Uno tiende a pensar (equivocadamente) que Japón es ese país cerrado a toda influencia externa, sea beneficiosa o perjudicial, hasta que un buen día llega a tus manos un libro como este que os presento, donde descubres que las preocupaciones de la clase obrera japonesa de los años 20 del pasado siglo venían a ser las mismas que la de otros trabajadores de la vecina Unión Soviética, así como similar era el deseo de iniciar una revolución como la triunfara en Rusia en 1917. El propio autor de la novela, Takiji Kobayashi (1903-1933), fue un activista en favor de los derechos de la clase obrera, lo que le llevó a participar en revueltas y huelgas y hasta acabar en los calabozos de la policía política, que le aplicó toda clase de torturas hasta producirle la muerte cuando nuestro novelista contaba con sólo 30 años.
Trágico e injusto fin el de Kobayashi, digno del trágico destino de los personajes de su relato, los tripulantes del Hakko Maru, barco pesquero y factoría flotante que anda a la captura del más sabroso cangrejo en las gélidas y tormentosas aguas de Kamchatka, en el litoral soviético. En el Hakko Maru se dan cita todo tipo de trabajadores, desde curtidos lobos de mar hasta pobres campesinos de Tohoku (norte de la isla principal de Japón) que buscan mejor fortuna en el mar, pasando por estudiantes que están endeudados hasta las orejas y que creen que en el mar van a hacer un buen servicio a la patria... Hasta que una vez a bordo se dan cuenta de dónde se han metido: en una versión flotante del infierno, con tormentas que continuamente amenazan con hundir la embarcación, en un sistema de trabajo que bien podría definirse como esclavista, donde incluso la Armada japonesa puede llegar a intervenir para poner orden en los barcos, siempre a favor de la patronal. La sucesión de calamidades e injusticias conducen inevitablemente a la rebelión de los oprimidos pescadores.
Me ha gustado lo simple y lo directo del estilo, en la línea de la mejor literatura proletaria, aleccionadora e hiperrealista, aunque en ocasiones pueda llegar a incurrir en la exageración (claro, que para saberlo con certeza habría que haber trabajado y navegado en uno de esos barcos). No es difícil solidarizarse durante la lectura con los infortunios de los personajes y las canalladas a las que se ven sometidos. No en vano, el libro está gozando, ocho décadas después de su primera edición, de un éxito de ventas (y de lecturas, se entiende) que ni el más optimista hubiera podido imaginar en 1929. Se ve que la crisis nos hace despertar; eso, unido al hecho de que los jovencitos japoneses se han caído por fin del guindo, y ya no se creen esas estafas intelectuales que forjaron tras el final de la Segunda Guerra Mundial, de que había que trabajar como campeones y sin apenas derechos (jornadas laborales extenuantes y práctica ausencia de las vacaciones), todo para levantar la nación y superar a Estados Unidos en la paz. Cuando se empiezan a leer libros como Kanikosen, sin duda es que el descontento se ha alojado en la juventud japonesa. Lo lamentable es que luego se critique a esta juventud de hoy, que al menos en Japón está demostrando ser menos cateta que sus padres.
Se encargó de publicar esta novela en español la editorial Ático de Los Libros y la traducción del japonés corrió a cargo de Shizuko Ono y Jordi Juste. Por cierto, en la portada de esta edición se puede leer una de esas burradas de antología destinadas a vender más ejemplares: ponen la cita de un tal Matthew Ward (supongo que era alguien importante, pero a mí su nombre me decía lo mismo que el de Paco Pérez, así que he tenido que buscarlo en la Wikipedia) que asegura que Kanikosen es "la versión japonesa de Las uvas de la ira", comparación que, aparte de lo poco afortunada que me parece (si acaso, Kanikosen, como novela de realismo socialista o proletario, sería más bien una versión japonesa de La Madre de Gorki), es injusta en cuanto a que Kanikosen se publicó en 1929, mientras que la novela de Steinbeck es de 1939. Por tanto, apelando a la justicia, que no al rigor científico, ¿podríamos decir que Las uvas de la ira es la versión yanqui de Kanikosen? Maldito etnocentrismo...
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