describir a los personajes con todo lujo de detalles, pues para eso hay gente que lo ha hecho antes que yo y mejor en sus respectivos blogs, como por ejemplo en este. Además, nunca ha sido ese el propósito de este blog. Sí diré en cambio que la historia nos habla de una mujer divorciada que vive en un apartamento junto a su hija, aunque su marido no deja la ida por la venida y no para de contactar con ella. Un día éste acude a su piso a visitar a su ex mujer; la cosa se complica y ello lleva a que madre e hija acaben cargándose al individuo. En eso entra en escena otro hombre: es el vecino de las dos mujeres, un profesor de matemáticas llamado Ishigami que se ha enterado de todo lo que ha pasado y se ofrece a ayudarlas a deshacerse del cadáver, aparentemente a cambio de nada, si bien la mujer sospecha que este tipo anda desde hace tiempo detrás de ella, pues a menudo acude como cliente a la tienda de obentos donde ella trabaja y es vox populi que lo que menos le interesa al matemático son tales obentos.
Pues sí, cuando creíamos que ya lo sabíamos todo, descubrimos que no estábamos en lo cierto. La trama es impecable, y hasta la última página no dejamos de descubrir cosas, de sorprendernos con el encadenamiento de hechos, con la evolución de la investigación policial y la compleja personalidad y evolucionada inteligencia de Ishigami, muy por encima de lo que le rodea, o eso cree él, porque un amigo suyo y ex compañero de la universidad, físico de profesión y colaborador habitual de la policía (de hecho, este físico también es buen amigo del inspector que lleva a cabo la investigación del homicidio), le complicará bastante las cosas por el mero hecho de conocerle demasiado bien a nivel académico y humano.
Decía antes que Higashino juega a engañar, cosa que no resulta extraña al comprobar que es exactamente a lo mismo que juega su personaje Ishigami: su estrategia para despistar a la policía consiste en hacerles creer que lo importante es justamente lo que carece de importancia; y no digo más, para no fastidiarle la lectura de esta novela a quienes aún no han disfrutado de la misma. Pero no deja de sorprender al lector que las personas y acciones de la novela que a priori parecen irrelevantes luego acaben adquiriendo sus parcelas de protagonismo y vayan mostrando su razón de ser: pienso por ejemplo en esos indigentes que pernoctan bajo plásticos y cartones en la margen del río Sumida y que Ishigami encuentra en sus paseos diarios: al final de la historia esos humildes y anónimos seres acaban siendo algo más que una mera pincelada de denuncia social. Ya el hecho de que desde el inicio conozcamos los pormenores del asesinato que desencadena toda la investigación posterior y los protagonistas resulta casi "contra natura" tratándose de una novela detectivesca (si bien esto no es exclusivo de Higashino, ya que otros representantes de la literatura japonesa contemporánea de este género recurren bastante a esa forma de plantear la historia; pienso en Natsuo Kirino). No obstante, una vez más el autor nos engaña hábilmente y nos demuestra que nuestra presunta omnisciencia era parcial y alicorta; hay que llegar al final de la novela para descubrir que Higashino no había hecho más que racionarnos la verdad.
Una novela cruda y plena de desencanto a todos los niveles, que nos acerca en pocas páginas a lo mejor y a lo peor de la condición humana, con personajes que no son de piedra y cuyo talón de aquiles reside precisamente en ese hecho. Descorazona asumir que la capacidad de amar de los seres humanos puede llevar pareja en formidable paradoja la capacidad de cometer las mayores atrocidades. Los detractores de Higashino y su novela dirán que es muy sencilla de leer (como si eso fuera algo malo o carente de mérito), pero que una novela actual te haga reflexionar sobre la mierda de mundo en que vives durante las semanas posteriores a su lectura no tiene precio en estos tiempos que corren de cultura desechable.
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