Lo que me ha proporcionado este breve ensayo de Tanizaki, una de las obras fundamentales de este autor japonés del siglo pasado, ha sido un curioso ejercicio de lectura, agradable de leer y hasta gracioso y chocante, sobre todo por la manera que tiene de iniciarlo.
La tesis que sostiene Tanizaki en este trabajo es que la sombra ha sido el componente básico del sentido japonés de la estética y el elemento que más ha influido en el genio creador nipón.
Digo que resulta gracioso y chocante su empiece porque, suponiendo que se trata de un ensayo sobre arte y estética, al bueno de Tanizaki no se le ocurre otra cosa que dar comienzo a su discurso describiendo las letrinas japonesas y el beneficio que su condición de lugares sombríos aporta a sus usuarios, a diferencia de los aseos occidentales, cuya blancura y luminosidad hace que resulten más visibles los desechos que produce el cuerpo humano...
Son curiosas las constantes comparaciones que se hacen con respecto a Occidente, que él ve como una civilización que magnifica la luz, y que a veces nos pueden resultar algo desfasadas, pero no olvidemos que el libro se escribió hace tres cuartos de siglo. Luego tiene observaciones que me parecen muy certeras, como el perjudicial uso de las nuevas técnicas de iluminación en las representaciones teatrales japonesas, que requieren una luz más tenue, para acentuar la estética dramática en la sombra.
Y bueno, con lo que me deja Tanizaki verdaderamente alucinado es con una advertencia que nos hace al final de libro: comenta que desde que en Japón se usa energía eléctrica (él vivió el tránsito de la vela a la bombilla, como quien dice), los veranos son verdaderamente insufribles, porque la luz eléctrica genera un calor que los farolillos o los candiles no producían, aparte de que la menor intensidad lumínica no atraía a los mosquitos a los hogares. Vamos, todo un discurso de corte ecologista que, para estar escrito en 1933, bien podría decirse que ya nos anunciaba los ataques al medio ambiente que la humanidad iba a producir en años venideros con la emisión excesiva de calor; en fin, eso que ahora llamamos "cambio climático" y que a Tanizaki no le pasó desapercibido en su momento. Y hoy, en 2011, en un Japón que tras la catástrofe nuclear de Fukushima se ha planteado el ahorro de energía eléctrica como una cuestión prioritaria, casi de mera supervivencia, el mensaje y discurso que nos transmite este libro se ha visto fuertemente revalorizado. Si tras la Segunda Guerra Mundial Japón viró radicamente su sentido de la estética al abuso en el consumo lumínico (esos neones dominando en la noche tokiota que han sido el icono del Japón de la segunda mitad del siglo XX), tal vez ahora esta nación se encuentre ante una ocasión inigualable de recuperar su aprecio a las tinieblas como elemento generador de belleza.
En definitiva, se recomienda este interesante trabajo sobre la cultura japonesa, obra de uno de los autores más representativos de la misma.
La tesis que sostiene Tanizaki en este trabajo es que la sombra ha sido el componente básico del sentido japonés de la estética y el elemento que más ha influido en el genio creador nipón.
Digo que resulta gracioso y chocante su empiece porque, suponiendo que se trata de un ensayo sobre arte y estética, al bueno de Tanizaki no se le ocurre otra cosa que dar comienzo a su discurso describiendo las letrinas japonesas y el beneficio que su condición de lugares sombríos aporta a sus usuarios, a diferencia de los aseos occidentales, cuya blancura y luminosidad hace que resulten más visibles los desechos que produce el cuerpo humano...
Son curiosas las constantes comparaciones que se hacen con respecto a Occidente, que él ve como una civilización que magnifica la luz, y que a veces nos pueden resultar algo desfasadas, pero no olvidemos que el libro se escribió hace tres cuartos de siglo. Luego tiene observaciones que me parecen muy certeras, como el perjudicial uso de las nuevas técnicas de iluminación en las representaciones teatrales japonesas, que requieren una luz más tenue, para acentuar la estética dramática en la sombra.
Y bueno, con lo que me deja Tanizaki verdaderamente alucinado es con una advertencia que nos hace al final de libro: comenta que desde que en Japón se usa energía eléctrica (él vivió el tránsito de la vela a la bombilla, como quien dice), los veranos son verdaderamente insufribles, porque la luz eléctrica genera un calor que los farolillos o los candiles no producían, aparte de que la menor intensidad lumínica no atraía a los mosquitos a los hogares. Vamos, todo un discurso de corte ecologista que, para estar escrito en 1933, bien podría decirse que ya nos anunciaba los ataques al medio ambiente que la humanidad iba a producir en años venideros con la emisión excesiva de calor; en fin, eso que ahora llamamos "cambio climático" y que a Tanizaki no le pasó desapercibido en su momento. Y hoy, en 2011, en un Japón que tras la catástrofe nuclear de Fukushima se ha planteado el ahorro de energía eléctrica como una cuestión prioritaria, casi de mera supervivencia, el mensaje y discurso que nos transmite este libro se ha visto fuertemente revalorizado. Si tras la Segunda Guerra Mundial Japón viró radicamente su sentido de la estética al abuso en el consumo lumínico (esos neones dominando en la noche tokiota que han sido el icono del Japón de la segunda mitad del siglo XX), tal vez ahora esta nación se encuentre ante una ocasión inigualable de recuperar su aprecio a las tinieblas como elemento generador de belleza.
En definitiva, se recomienda este interesante trabajo sobre la cultura japonesa, obra de uno de los autores más representativos de la misma.
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