"Si quemo el Pabellón de Oro, cometeré un acto altamente educativo. Gracias a ello, las gentes aprenderán lo insensato de concluir por analogía en la destrucción de cualquier cosa, aprenderán que el simple hecho de haber seguido existiendo, de haber permanecido de pie sobre las riberas del Espejo del Agua durante 550 años no implica garantía de ninguna clase; [...] las gentes aprenderán a estar menos seguras, con la inquietud de pensar que mañana mismo pueden ser arrojadas como un desecho..."
Así de "didáctico" se muestra el protagonista de esta novela, basada en un hecho real: el incendio que sufrió en 1950 el emblemático monumento de Kinkakuji en Kioto, provocado por un joven monje llamado Hayashi Yoken que, según la Wikipedia, estaba "con las facultades mentales alteradas". No digo que no sea cierto (de hecho los informes psiquiátricos de Hayashi Yoken hablan de esquizofrenia y manías persecutorias), pero la versión novelada que Yukio Mishima (1925-1970) nos proporciona de los hechos en El pabellón de oro (1955) nos acerca a una personalidad mucho más compleja y fascinante que la muy desoladora y bastante simplista realidad clínica. En el texto de Mishima nos encontramos con un personaje que tiene unas ideas muy claras (aunque siempre flotando frágilmente en un profundo mar de dudas), a la par que obsesivas y delirantes (como el propio Mishima) sobre conceptos como la belleza, lo efímero y lo eterno. Y en el centro de sus inquietudes filosóficas, se encuentra el Pabellón de Oro del templo de Rokuonji, donde reside en calidad de monje novicio al servicio de un sacerdote que fue amigo de su ya fallecido padre, también sacerdote budista. La tartamudez del joven monje, unido al odio (justificado) hacia su madre, lo convierten en un personaje singular, algo retraído y meditabundo.
Lo que más me ha gustado de esta novela es que he podido encontrar en ella por primera vez (o al menos con más firmeza que en obras anteriores) los principales temas que preocuparon a Mishima en la segunda mitad de su vida, como por ejemplo ese odio irascible hacia el nuevo Japón que surge de las cenizas de la derrota en la Segunda Guerra Mundial; la llamada a cometer actos concluyentes y algo extremos en cuanto a su simbolismo y a sus consecuencias; un intenso sentido de la estética capaz de influir sobre cualquier otro aspecto del pensamiento...
No es una obra sencilla de leer (Mishima no lo suele ser), pero no por ello deja de ser un trabajo para disfrutar, haciéndose el lector algo cómplice de las ideas y de los actos de este cautivador híbrido de pirómano y pensador zen; actos que a veces son rotundos y firmes, pero a veces vacilantes y contradictorios: de nuevo Mishima se mira al espejo en su personaje.
La obra fue publicada en español por Seix Barral, pero como lleva siglos descatalogado, yo me lo descargué gratuitamente de internet y sugiero a quienes deseen leer esta preciosidad literaria, que hagan exactamente lo mismo, pues no podrán conseguirlo pagando... Si de libros se trata, desgraciadamente se está conviertiendo en habitual que uno desee gastar su dinero en alguno y las editoriales no le brinden la posibilidad de hacerlo.
Así de "didáctico" se muestra el protagonista de esta novela, basada en un hecho real: el incendio que sufrió en 1950 el emblemático monumento de Kinkakuji en Kioto, provocado por un joven monje llamado Hayashi Yoken que, según la Wikipedia, estaba "con las facultades mentales alteradas". No digo que no sea cierto (de hecho los informes psiquiátricos de Hayashi Yoken hablan de esquizofrenia y manías persecutorias), pero la versión novelada que Yukio Mishima (1925-1970) nos proporciona de los hechos en El pabellón de oro (1955) nos acerca a una personalidad mucho más compleja y fascinante que la muy desoladora y bastante simplista realidad clínica. En el texto de Mishima nos encontramos con un personaje que tiene unas ideas muy claras (aunque siempre flotando frágilmente en un profundo mar de dudas), a la par que obsesivas y delirantes (como el propio Mishima) sobre conceptos como la belleza, lo efímero y lo eterno. Y en el centro de sus inquietudes filosóficas, se encuentra el Pabellón de Oro del templo de Rokuonji, donde reside en calidad de monje novicio al servicio de un sacerdote que fue amigo de su ya fallecido padre, también sacerdote budista. La tartamudez del joven monje, unido al odio (justificado) hacia su madre, lo convierten en un personaje singular, algo retraído y meditabundo.
Lo que más me ha gustado de esta novela es que he podido encontrar en ella por primera vez (o al menos con más firmeza que en obras anteriores) los principales temas que preocuparon a Mishima en la segunda mitad de su vida, como por ejemplo ese odio irascible hacia el nuevo Japón que surge de las cenizas de la derrota en la Segunda Guerra Mundial; la llamada a cometer actos concluyentes y algo extremos en cuanto a su simbolismo y a sus consecuencias; un intenso sentido de la estética capaz de influir sobre cualquier otro aspecto del pensamiento...
No es una obra sencilla de leer (Mishima no lo suele ser), pero no por ello deja de ser un trabajo para disfrutar, haciéndose el lector algo cómplice de las ideas y de los actos de este cautivador híbrido de pirómano y pensador zen; actos que a veces son rotundos y firmes, pero a veces vacilantes y contradictorios: de nuevo Mishima se mira al espejo en su personaje.
La obra fue publicada en español por Seix Barral, pero como lleva siglos descatalogado, yo me lo descargué gratuitamente de internet y sugiero a quienes deseen leer esta preciosidad literaria, que hagan exactamente lo mismo, pues no podrán conseguirlo pagando... Si de libros se trata, desgraciadamente se está conviertiendo en habitual que uno desee gastar su dinero en alguno y las editoriales no le brinden la posibilidad de hacerlo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por tu aportación, Silencer! Aprovecho para poner el enlace exacto al artículo de Mishima de tu blog: http://silence-silencers.blogspot.com/2011/12/mishima-yukio-1925-1970-escritor.html
ResponderEliminarMe parece muy interesante tu bitácora. El tema del suicidio siempre me ha atraído (entiéndase, que me inquieta como fenómeno, no que me quiera suicidar...).
Un saludo