El conocimiento de este autor se lo he de agradecer al gran poeta, mejor compañero y óptimo amigo Juan Antonio Bernier, uno de los promotores del Festival de Poesía Internacional Cosmopoética, que tiene lugar anualmente en la ciudad de Córdoba. Para él va desde aquí mi agradecimiento y mi reconocimiento por la impagable labor que está desarrollando a caballo entre Bulgaria y Andalucía por el fomento de la lectura y el mejor conocimiento de la poética planetaria, la de ayer, la de hoy y la del mañana. La de siempre.
Soy más de prosa que de poesía, he de reconocer, así que peco de una cierta incapacidad para hallar buena literatura poética por mí mismo: me la tienen que introducir y recomendar. Además, suelo tener mis prejuicios hacia el género del haiku, desprestigiado a más no poder por los muchos aventurerillos que en Occidente se lanzan a experimentar en lenguas europeas con este género... A experimentar excepcionales métodos laxantes, en la inmensa mayoría de los casos.
Pero te lanzas a descubrir el genuino haiku japonés, el que se forjó bajo la sobriedad aislacionista del periodo Edo (1603-1868), y los prejuicios hacia la poética minimalista nipona desaparecen de un plumazo.
Fue en esos dos siglos y medio de mirarse reflexivamente al ombligo, cuando la lengua japonesa grabó páginas de deleitosa gloria literaria. El aislamiento político y militar del archipiélago llevó parejo una introspección de la estética y el sentimiento, una victoria intelectual y emocional del uchi (lo de dentro) frente al soto (lo de fuera), una concepción dual de la realidad que sin duda marcó el devenir histórico de Japón, incluso tras la finalización del periodo Edo y la posterior modernización y apertura del país experimentada en la era Meiji y posteriores.
Y uno de los poetas que le tocó vivir esa orgía de la endogamia a la que asistió el Japón de los siglos XVII, XVIII y la primera mitad del XIX, fue el monje Kobayashi Issa (1763-1827), cuya vida fue todo un cúmulo de desgracias y sinsabores; un verdadero asquito, para abreviar. En sus viajes a lo largo de Japón, Kobayashi conoce el frío y el hambre; pero cuando trata de establecerse en algún lugar y llevar una vida sedentaria, verá morir a sus hijos y a una de sus esposas, sabrá lo que es el divorcio en otro de sus matrimonios, perderá su vivienda en un incendio... No es de extrañar que luego sus poemas se inclinasen por sentir lástima hacia los seres más débiles e indefensos de la naturaleza, como los pájaros, insectos y algunas plantas, pues muy posibliemente se identificaba con todos ellos. Con autores como Kobayashi se confirma esa teoría de que para ser un buen escritor las tienes que pasar canutas. Fantásticos haikus de madurez los que nos encontramos en este libro, donde conceptos como la sencillez y la elegancia se ven sinónimos.
Como ya dije antes, lo publicó Cosmopoética, con selección de poemas, traducción y notas a cargo de Josep M. Rodríguez.
Pero te lanzas a descubrir el genuino haiku japonés, el que se forjó bajo la sobriedad aislacionista del periodo Edo (1603-1868), y los prejuicios hacia la poética minimalista nipona desaparecen de un plumazo.
Fue en esos dos siglos y medio de mirarse reflexivamente al ombligo, cuando la lengua japonesa grabó páginas de deleitosa gloria literaria. El aislamiento político y militar del archipiélago llevó parejo una introspección de la estética y el sentimiento, una victoria intelectual y emocional del uchi (lo de dentro) frente al soto (lo de fuera), una concepción dual de la realidad que sin duda marcó el devenir histórico de Japón, incluso tras la finalización del periodo Edo y la posterior modernización y apertura del país experimentada en la era Meiji y posteriores.
Y uno de los poetas que le tocó vivir esa orgía de la endogamia a la que asistió el Japón de los siglos XVII, XVIII y la primera mitad del XIX, fue el monje Kobayashi Issa (1763-1827), cuya vida fue todo un cúmulo de desgracias y sinsabores; un verdadero asquito, para abreviar. En sus viajes a lo largo de Japón, Kobayashi conoce el frío y el hambre; pero cuando trata de establecerse en algún lugar y llevar una vida sedentaria, verá morir a sus hijos y a una de sus esposas, sabrá lo que es el divorcio en otro de sus matrimonios, perderá su vivienda en un incendio... No es de extrañar que luego sus poemas se inclinasen por sentir lástima hacia los seres más débiles e indefensos de la naturaleza, como los pájaros, insectos y algunas plantas, pues muy posibliemente se identificaba con todos ellos. Con autores como Kobayashi se confirma esa teoría de que para ser un buen escritor las tienes que pasar canutas. Fantásticos haikus de madurez los que nos encontramos en este libro, donde conceptos como la sencillez y la elegancia se ven sinónimos.
Como ya dije antes, lo publicó Cosmopoética, con selección de poemas, traducción y notas a cargo de Josep M. Rodríguez.
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